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En un remoto lugar de un mundo desconocido
Mientras en Castilla reinaba Pedro I en plena edad media, en un continente cuya existencia era desconocida para los europeos, emergía una civilización que nacía de otras mucho más antiguas. Los mexicas formaban parte del grupo de pueblos nativos llamados nahuas. Tradicionalmente, a los mexicas se les ha llamado aztecas, por la creencia de que provienen de esta mítica civilización, cuyo asentamiento sería Aztlán, lugar que nunca ha sido hallado. Sean o no parte de este pueblo extinguido, los mexicas llegaron a la cuenca de México y se instalaron en un lugar paradisiaco: un islote al occidente del lago Texcoco. Allí fundaron la ciudad de Tenochtitlan.
Esto ocurría en la primera mitad del siglo XIV, entre 1320 y 1360. Tenochtitlan sirvió como embrión de una gran ciudad que llegaría a convertirse en lo que hoy es la ciudad de México. Estaba comunicada con las orillas y con los demás islotes mediante diques; fue agrandándose cada vez más y hubo que ir rellenando el lago hasta hacerlo desaparecer. Y así fue como los mexicas fueron haciéndose poderosos y dominando a los demás pueblos hasta convertirse en un imperio. ¿Y cómo eran los mexicas? Seguramente eran hospitalarios y buena gente, como vendría a demostrarse con algunos náufragos españoles que llegaron a sus playas y se integraron entre ellos. Pero practicaban una religión que los hacía comportarse como verdaderos demonios.
Contaba el historiador estadounidense Víctor W. von Hagen, que la guerra y la religión eran inseparables en la cultura mexica. Sus dioses exigían constantemente sacrificios; por eso, cuando no había guerras, las provocaban con el único fin de capturar a sus enemigos; porque no era matar lo que los mexicas perseguían, sino capturar prisioneros vivos. Su armamento incluso estaba diseñado para inmovilizar, pero no quitarles la vida a sus rivales. Así conseguían el alimento que los dioses exigían: el corazón y la sangre humana. Una vez ofrecido este alimento, los cuerpos sin vida eran echados a rodar por la larga escalera de piedra que iba desde la base de la pirámide hasta la cúspide, donde se hallaba el altar, llegando abajo completamente destrozados. El horror que sufrían los habitantes limítrofes, constantemente amenazados, y temerosos de servir de alimento de los dioses mexicas, fue lo que los llevó a aliarse con los españoles cuando éstos decidieron conquistar el imperio.
Visto lo cual, es fácil adivinar que la brujería y las supersticiones estaban a la orden del día. Todo evento astrológico, movimiento de aves o fenómenos atmosféricos eran interpretables. Eclipses de sol o de luna, vuelos de águilas o cuervos, rayos, truenos, inundaciones o sequías, todo podían ser malos o buenos presagios. Y fue de esta manera, como los mismos mexicas profetizaron la caída y desaparición de su propio imperio.
Existe una larga lista de emperadores aztecas o mexicas, que se remonta casi al primer milenio, mucho antes de su llegada a la Cuenca de México. Entre 1502 y 1520 reinaba Motecuhzoma Xocoyotzin, o simplemente Moctezuma II, y a él le había tocado la difícil tarea de intentar salvar a su pueblo y evitar, si es que eso era posible, que su imperio desapareciera. Las espesas selvas no han impedido que hasta él lleguen las noticias de lo que ocurre en el Caribe. Sabe que los españoles andan por allí desde hace casi tres décadas; que han llegado y se han hecho pasar por dioses. Y sabe la suerte que han corrido los taínos de La Española y Cuba. Al tanto está de que van ya varias expediciones que tantean la península de Yucatán y el golfo de México. Era cuestión de tiempo el contacto directo con los invasores; bien sabe él que los intercambios de baratijas por oro no es más que una forma de ir introduciéndose en sus tierras para acabar asentándose y hacerse los dueños absolutos de ellas. Los consejeros de Moctezuma no se ponen de acuerdo, pero el emperador debe dar una respuesta cuanto antes, porque el conquistador ya está llamando a su puerta y quiere verse con él.
Una conjugación divina
Los franciscanos mejicanos veían en la fecha de nacimiento de Hernán Cortés una conjugación divina, pues había nacido el mismo año que Lutero. Si Lutero había venido al mundo para descarriar las almas de tantos millones de europeos, Cortés había venido para compensar esas pérdidas en el Nuevo Mundo, evangelizando Méjico. Como vemos, en esta parte del mundo conocido tampoco faltaban, ni siguen faltando, las creencias supersticiosas. Pero lo cierto es que la fecha era solo aproximada. Lutero nació en 1483 y Cortés, según su biógrafo oficial y confesor Francisco López de Gómara, lo hizo dos años más tarde en Medellín, Badajoz; que si en verdad hubiera venido al mundo para tal fin, tanto vale una fecha como otra. Y por cierto, este biógrafo no nos dejó dicho la fecha exacta, solo nos dice que fue a finales del mes de julio de 1485. En ese año reinaban ya en Castilla Isabel y Fernando.
Su nombre completo era Hernán Cortés de Monroy, hijo único de Martín Cortés de Monroy y de Catalina Pizarro Altamirano. Eran los Cortés una familia hidalga, es decir, nobles, pero con escasos recursos, pero no por ello menos honrados. Sobre su nombre de pila, no hay acuerdo en si era Fernando, Hernando o Hernán, aunque la historiografía ha difundido su forma más abreviada de Hernán. Cuentan que él se hacía llamar Cortés a secas y no le gustaba que le llamasen don Fernando o don Hernando, a pesar de que todo noble o persona con cargos oficiales tenía derecho a que le tratasen de don (del latín dominus, maestro o señor). Él creía que la esencia de la autoridad no estaba dentro de la fórmula de un tratamiento ni era hereditaria, lo cual le valió más de una crítica por parte de su círculo de amigos.
Lo cierto es que, si había alguien con derecho al tratamiento de don, ese era Hernán Cortés, pues descendía de familias nobles tanto por parte materna como paterna; y si profundizamos un poco en su genealogía, podemos ver que eran hidalgos en su acepción de generosos y valientes. La familia Monroy provenía de tierras asturianas, desde donde, envalentonados, después de la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212, muchos cristianos se lanzaron a la reconquista de nuevas tierras, modificando las fronteras de León y creando una nueva “frontera extrema” que daría nombre a Extremadura.
En este contexto se crean las órdenes militares de caballería de Santiago, de Calatrava y de Alcántara. En el año en que Isabel y Fernando llegan al trono de Castilla, Martín Cortés de Monroy es maestre de la orden de Alcántara y llega a enemistarse con ellos por la política emprendida, con la cual quieren debilitar el poder de la nobleza, anclada todavía en la edad media, y que tanto condicionaba el poder regio. Cuando Portugal entra en guerra contra Castilla, en defensa de los derechos de la Beltraneja por la Corona, Martín Cortés elige ponerse de su parte. Pero tras varios años las cosas se tuercen para los portugueses, y estando la causa prácticamente perdida, Cortés se encuentra entre el último reducto de opositores a Isabel, que resisten en Medellín, y que finalmente acaban rindiéndose. Las consecuencias para los perdedores fue la confiscación de sus bienes, que pasaron a formar parte de la corona; y es por eso que a estas alturas encontramos a una familia Cortés venida a menos económicamente.
El bachiller aventurero
Cuando Cristóbal Colón llegó a España proponiendo a Isabel y Fernando su descabellado viaje, Hernán Cortés apenas estaba recién nacido. Para cuando el Nuevo Mundo fue descubierto, ya había cumplido los siete años. En 1499, siete años más tarde, mientras Colón regresa a España encadenado de su tercer viaje, Hernán Cortés ingresa en la Universidad de Salamanca, lugar originario de su padre. Allí se hospedará en casa de unos parientes mientras estudia la carrera de derecho. No llegaría a licenciarse, pues al cabo de dos años regresó a Medellín, para disgusto de sus padres. De por qué Cortés abandonó la carrera se ha especulado mucho, pero nadie ha llegado a averiguar nunca la razón. Todo indica que, a pesar de la inteligencia de aquel muchacho de 16 años, su carácter inquieto le pedía aventura y aire libre en lugar de aulas y bibliotecas cerradas. No obstante, parece ser que no desaprovechó el tiempo durante aquellos dos años, obteniendo excelentes notas.
Aquel año se preparaba una nueva expedición al Nuevo Mundo. Isabel y Fernando (sobre todo Fernando) deciden cesar a Colón en el cargo de gobernador y enviar a alguien que fuera capaz de poner orden en “las indias”. El nuevo gobernador será Nicolás de Ovando, un hombre sin escrúpulos y que no dudará en masacrar a cuanto indígena no se someta, algo que indignará a Isabel en sus últimos días. Sin embargo, Ovando va dispuesto a cumplir con la misión que le han encomendado y Fernando, menos piadoso y más práctico que la reina, quedará satisfecho. Ovando pertenecía a la orden de Calatrava y por tanto tenía buenas relaciones con la familia Monroy, de hecho, en esta expedición se embarcarían dos miembros de los Monroy. No está claro si el joven Hernán Cortés estaba al tanto de esta expedición y por eso abandonó la universidad, o por el contrario fue después de abandonarla cuando le propusieron que se uniera a ella. Más bien lo primero. El caso es que Cortés se enroló en la expedición.
Una flota de treinta navíos con dos mil quinientas personas partía de Sanlúcar el 13 de febrero de 1502. Y a pesar de que Cortés figuraba en la lista de pasajeros, no estaba a bordo. ¿Qué le había ocurrido a Cortés? Gómara, su biógrafo oficial nos lo cuenta: la noche antes de su partida, quiso despedirse de una joven a la que había seducido. De pronto apareció el marido y Cortés sale huyendo por muros y tejados, hasta caer a un patio rompiéndose una pierna. Si el marido engañado lo encuentra está perdido, pero, milagrosamente alguien sale a socorrerlo y lo esconde en su casa; es la suegra del cornudo que siente lástima del muchacho y lo pone a salvo de la espada de su yerno. Cortés sale maltrecho, pero vivo, de su aventura amorosa, aunque tendrá que renunciar a su aventura en el Nuevo Mundo, de momento.
Hay quien duda de que esta rocambolesca historia sea cierta o que sucediera justo en el momento en que Cortés debía embarcar. Puede que así se lo contara a su biógrafo para justificar su renuncia a marchar a América por ser todavía muy joven. Tal vez fueron sus padres los que lo convencieron, y con toda razón, pues no veían con buenos ojos que un muchacho de tan solo 16 años marchara donde muchos no volvían. Dos años aplazaría Cortés su marcha, mientras tanto, estuvo en Valladolid trabajando en una oficina notarial.
A principios de 1504 Cortés se embarca en un navío mercante y salió de Palos rumbo al Nuevo Mundo. El 6 de abril desembarca en Santo Domingo donde es recibido por el propio Ovando que se alegra de que por fin haya llegado a la isla. Cortés, nada más pisar tierra comprende lo que allí ocurre. Se ven indios que se han cristianizado y se han construido escuelas a las que asisten los niños indígenas; para eso han venido los frailes. Pero La Española no es precisamente un paraíso. Ovando tiene una guerra abierta con los indios que están en aquellos momentos más rebeldes y dolidos que nunca después de lo ocurrido con la cacica Anacaona.
