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Francisco Hernández de Córdoba
El gobernador arma tres navíos y pone a Francisco Hernández de Córdoba al frente de 110 hombres, que partirán el 8 de febrero de 1517. Entre los expedicionarios se encontraba Bernal Díaz del Castillo, que más tarde acompañará a Cortés y narrará toda su aventura. El piloto que navega con Hernández de Córdoba es un experimentado marino que fue compañero de Colón y no es la primera vez que atraviesa el Caribe. Los expedicionarios, después de ser sorprendidos por una tormenta llegan a la isla Mujeres, a escasos cinco kilómetros del actual Cancún. La isla estaba desierta, era un lugar de adoración a la diosa de la fertilidad Ixchel. Allí encontraron muchas figuras con forma de mujer, que las nativas mayas llevaban como ofrenda a la diosa. Por eso, la isla fue bautizada por los españoles como Isla Mujeres.
Una vez pasada la tormenta continúan hacia el norte y avistan un pueblo que describen como de gran tamaño. No eran chabolas lo que veían, sino casas hechas de cal y canto al estilo árabe, y fue por eso que la llamaron El Gran Cairo; en realidad se trataba de la ciudad de Ekab. Desembarcaron en Cabo Catoche, y allí tuvo lugar el primer encuentro con los mayas. Fue el 4 de marzo de 1517.
Diez canoas se acercaron a los barcos españoles. En una de ellas viajaba un cacique. Por medio de señas pudieron comunicarse, los españoles les hicieron comprender que venían en son de paz y les regalaron baratijas de las que tanta ilusión les hacía a los nativos, que admiraban los barcos tan grandes, comparándolos con sus canoas. Luego se despidieron indicando que volverían al día siguiente.
Tal como indicaron, volvieron el 5 de marzo. Se mostraban alegres e insistían en que los siguieran repitiendo dos palabras: “cones cotoch”, que significa venid a casa. De estas palabras viene el nombre de cabo Catoche. Hernández desconfiaba, pero aceptó la invitación tomando precauciones. Querían llevarlos a Ekab, el pueblo que habían visto desde el barco. A mitad de camino, Hernández estaba cada vez más convencido de que los llevaban directos a una emboscada y comenzaron a dispersarse. Hernández estaba en lo cierto, el cacique ordenó que los persiguieran y pronto aparecieron más. Los españoles consiguieron escapar, pero quince fueron heridos y más tarde murieron dos de ellos. Debido a la superioridad de las armas, los mayas pagaron un precio mayor. Los españoles mataron a quince y capturaron a dos. Más tarde serían bautizados en la fe cristiana con los nombres de Julián y Melchor. Fueron de gran utilidad en posteriores expediciones como guías y como traductores, ya que, no tardaron en aprender el español.
Habían tenido su primer y fatal contacto con los mayas; todavía no sabían que eran una civilización que organizaba políticamente sus territorios en una especie de provincias o jurisdicciones. Cada jurisdicción estaba formada por familias llamadas “Kuchkabal”, tenían una ciudad principal a modo de capital donde vivía el jefe, al cual llamaban “Halach Uinik”, que significa Hombre Verdadero. El “Halach Uinik” era la máxima autoridad y suyas eran las competencias para hacer de jefe militar, político y judicial. Las demás poblaciones eran gobernadas por caciques o jefes de segundo rango a los que llamaban “batab”, generalmente familiares del “Halach Uinik”.
Había también organización militar, con capitanes de mayor y menor rango. Y por supuesto no faltaban los sacerdotes, muy ligados al jefe principal, pues el mismo “Halach Uinik” era el máximo representante religioso. También había entre ellos excelentes arquitectos, los cuales diseñaron auténticas maravillas, como las pirámides escalonadas por donde rodaban las cabezas de quienes eran elegidos para ser ofrecidos en sacrificio a sus dioses.
Juan Grijalba
Los españoles no tardaron en descubrir por sí mismo que no eran tribus desorganizadas ni vivían en chozas, y estaban más adelantados que los pueblos que habían encontrado en las islas. Construían pueblos y templos y no iban desnudos, sino que se vestían con ropajes de lana o algodón, y además, sabían organizarse en la guerra.
Los hombres de Hernández serían acosados cada vez que se acercaban a las costas para aprovisionarse de agua, lo que provocaría más de un enfrentamiento. Hernández se adentra en el golfo de Méjico e intenta explorar sus costas, no encontrando más que hostilidad entre sus habitantes. La pérdida de hombres es ya numerosa y Hernández decide volver. El piloto Salamino propone hacerlo bordeando la península de Florida para ver si pueden aprovisionar agua. Llegan agotados a la costa norte de Cuba dos de los tres barcos que partieron. Los que no habían muerto estaban heridos. Hernandez , que también estaba herido, no pudo no siquiera ir a Santiago a informar al gobernador y se quedó en su casa de Sancti Spititu recuperándose. En su lugar fueron los que se encontraban en mejor estado. A pesar de la ferocidad con que los mayas se defendieron, los españoles, gracias a su armamento, habían conseguido adentrarse en la ciudad de Ekab donde se llevaron ídolos, cerámicas y objetos de oro que presentaron a Velázquez. La cosa prometía y no tardó en decidirse en preparar la siguiente expedición.
Hernández de Córdoba no conseguiría reponerse de sus heridas y no tardó en morir. Sin embargo, tuvo tiempo de presentarse ante Velázquez y no parece que el encuentro fuera muy placentero. Se dice que Velázquez humilló a Hernández negándole la jefatura de la nueva expedición, pero no es creíble que este fuera el motivo de las desavenencias, pues se entiende que el gobernador no contara con él en vista del mal estado en que se encontraba. Más bien pudieron ser las formas y los pocos escrúpulos mostrados por Velázquez, más interesado en los tesoros conseguidos y por conseguir antes que en los muertos y heridos que tales objetos habían costado. Lo que fuera que ocurrió entre ellos, provocó que Hernández escribiera a España denunciando a Velázquez y haciendo saber sus maniobras y enjuagues para que le nombraran gobernador o virrey de unas tierras para las que no tenía permiso explorar.
Pero los enjuagues de Velázquez siguieron adelante y para abril de 1518 ya estaba todo listo. El cabeza de la expedición elegido fue su sobrino Juan Grijalba de 28 años de edad. Salieron de Cuba el 10 de ese mes con cuatro navíos y 250 hombres, entre los que se encuentran algunos taínos. Llegaron a la isla de Cozumel, a unos 75 km. más al sur de Isla Mujeres, a más de 100 de cabo Catoche y a unos 20 de la costa. Desembarcaron cerca de un pueblo en el cual parecía estar desierto. Todos habían huido al ver llegar los barcos de los españoles. Solo encontraron dos ancianos que no parecían tener miedo. Julián y Melchor pudieron hablar con ellos y les pidieron que fueran en busca de sus jefes, que los españoles venían en son de paz y querían hablar con ellos; y como signo de buena voluntad les dieron baratijas que debían hacer llegar a los caciques. Los ancianos se fueron, pero no volvieron.
Mientras esperaban respuesta apareció una mujer taína, dicen que de gran belleza. Dos años atrás había llegado a las costas de Yucatán cuando las corrientes arrastraron su canoa y la de otros compañeros desde Jamaica y nada pudieron hacer para evitarlo. Los mayas los cogieron a todos, sus compañeros fueron sacrificados a los dioses y ella fue hecha esclava. Ahora había quedado abandonada en aquel pueblo desierto. En vista de que los ancianos no volvían, la enviaron a ella, a la que comenzaron a llamar Jamaiquina. La respuesta que trajo de los caciques fue que no querían entrevistarse con nadie y que se marcharan. Jamaiquina hablaba la misma lengua que en Cuba y había aprendido la de los mayas, por lo que podía ser muy útil también como intérprete y la llevaron con ellos. Como era costumbre, antes de marcharse del pueblo lo bautizaron como Santa Cruz. Julián moriría poco después, por lo que, Jamaiquina les fue de gran ayuda.
