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El día 12 de octubre 

Aquella noche, Colón giraba al suroeste creyendo que la isla estaba a unas veinticinco leguas en esa dirección; pero al amanecer se descubre que desgraciadamente todo había sido vana ilusión de Martín Alonso, que tomó por tierra unos oscuros nubarrones. Nuevo nerviosismo e inquietud entre los marineros que, ante la gran decepción se desesperan. La navegación continúa hacia el oeste. ¿Había sido todo una maniobra de Martín Alonso para apaciguar los ánimos de la tripulación? ¿Podía un marino experimentado como él confundir unas simples nubes con una isla? ¿O acaso era que en aquel lugar de la tierra todo parecía diferente?

Al menos, aquella falsa alarma sirvió para que todos durmieran aquella noche ilusionados, y aunque a la mañana siguiente el malestar volvió a los tres barcos, unos pájaros que todos conocían muy bien vinieron a calmar de nuevo los ánimos. Aquellas aves, llamadas rabihorcados o golondrinas de mar, solo vuelan cerca de tierra. Y sin embargo la tierra no la ven por ninguna parte. Solo algas y más algas que frenan la navegación. El propio Colón está muy preocupado viendo cómo sus cálculos habían fallado, pues ya deberían haber llegado a unas islas, que seguramente quedaron atrás sin ser vistas. Era el día 1 de octubre, el piloto de la Santa María le informa de que han recorrido 578 leguas. Colón sabe que en realidad son 707 (3.928 kilómetros), pero se lo calla. Pasan dos días más. Lo único que mantenía a los hombres con algunos ánimos y esperanza de encontrar tierra eran los pájaros. Pero ahora también han desaparecido. ¿Habían pasado cerca de alguna isla sin darse cuenta? En el mar de los Sargazos se encuentran las islas Bermudas. Seguramente las dejaron a su derecha, al norte.

Colón miraba al mar. Algas y más algas. No era extraño que los hombres estuvieran horrorizados. Aquello tenía todo el aspecto de ser un mar de otro mundo. Su nombre se lo dieron los portugueses. Las algas tienen como unas vejigas de gas que las hacen flotar, asemejándolas a una variedad de uvas llamadas salgazo. Y con ese nombre quedaron. Existe hasta un pez que se asemeja a estas algas. No sospechaba el almirante que aquel mar se iba a convertir en la pesadilla de muchos navegantes. Las carabelas de Colón tuvieron suerte de no quedar atrapadas, no por el espesor de las algas, sino por la ausencia de vientos, que es lo más característico en esta zona, rodeada de corrientes que hacen que este mar de algas gire lentamente y tenga una temperatura más elevada, lo cual favorece su crecimiento. En el futuro, muchos serían los que se cruzarían con barcos fantasmas, con toda su tripulación muerta o desaparecida. Un mar que se convertiría en maldito hasta nuestros días y que forma parte del misterioso triángulo de las Bermudas, donde barcos y aviones desaparecen sin explicación alguna.

Colón, al igual que sus hombres, comienza a preocuparse, pues no sabe realmente dónde se encuentra. Pero el almirante debe mostrarse seguro y niega que ninguna isla haya quedado atrás, hay que seguir adelante. Día 6 de octubre. Aquella noche los hombres se amotinan en la Santa María. Los hermanos Pinzón tienen que intervenir y todo queda en nada. Pero en los días sucesivos la tensión se palpa y son los propios Pinzones quienes hablan con Colón. Llevan ya 1.000 leguas de navegación. Cada día hay alguien que cree ver tierra, pero todo son falsas alarmas, la situación es insostenible. Era el día 10 de octubre, tres días más de navegación hacia el oeste, ese fue el plazo que le dieron. Si no hallaban un simple islote donde posarse, darían media vuelta y volverían a España.