Tampoco se recogía el oro tal como se recogen las piedras, según le habían contado. Allí el escaso oro lo aportaban los indios, obligados a trabajar para encontrarlo. Sencillamente, el ambiente que encontró Cortés no fue de su agrado, y por eso él y los criados que sus padres se habían empeñado en hacer que le acompañaran, decidieron marcharse de allí. ¿Adónde irían? Cortés oyó hablar de una expedición que partía para Venezuela, quizás por allí les iría mejor, nada perdía por probar después de tan largo viaje. Pero enterado Ovando de la decisión de Cortés lo manda llamar y lo convence para que se quede. El gobernador debía sentirse responsable del muchacho y no quería que algún día su padre le reprochara no haberle acogido debidamente. Ovando tenía grandes proyectos para él.
El bachiller soldado
Tras algo más de un año al servicio de Ovando, Cortés es puesto al frente de sus propias tropas. Había mucho por pacificar todavía en La Española y el gobernador confiaba en el joven extremeño a pesar de sus escasos 20 años. No se equivocaba Ovando y los resultados no le defraudaron. El método de guerrear en La Española cambió de forma radical con la llegada de Cortés. Se acabaron los abusos y las masacres contra los indios, a la vez que descendieron de forma llamativa las bajas entre los soldados españoles. Y sin embargo la pacificación y la convivencia entre indios y españoles se aceleró hasta llegar a ser una realidad. Cortés prefería la negociación con los indígenas, y dejaba la orden de ataque como último recurso. El bachiller ponía en práctica sus estudios sobre derecho y su inteligencia con un resultado sorprendente. Ovando se alegraba de no haberlo dejado marchar.
Una vez pacificada La española Ovando divide la isla en diecisiete ayuntamientos para una mejor administración del territorio. A la cabeza de esos ayuntamientos pone a gente de confianza y a Cortés lo pone en la ciudad indígena de Azua, en la costa sur de la isla. Está claro que Cortés ya ocupa un lugar en el círculo de colaboradores de Ovando. Pronto recibirá la encomienda que el gobernador había prometido a todos los que se comprometían a permanecer cinco años en La Española: terrenos en propiedad para asentarse en ello y cultivarlos. Pero Cortés no tiene espíritu de agricultor y vuelve a Santo Domingo.
La vida en Santo Domingo tras su pacificación debió ser monótona y aburrida, y puesto que nuestro joven aventurero tenía que pasar los días entreteniéndose en algo, casi se nos vuelve un gamberro. Por lo visto, era un gran jugador de cartas, algo que no podía llevarlo por buen camino. Pero es que, además de eso… dejemos que Díaz del Castillo, que más tarde compartiría aventuras con Cortés, nos lo cuente:
“Oí decir que en la isla La Española fue algo travieso con las mujeres, y que se acuchilló algunas veces con hombres muy diestros, y siempre salió victorioso; y tenía una señal de cuchillada cerca del bezo de abajo, más cubríaselo con las barbas”.
Teniendo en cuenta que en Santo Domingo apenas había mujeres españolas, se cree que las mujeres con las que tuvo estos líos eran indias, quizás hijas de algún cacique con el que se las tuvo que ver a cuchilladas.
¿Eso era todo cuanto hacía Cortés en Santo Domingo? Por supuesto que no, pues nadie se enriquece haciendo el haragán, y Cortés se había enriquecido en los años que llevaba allí. Está claro que trabajar en la administración estaba bien remunerado. Pero, ¿de qué trabajaba exactamente el joven extremeño? De tesorero. El rey Fernando tenía un enlace entre España y las Indias. Ese enlace era Miguel de Pasamonte, encargado de supervisar los envíos a España del quinto real, también llamado quinto del rey. Es decir, la quinta parte o 20% de todo lo obtenido en la actividad minera, ya fuera oro plata u otros metales.