La expedición está sufriendo a misma suerte que la anterior, enfrentamientos continuos con los mayas y lluvia de flechas apenas se acercaban a la costa. Con tal panorama, Grijalba tiene que hacer frente a los oficiales que se niegan a adentrarse en los bosques de Yucatán. Han tenido ocasión de ver y hablar con el náufrago Gonzalo Guerrero, casado ahora con la hija de un cacique maya. Les ha aconsejado que se marchen y les ha hecho saber que él mismo no dudará en luchar en el bando de los que son ahora su familia. Grijalba está herido, reflexiona, no quiere acabar como Hernández, da la razón a los oficiales y pone rumbo sur hasta llegar a una bahía que llamaron de la Ascensión. Estaban casi en el límite de la jurisdicción de Ekab; el paisaje cambia. Habían salido de territorio maya y pronto tendrían contacto con un pueblo diferente, los nahuas. No son nada agresivos pero su intérprete Julianillo no entiende el lenguaje de esta gente. La gente acude hasta ellos para observarlos con curiosidad; lo hacen de forma tranquila, y tranquilos se sienten los españoles también.
Llegan a la desembocadura del río Tabasco, lo bautizan con el nombre de río Grijalba. Allí son recibidos con regalos en señal de buena voluntad y son invitados por los caciques a un banquete. Durante la comida observan las llamativas vestiduras adornadas con plumas de colores de los nahuas. Pero enseguida ven otros ornamentos más valiosos que despierta la codicia de los recién llegados. Oro alrededor de sus cuellos, de sus brazos, de sus pies o su cintura, o expuesto en cualquier lugar. La expedición se divide entre los que ven la oportunidad de hacerse ricos y entre los que no ven con buenos ojos traicionar la buena voluntad de una gente pacífica.
Pero, para eso han venido y para eso los ha enviado Velázquez; es lo que piensa el capitán Pedro de Alvarado, que a escondidas se lleva su barco y sus hombres y se van a explorar por su cuenta. No llegarían muy lejos. Grijalba los alcanza y los llama al orden. La exploración prosigue, toman contacto con los totocanas y Grijalba hace trueque con ellos entregándoles agujas para coser, peines y otras baratijas que los nativos siempre aprecian, entregando a cambio objetos de oro. Los españoles, asombrados por el gran negocio que acaban de hacer, se dan por satisfechos. Como anécdota, se cuentan que recibieron hachas de cobre reluciente que los españoles confundieron con oro, pero en cualquier caso consiguieron una buena cantidad del ansiado metal.
Satisfechos, sí, pero entonces surge de nuevo la ambición; Pedro de Alvarado da la nota de nuevo y presiona para tomar posesión de aquella tierra. A él se unen otros como el capitán Alonso de Ávila, pero Juan Grijalba es el capitán general y no piensa ceder a las presiones. No tiene órdenes de Velázquez de hacer tomas de posesión de ningún territorio, solo tiene autorización para hacer trueques con los indígenas. En realidad, Grijalba no tiene ni idea de las verdaderas intenciones de su tío; le ha enviado a hacer trueques, sí, pero esto es un simple tanteo del terreno, igual que lo fue la expedición de Hernández.
Pedro Alvarado, sin embargo, conoce bien la ambición del gobernador, piensa que Grijalba es un ingenuo y está dispuesto a comunicar la inocencia de su sobrino a Velázquez. Pero, ¿cómo hacerle llegar la noticia de que hay oro abundante en aquellas tierras y que es fácil conseguirlo? Alvarado pone en marcha su plan, será él mismo en persona quien vaya a decírselo. Su barco está en mal estado, eso le dice a Grijalba. Si no lo repara con urgencia pronto hará aguas por todas partes. Le propone regresar a Cuba y ya de paso llevarse con él a los heridos. Grijalba ve con buenos ojos la propuesta. Además, le llevará al gobernador los tesoros conseguidos y dará parte de cómo ha ido la expedición.
