Hace poco, en uno de sus artículos, de los muchos que escribe el maestro Pérez-Reverte, éste defendía la vuelta a las aulas del latín y el griego. Porque, según él, el latín es la base para el entendimiento de nuestra lengua (y de muchas otras), de su estructura y su sintaxis; y junto al griego, la forma de entender la cultura occidental. No le falta razón al maestro. Algo que se desechó por creerlo inútil, desfasado o de poca utilidad, dejó a la enseñanza huérfana de un pilar tan importante que ayudaba al enriquecimiento como personas.

La interpretación de este ilustre miembro de la real academia de la lengua me parece muy acertada y aplicable a otras muchas buenas costumbres que se han ido abandonando por creerlas ya anacrónicas, como la lectura de los clásicos: en ellos están todas las claves para el entendimiento de la literatura de todos los tiempos. Ahí está nuestro inmortal Quijote, una genialidad creada por un escritor que hasta aquel momento todos creían mediocre. Pero se propuso demostrar lo contrario y lo consiguió, y por mucho que los ingleses alardeen de su Shakespeare, jamás le hará sombra.

Pero seamos sinceros: ¿Cuántos de nosotros lo hemos leído? Y esto nos lleva a otra pregunta: ¿de verdad merece la pena leerlo? Habría que puntualizar varias cosas al respecto: para leer el Quijote hay que saber dónde nos vamos a meter y mentalizarse para ello. Un libro publicado a principios del siglo XVII no es precisamente atrayente para un lector de nuestros días. Tampoco lo vamos a entender. Habrá quien no se divertirá con sus aventuras, creyéndolas ingenuas e insulsas. Ni siquiera las versiones infantiles y juveniles resumidas e ilustradas consiguen enganchar a los niños. ¿Qué es eso de un señor loco montando un escuálido caballo, acompañado de otro señor bajito y regordete a lomos de un burro? Sus aventuras no tienen gracia al lado de las muchas series de dibujos animados que abundan en televisión, o entre los videojuegos que podemos disfrutar en ordenadores, consolas o tablets.

Y aquí viene la analogía con lo que comentaba Reverte. Ver series de televisión, o jugar con dispositivos electrónicos no tiene por qué convertirnos en incultos, pero no deberíamos abandonar por ello la sana costumbre de la lectura; y si es posible, recuperar los clásicos, pues solo así vamos a desarrollar una cultura literaria que nos haga ser conscientes de que tras una serie televisiva hay un escritor. Si el latín o el griego nos aportan lo necesario para entender mejor la historia de la humanidad, el Quijote y demás clásicos nos aportan, no solo lo que necesitamos para entender la literatura universal, sino el mundo que rodeaba a sus autores.

El Quijote, en su día, fue un libro, una simple novela de éxito, hoy es un manual de literatura, objeto de estudio de los más afamados literatos y fuente de inspiración de otros muchos. Un libro en el que hay que reflexionar cada párrafo, y acudir constantemente a las notas escritas por los expertos, en las que se explica y se detallan el porqué de lo que va ocurriendo, o las intenciones de Cervantes al escribir ciertas ironías.

La estructura del libro no deja de ser curiosa y da, en ocasiones, los giros más inesperados, tratándose a veces de fallos a la hora de ordenar capítulos. En los primeros, llega un momento, por ejemplo, en que Cervantes dice: hasta aquí puedo escribir, porque esto es la traducción de un manuscrito que llegó hasta mí y tal y cual… y hasta que no encuentre más información no hay nada que hacer; y va el hombre y se va por los mercadillos en busca del resto de manuscritos. Luego está el orden de los capítulos, que, aunque parezca que cuadran, se ven fallos de coordinación. No obstante, todo esto le da su encanto, pues no deja de ser una referencia a la forma de trabajar en las imprentas de la época.

Otra curiosidad es que Cervantes incluye dentro de su obra, varias historias independientes en las que don Quijote es un simple observador. La primera de estas historias contadas por Cervantes surge cuando don Quijote y Sancho Panza encuentran a unos cabreros, los invitan a quedarse a pasar la noche con ellos y llega otro cabrero contando lo que ha ocurrido en el pueblo. Se trata de un relato de los que tantas veces van de la mano lo trágico y lo poético, no en balde Cervantes ya tenía preparados unos poemas que añadió al final, y que posiblemente los tenía guardados en un cajón sin saber muy bien qué hacer con ellos. También es una parodia o burla a las novelas llamadas pastoriles, donde sus protagonistas, en vez de pastores son cabreros.

Pero, ¿y el libro en general, de qué trata? El Quijote es tan universal que hasta inconscientemente se habla de él en todas partes, por lo que, es impensable que haya quien no sepa que va de un señor que se vuelve loco leyendo libros de caballería. Cervantes utilizará la locura de su personaje, Alonso Quijano, o Quijada, pues no llega a dejar claro cómo se llamaba de verdad, para escribir una novela de aventuras con un toque de humor (así se describió en su tiempo), y ya de paso arremeter contra la, para él, absurda moda de leer libros de caballería. Y no solo eso, sino que aprovecha para poner de vuelta y media a todos los que lo tenían por un mediocre. No quedó títere con cabeza, y así, desde el prólogo hasta el último capítulo, van recibiendo su ración de sarcasmo e ironía los más destacados personajes del momento: nobles, escritores, y todo aquel que se tercie.

Si solo fuera por lo anteriormente mencionado, el Quijote ya sería un libro interesante y entretenido, pero lo bueno viene al descubrir todo lo que encierra detrás de la locura de su personaje. Alonso Quijano pierde el juicio para convertirse en un ser libre. Abandona su casa y su vida anterior para vivir en un mundo donde luchar por sus ideales de justicia. Se reinventa a sí mismo creando su propio nombre y su amor platónico a quien ofrecer todos sus logros, pues su objetivo es hacer de su mundo un lugar mejor, y nada ni nadie podrá nunca convencerlo de lo contrario. El cura, el barbero, su sobrina y el ama de llaves serían la antítesis que no permitirá romper las normas ni la salida del sistema. El Quijote es, en definitiva, una lección de valores, solidaridad y justicia; un canto al amor y la libertad. Por eso estoy convencido de que su lectura no puede contribuir a otra cosa que no sea nuestro enriquecimiento como personas. Merece la pena pasar algunas horas con el Ingenioso Hidalgo que vivió en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre, su autor no quiso acordarse.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *