Y por qué a él le importa un bledo si lo lees o no

Lo mío con el maestro Pérez-Reverte es una relación amor-odio. No he leído todas sus novelas, pero sí muchas de ellas, y sobre todo muchos artículos suyos. Lo suficiente para hacerme una idea de qué pie cojea. El caso es que, con cojera y todo, el hombre no es que camine mal.

El cartagenero se curtió en mil batallas, literalmente, pues fue reportero en muchas guerras. Y es por eso que, a día de hoy, a sus muchos duros inviernos sobre sus espaldas, le da ya lo mismo ocho que ochenta, con todo el pescado vendido. O usando su propio lenguaje, se la suda, le importa una mierda lo que opinen o dejen de opinar sobre él.

No descubro nada nuevo; lo que acabo de decir puede descubrirlo cualquiera leyendo alguno de sus artículos. No obstante, lo suyo no es cosa de la madurez, sino de su propio carácter. Acentuado con la edad, seguro que sí, pero que podemos notarlo en cada uno de sus libros. Unos libros que nunca me dejaron satisfecho, pero que aun así no he podido dejar de leer.

Contradictorio o no, así es. Ni siquiera una de las novelas que más me atrapó acabó de gustarme. No soy el único a quien le ocurre. Me refiero a su tocho de 750 páginas titulado El Asedio. Ya lo advierte él mismo en el resumen de su libro: “lo que pudo ser y no fue.” Pudo ser una gran novela y no lo fue. ¿O sí lo fue?

La trilogía de Falcó tampoco acabó de llenarme. O puede que me llenase demasiado. ¿Remordimientos internos por caerme bien un asesino sin escrúpulos? No lo sé, pero cada vez que acabo uno de sus libros juro no volver a comprarle el siguiente. Nunca cumplo mi promesa. ¿Qué diablos tiene este escritor para hacerte incumplir juramentos sagrados?

Quizás no descubra nunca la verdadera razón, pero tengo mis sospechas. Creo que a Pérez-Reverte no puedes acercarte solo con la intención de leer una buena novela. Sospecho, por no decir creo, y aún más, por no afirmar, que no es buen novelista. Lo cual no implica que no sea bueno contando historias. Creo que ya he explicado suficiente como para que se entienda lo que quiero decir.

No, no puedes coger uno de sus libros con intención de leer una buena historia de esas que te sumergen en un mundo de fantasía, de aventuras alucinantes, de amor, o de lo que sea, porque el ilustre miembro de la RAE no sabe escribirlas. Tardé en darme cuenta, pero he llegado a la conclusión de que este escritor solo sabe transmitirte la realidad, la dura realidad. Y en esto, quizás peque de ser demasiado bueno.

El maestro nos mete de lleno, de una forma cruda, en la guerra civil a través de un personaje tan siniestro como Lorenzo Falcó. Un protagonista que ni siquiera tiene una ideología definida y es capaz de asesinar a su propia madre si así se lo ordenan y le pagan por ello. Y sin embargo te empapas, hasta salir chorreando, de lo que fue la guerra más cruenta, inhumana y absurda de nuestra historia del pasado siglo. Y encima tiene la habilidad de contarlo sin mojarse, sin comprometerse con ninguno de los dos bandos, para que nadie le mire mal, aunque a él eso se la suda, por supuesto.

¿Y cómo es que no se incluye un personaje, un protagonista que me caiga bien y me atrape en Trafalgar o en Un día de cólera? Y sin embargo es como si estuvieras en el mismísimo barco escuchando hasta los crujidos del mástil. O como si te vieras atrapado en la contienda contra los gabachos el 2 de mayo en Madrid. Te revientan hasta los oídos con los zambombazos de los cañones. Porque incluso se reproducen los sonidos de la batalla, cual onomatopeyas de un tebeo.

Volviendo al Asedio: simplemente me dejó desangelado. Ese asesino despiadado, ese capitán aventurero, esa empresaria a la que se le pasa el arroz… En fin, no quiero desvelar el final de la novela para quienes no la hayan leído, simplemente diré que no me gusta el desenlace. Casi me gusta más el personaje del gabacho encargado de lanzar las bombas, por sus detalladas explicaciones sobre la tecnología utilizada en los morteros y obuses de la época.

Sin embargo, paseé por las antiguas calles de Cádiz como si hubiera estado allí, escuchando el guirigay de la gente, observé las tiendas y los puestos callejeros, y hasta pude ver los alegres vestidos que llevaban las mujeres, aquellas que se hacían tirabuzones con las bombas que lanzaban los fanfarrones franceses. Vestidos que llegaban de contrabando, burlando la vigilancia y el ineficaz asedio a que fueron sometidos unos gaditanos a los que Napoleón se la sudaba.

Nunca más me acercaré al maestro buscando leer una buena novela. Don Arturo no sabe contar dramas, ni aventuras, ni historias de amor, está demasiado especializado en contar la realidad, y eso lo hace como nadie. Sus novelas tienen los defectos de hacerte viajar en el tiempo (sin necesidad de subirte al Anacronópete) y de llenar demasiado. Pero… no sé por qué, sospecho que lo que yo opine o deje de opinar, al maestro se la suda.

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