Velázquez llama a Cortés
Mientras Alvarado se dirige a Cuba, Velázquez envía a Cristóbal Olid con un barco en busca de la expedición, pues han pasado ya cuatro meses y nada sabe de ellos. Este barco se cruzará con Alvarado sin que ninguno de los dos aviste al otro. Las fuertes tormentas de verano retrasan su llegada, pero finalmente llega a Cuba a finales de septiembre y se presenta ante el gobernador, le muestra lo que trae y le cuenta que no han podido conseguir más por las restricciones impuestas por su sobrino. Cuando Velázquez ve los tesoros maldice a su sobrino delante de todos y declara que es un necio, a pesar de que Grijalba solo estaba cumpliendo las órdenes que él mismo le había dado; es justo lo que Alvarado esperaba y quería oír.
A Velázquez le ciega la ambición. Prepara otra expedición, pero esta vez no piensa detenerse ante nada. No tiene permiso para tal cosa, pero hay una excusa que puede valer: las dos expediciones anteriores han sido atacadas salvajemente, en la primera murieron más de la mitad, y la segunda necesita ayuda para volver; cualquier acto de violencia estará justificado. Necesita un hombre audaz, decidido, valiente, y que imponga su voluntad a los demás. Necesita a Cortés, hombre conocido y respetado por todos. Velázquez no recurrió a él por simpatía, pues ya no eran los buenos amigos que fueron anteriormente. Cortés se casó a la fuerza, chantajeado por Velázquez, al que a la vez había chantajeado una mujer. Para compensarlo le había dado la alcandía de Santiago, pero eso no arreglaba las cosas; y en cualquier caso, lo había hecho porque no había en toda la isla nadie más capacitado que él para el cargo.
Pero había otras razones por las que necesitaba a Cortés: era uno de los hombres más ricos, sino el que más. Desde que llegó a Santo Domingo no había dejado de enriquecerse, había sabido sacar provecho de todo. Luego, en Cuba, se dedicó a la agricultura, a la minería y a la cría de caballos. Tenía tres barcos propios y era socio de otros tantos, se dedicaba al comercio de ultra mar, importaba vino desde España, y muchas cosas más, era pues, un importante hombre de negocios. Poner en marcha una expedición no era barato, los barcos eran escasos en Cuba, contratar hombres no era tarea fácil y llenar las bodegas de víveres disparaba los presupuestos. Cortés era indispensable en aquella expedición.
Pero, ¿aceptaría Cortés embarcarse en una aventura tan peligrosa? Un hombre asentado en Cuba desde hacía ya nueve años. Alcalde, hombre de negocios y rico. ¿Qué necesidad tenía de arriesgar su vida? Pero Cortés, a pesar de no haber participado en ninguna expedición hasta el momento, llevaba la aventura en sus venas, y por eso dejó la universidad y viajó hasta donde se encontraba en aquel momento. Cortés no lo dudó y aceptó; era como si hubiera estado esperando el momento y la oportunidad que ahora le brindaba Velázquez. Es más, era como si intuyera o adivinara que aquella era la aventura de su vida, pues no solo puso toda su fortuna y sus barcos a disposición del viaje, sino que se endeudó, poniendo como aval todo su patrimonio, bastante valioso, por cierto, y por eso no le fue difícil obtener los préstamos. En definitiva, lo dejaba todo atrás para comenzar una nueva vida.
Los prestamistas confiaban en recuperar y multiplicar su dinero, los que se alistaban confiaban en hacerse ricos y los que se quedaban en tierra estaban igualmente entusiasmados, porque todo el mundo admiraba a Cortés y confiaban en que llevaría a buen puerto su aventura, una confianza y un entusiasmo que Velázquez no había visto en las anteriores exploraciones; y entonces, comenzó a arrepentirse de haber elegido a Cortés. El gobernador había pasado a un segundo plano, nadie decía que Velázquez estaba organizando una gran expedición; todos mencionaban a Cortés cuando se hablaba de ella. Por otra parte, Velázquez comenzó a desconfiar y sospechaba que algo tramaba. ¿Por qué si no se había gastado todo su dinero y empeñado sus bienes? Su sobrino había sido demasiado blandengue, pero Cortés, se veía claro, iba dispuesto a todo, y eso no tranquilizaba al gobernador.