Al día siguiente, los de la Santa María encuentran un junco verde, los de la Pinta una caña y un bastón labrado. Es increíble, ¡un bastón labrado! No solo están cerca de tierra, sino que hay gente. La euforia llega al máximo cuando comienzan a verse enormes bandadas de pájaros, unos pájaros que habían dejado de ver hacía muchos días. Aquel loco extranjero que los había llevado al fin del mundo quizás pudiera estar loco, pero cada vez estaba más cerca de demostrar que llevaba razón cuando decía que Dios estaba con él y encontraría las islas que buscaba. La tarde del día 11 Colón se reúne con la tripulación, y después de rezar, pide que todos hagan guardia. Es evidente que hay tierra cerca y no pueden permitirse un descuido y pasar de largo. Los reyes ya habían prometido una recompensa de 30 escudos para el primero que viera tierra, él, además, añadía un jubón de terciopelo.

Aquella noche sobre las diez, el propio Colón permanece atento al horizonte sobre el castillo de popa, debía ser una noche clara, pero no fue una masa de tierra, sino luces, lo que creyó ver y no queriendo dar crédito a sus ojos, llamó a Pedro Gutiérrez, quien aseguró que también la veía, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, aunque este último no pudo ver nada. No obstante, al Almirante ya no le cabían dudas de que estaba cerca de costas habitadas. Y a las dos de la madrugada:

«¡Tierra!».

Era el vigía de la Pinta, Juan Rodríguez Bermejo, Rodrigo de Triana, quien dio el ansiado grito.

El encuentro

Diario de a bordo:
«A las dos horas después de medianoche apareció la tierra, de la cual estarían a dos leguas. Amainaron todas las velas y quedaron con el treo, que es la vela grande, sin bonetas, y pusiéronse a la corda, temporizando hasta el día viernes, que llegaron a una isleta de los Lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahaní».
«Luego vinieron gente desnuda, y el Almirante salió a tierra en la barca armada, y Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez, su hermano, que era capitán de la Niña. Sacó el Almirante la bandera real y los capitanes con dos banderas de la Cruz Verde, que llevaba el Almirante en todos los navíos por seña, con una F (de Fernando) y una Y (de Ysabel): encima de cada letra su corona, una de un cabo de la cruz y otra de otro». 

Buscando las costas del Japón encontraron una isla paradisiaca: gente desnudas e inofensivas, pintadas de colores, adornadas con oro. ¿Dónde se encontraban? De momento, daba igual, todos estaban rebosantes de júbilo, felices de poner pie en tierra, por fin. En la playa clavaron la bandera blanca con la cruz verde, signo de fidelidad, y las iniciales de los reyes Fernando e Isabel, junto a la propia enseña real. Los escribanos Rodrigo de Escobedo y Rodrigo Sánchez de Segovia levantaron acta del hecho. Colón tomó posesión en nombre de los reyes. Después de esto, los carpinteros cortaran dos troncos de árbol y formaron una gran cruz, y postergándose en tierra todos, pronunció una plegaria, repetida luego en todos los posteriores descubrimientos, por Hernán Cortés, Vasco Núñez de Balboa, Pizarro, etc.:

«¡Señor! ¡Dios eterno y todopoderoso, que por tu Verbo sagrado creaste el firmamento, la tierra y el mar, bendito y glorificado sea tu nombre por todas partes, sea exaltada tu majestad por haberte dignado permitir que por medio de tu humilde siervo sea conocido e invocado tu santo nombre en esta otra parte de la Tierra!»

Colón se deleita describiendo lo que a él se le figuraba un edén, un paraíso:

«Muchos y grandes árboles de intenso follaje, frutos en las ramas, abundantes cursos de agua… Y sobre todo, gente, mucha gente sonriente y pacífica que se acercaba a los hombres blancos como quien recibe la visita de un familiar.»

Fueron precisamente los nativos que salieron a recibirlos, lo que más impresionados dejó a todos. Ningún europeo había visto nunca gente como aquella.

«Me pareció que era gente muy pobre de todo. Andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vi más de una harto moza. Y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vi de edad de más de treinta años: muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras».

Colón estaba convencido de haber llegado a “las Indias” y por eso llamó a aquellas gentes “Indios”. Los observaba divertido, con sus caras y sus cuerpos pintados de colores, cómo cogían sus canoas y se acercaban hasta los barcos españoles llevando consigo papagayos y otras aves exóticas, y algunos utensilios de madera como presentes a los recién llegados. Regalos que fueron correspondidos por los españoles, que entregaron a cambio cualquiera de las cosas que llevaban con ellos como cascabeles u objetos de vidrio.

«Aquellos nativos no eran blancos ni negros, tampoco asiáticos. Su color se parecía más bien al de los guanches canarios»

Tal fue la teoría propuesta por Colón, a lo cual ayudaba el hecho de encontrarse las islas Canarias en la misma línea que la recién descubierta Guanahaní, que enseguida fue rebautizada como San Salvador. Teoría que más tarde fue desechada. Los nativos pertenecían a unas tribus llamadas lucayas que habían llegado a aquellas islas cien años atrás, y nada tenían que ver con los guanches. A los españoles, aquella gente les pareció, según palabra de Colon, que vivían en «estado de inocencia». Sin embargo, hubo algo que pronto advirtió el almirante y que lo puso en estado de alerta.

«Yo vi algunos que tenían señales de heridas en sus cuerpos, y les hice señas qué era aquello, y ellos me mostraron cómo allí venían gente de otras islas que estaban cerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí y creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por cautivos».

Por lo visto, aquellos nativos amables y pacíficos no estaban solos. Y quienes quiera que fueran o donde quiera que estuvieran, eran bastante menos amables.

    • 7 años de espera.
    • 70 días desde su partida
    • 7070 kilómetros desde Palos.

El día 12 de octubre de 1.492, por fin, Cristóbal Colón cumplió su sueño de llegar a las Indias por el oeste. Porque eso era lo que él creía y ni siquiera sospechaba lo que acababa de descubrir: un continente que no estaba en los mapas. Realmente, como hemos visto hasta ahora, nadie tiene muy claro dónde quería llegar Colón (en un principio). Él tenía en su poder un mapa que marcaba las islas a las que, casi con toda precisión, llegó, y además, en sus cláusulas del contrato que firmó con los reyes de España declaraba expresamente (fuera cierto o no) que ya había descubierto esas islas. Las islas a las que finalmente llegó fueron las Bahamas. Ahora bien, ¿era ahí donde quiso llegar?

El viaje, en principio, tenía como finalidad descubrir una ruta más corta para llegar desde Europa a Asia, sin tener que dar un gran rodeo por África. Si la tierra era redonda, como él estaba seguro que era, el primer destino era Japón. Es decir, la parte más al este del continente asiático, eso lo tenía bien claro Colón. Pero, ¿era el archipiélago japonés lo que tenía dibujado en su mapa o eran unas islas intermedias en el Atlántico? Lo que está claro es que el Pacífico no sabía que existía. Como tampoco sabía, ni él ni nadie, que en su ruta hasta Asia, de haberla realizado completa, antes que con Japón, se hubiera encontrado nada menos que con dos continentes; el primero de ellos haciendo como barrera, de polo a polo, entre el Atlántico y el Pacífico. El segundo, Oceanía, antes de entrar al Índico.

Sea como fuere, y sin pretender adelantar acontecimientos de lo que veremos más adelante, lo que está claro es que Colón está convencido de haber completado la primera parte de su viaje: ha llegado a las islas, pero sabe que un poco más allá está el continente, es decir, las Indias, Asia. Y sobre todo, lo que Colón demostró es tener un gran conocimiento de geografía, a pesar de haber errado nada menos que 10.000 kilómetros. Ya lo hemos contado, las millas marinas que Colón utilizaba le hicieron creer que la tierra medía 30.000 kilómetros. Así y todo, sabía que por esa parte llegaría a Japón. También quedó demostrado que tanto los cosmógrafos y matemáticos portugueses como los españoles tenían razón, Colón nunca hubiera completado el viaje hasta Asia; la inmensidad del Pacífico se lo hubiera impedido. Colón abrió, no obstante, la ruta hacia un nuevo mundo, un continente inmenso, infinidad de islas y finalmente el descubrimiento del océano más grandioso de la tierra. Simplemente fascinante.

Los lucayos

Recién llegados a la isla de Guanahani, rebautizada como San Salvador, en el archipiélago de las Bahamas, Colón nos cuenta cómo nada más desembarcar encuentra gente. Son personas amables que los acogen como si los conocieran desde siempre, no les temen, no huyen, y van desnudos. En un entorno de vegetación y arboleda como no habían visto jamás, aquello se les antoja a los españoles el paraíso. Pero pronto se dan cuenta de un dato alarmante. Muchos de aquellos seres amables y sonrientes tienen marcas y cicatrices en su cuerpo desnudo. Colón les pregunta y por señas le hacen saber que hay otras islas desde las que son atacados por otros seres no tan amables y pacíficos. Si esto es así, ¿cómo es que estos nativos recibieron a los recién llegados con los brazos abiertos?

¿Tan confiados eran los habitantes de Guanahani? Posiblemente Colón nos lo cuenta todo de forma algo acelerada y resumida. Por muy pacíficos que fueran, si eran atacados desde el exterior, lo normal es que desconfiaran. Seguramente los tres barcos ya habían sido avistados. No sabían qué intenciones traían. Venían además en unas naves como no habían visto jamás. Colón cuenta cómo nada más pisar la playa estaban allí, sonrientes. Pero seguramente hubo un acercamiento y un contacto paulatino hasta que los nativos tuvieron la certeza de que venían en son de paz. De igual forma, no es creíble que los españoles se pusieran a plantar sus banderas, nada más llegar y con los indios mirando tan plácidamente. Seguramente ya habían tenido el contacto suficiente como para confiar en que no eran salvajes que los acribillarían con flechas al menor descuido.

Los lucayos vivían como hacía miles de años atrás en Europa. Iban desnudos, tanto ellos como ellas, salvo las mujeres casadas, que usaban una especie de falda corta, más bien un delantal, a la que llamaban «naguas» (y de ahí nuestras «enaguas»). Eran agricultores y utilizaban arados, pero éstos apenas eran otra cosa que un palo puntiagudo. Vivían en pequeñas chozas circulares con tejado de hojas de palma. No conocían el metal, por lo tanto no sabían ni lo que era una espada. Sus únicas armas eran unos dardos de madera rematada con un colmillo o diente de pez.

Colón habla con mucha sorpresa sobre el aspecto de las cabezas de los lucayos:

«La frente y cabeza muy ancha más que otra generación que hasta aquí haya visto»

Los lucayos deformaban la cabeza de los recién nacidos con tablas y vendas, una práctica común en muchos pueblos primitivos. (recordemos cómo todos quedaban asombrados al ver las cabezas de los hunos, que también practicaban estos ritos.) En cuanto a las creencias de los lucayos, estaban basadas en una religión (si es que se podía llamar así) tan primitiva, que los españoles pronto descubrieron que no sería difícil convertirlos al cristianismo. Básicamente, los nativos adoraban la naturaleza: la jungla, el mar, el trueno…

Los lucayos estaban encantados con los trueques que les proponían los españoles. Cualquier chorrada barata la cambiaban por sus adornos, a los cuales no quitaban el ojo de encima, por ser todos de oro. Un metal al que ellos no daban más valor que el ser de un color bonito y llamativo, pero nada más. ¿De dónde sacaba aquella gente tanto oro? Colón debía descubrirlo, pues ese era precisamente el motivo de su viaje, volver con muchas riquezas. De nada serviría haber descubierto nuevas tierras si volvía contando que en ellas solo había hallado gente primitiva y muy amable. Además, debía compensar el gasto de la empresa.

El almirante decide entonces preguntar de dónde lo obtienen. La respuesta que obtuvo lo dejó perplejo: había una isla cercana donde había oro y piedras preciosas. Pero allí también había otra gente, la misma que venía, los atacaba y se los llevaban como esclavos.

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