En el tramo final de los preparativos, Velázquez se niega a seguir adelante y quiere parar aquello que a él le parecía una locura que se le había ido de las manos. Cortés le hace saber que no hay marcha atrás, pues no piensa perder todo lo que ya ha invertido. Seguirá adelante con o sin su permiso. Velázquez sabe que lo apoyan y se ve incapaz de pararlo. Para complicar más las cosas, el 7 de noviembre se presenta Cristóbal Olid, que vuelve de buscar a los desaparecidos de la segunda expedición. Cortés lo intercepta antes de que contacte con el gobernador y le pregunta cómo le ha ido. Le contesta que los ha encontrado. La expedición de Grijalba lo había pasado muy mal en el último mes, al encontrarse con tribus hostiles que los habían acosado y provocado muchas bajas. Habían llegado a la Habana, donde permanecerían unos días recuperándose, luego vendrían a Santiago a presentarse al gobernador. Cortés lo convence de que diga que no los ha encontrado.
No obstante, la noticia de que han vuelto a Cuba corre como la pólvora y Velázquez se entera. Ahora su negativa a que Cortés se marche es rotunda. Quiere que todo se paralice hasta que Grijalba vuelva, pero Cortés lo ignora y seguirá delante. Entonces Velázquez pone en marcha un plan para perjudicar su partida: sabiendo que la comida es lo último que se carga en las bodegas y que aún estaba comprar, prohíbe vender ningún tipo de aprovisionamiento a Cortés. Un plan que no daría resultado, pues a pesar de las amenazas de ser represaliados, los comerciantes se dejaron “atracar” pacíficamente y los víveres fueron llevados hasta los barcos.
El domingo 14 de noviembre de 1518 acuden a misa Cortés y los 300 expedicionarios. También acude Velázquez, al que se acercan algunos proponiéndose a sí mismos como candidatos para sustituir a Cortés. Algunos ya le han envenenado la sangre y le advierten que no volverá. Pero el gobernador sabe que no puede hacer nada y que son demasiados los que apoyan al extremeño. El día 17 muy temprano, todos están ya a bordo y los buques inician las maniobras, el puerto se va llenando de gente que ovacionan a los que está a punto de partir. Velázquez y sus seguidores también se presentan. Cortés está rodeado de hombres armados, por si intentan apresarlo. El gobernador intenta por última vez convencerlo para que se quede; la respuesta fue: «Perdonadme, pero todas estas cosas se pensaron antes de ordenarlas. ¿Cuáles son vuestras órdenes ahora?». Velázquez no respondió nada. Llega el momento de la partida y las velas son izadas, no sin que Cortés se despida antes del gobernador de Cuba muy “cortésmente”.
Fue una falsa salida, la flota no se dirigió a Yucatán, sino a la ciudad de Trinidad, en la costa sur de Cuba. Cortés no quería prolongar más las desavenencias con Velázquez, y quiso alejarse de él cuanto antes, pero no será hasta el próximo mes de febrero que partan definitivamente. ¿Qué hizo Cortés en Trinidad todo este tiempo? Reclutar más barcos y más gente, además de aumentar los pertrechos.
Allí fue donde Cortés, sin la presión y el control del gobernador, pudo por fin organizar debidamente su flota. Convenció a casi todos los miembros de la expedición de Grijalba para que se embarcasen con él; son 200 hombres más, entre los que se encontraba de nuevo Pedro Alvarado, con lo que, ya son un total de 500. Pero a Cortés debieron parecerle todavía pocos e hizo venir a los más de 200 indios y negros que trabajaban con él en su hacienda, entre los que se encontraban varias mujeres que se encargarían de cocinar. En total se calcula entre 750 y 900 el total de personal que se embarcó en la expedición, todo esto ya, a espaldas de Velázquez. La armada aumenta hasta once barcos. No había muchos más en ese momento en Cuba.