Pasamonte conoce a Cortés y ve en el muchacho un portento de astucia e inteligencia, y además, confía en él, y es por eso que lo nombra su apoderado en la isla. Ya tenemos a Cortés, empleado como tesorero. No hay por qué malpensar en aquello de quien parte y reparte, pues esto no quiere decir que el tesorero pudiera manejar las arcas de La Española a su antojo, para eso estaba el gobernador a quien había que rendir cuentas. Sin embargo, está claro que los porcentajes que iban a parar a manos de la administración eran suficientes para que les cayera un buen sueldo. Aparte de esto, estaban las tierras recibidas por cumplir un contrato de permanencia de cinco años en la isla y la búsqueda de oro por cuenta propia, siempre que aportaras a las arcas del estado la quinta parte. ¿De dónde salía el oro? La Española no era rica en oro ni plata, a pesar de que los adornos que lucían los indios pudieran hacer pensar a los españoles otra cosa. La mayoría del oro que lucían era producto de intercambios entre tribus de otros lugares, aunque algo de este codiciado metal sí que arrastraban los ríos o podía encontrarse en ciertas minas.
Los indígenas, sin embargo, no se había dedicado nunca a la minería ni a cribar la arena de los ríos buscando un metal que para ellos no tenía más valor que el decorativo. La desgracia les cayó encima cuando se les obligó a sacarlo de donde buenamente pudieran, pues había que justificar aquella conquista ante los reyes, que exigían motivos para continuar con ella. Porque si Isabel se había conformado con poder cristianizar a quienes se consideraban salvajes, Fernando y más tarde su nieto Carlos pedían rentabilizar lo invertido.
Pedir que los indios aportaran algo que no tenían y que se veían obligados a sacar de la tierra o del agua de los ríos fue como esclavizarlos, a pesar de que estaba prohibido. Pero si a los taínos de La Española no se les podía esclavizar, había que buscar el remedio de la mano de obra, que además comenzaba a escasear debido a las muertes por epidemias trasmitidas por los españoles.
Hay unas pequeñas islas que forman un arco desde Puerto Rico hasta las costas de Venezuela, las Pequeñas Antillas, donde sus habitantes eran antropófagos, los llamados caribes o canibas, y de ahí el término caníbal. Desde que se descubrieron estas tribus fueron considerados demonios no aptos para ser cristianizados, y por lo tanto, desde España no se oponían a utilizarlos como esclavos.
Los pleitos de la familia Colón
Colón mientras tanto se embarca en su cuarto y último viaje en abril de 1502, explora Centroamérica en busca de un paso hacia el Pacífico y por consiguiente a las verdaderas indias, pero no lo encuentra y sus barcos se van deteriorando hasta naufragar en Jamaica sin recibir ayuda de Ovando. Cuando por fin es recatado y vuelve a España, la reina Isabel, su protectora, ha muerto. Colón moriría dos años más tarde en 1506 sin ser atendidas sus súplicas de que le fueran restituidos sus derechos de gobernador de las tierras descubiertas por él. Muerto Colón, es ahora su hijo Diego el que reclama la herencia que le corresponde, según las Capitulaciones de Santa Fe, por las cuales los títulos de su padre son hereditarios.
El rey Fernando, habiendo reflexionado sobre esas capitulaciones, y ahora que su esposa ya no estaba para contradecirle, había decidido no cumplirlas ya que eso suponía poner en manos privadas y de forma indefinida –puesto que los títulos eran hereditarios- todo lo descubierto y por descubrir. Quizás es que nunca imaginaron la dimensión de todo lo descubierto. Pero ahora Diego insistía a pesar de la negativa del rey:
«Yo por vos bien lo faría, más non lo fago por vuestros hijos y sucesores». A lo cual Diego contesta: «Señor, ¿es justo que sufra y pene yo por unos hijos que ni siquiera sé si llegaré a tener?»
Finalmente, Fernando decide contentar momentáneamente a Diego y le concede el puesto de gobernador de La Española.
El 10 de junio de 1509, Diego Colón, que acababa de cumplir los 30 años, llega a La Española con la flota proporcionada por el rey, dispuesto a ocupar su puesto de gobernador. Le acompañan sus dos tíos Bartolomé y Diego y su hermano Fernando. También le acompaña su esposa María de Toledo, prima lejana del rey, que había reclamado ante el monarca con uñas y dientes los derechos de su esposo.
Fue una gran sorpresa para todos, que no esperaban un cambio de gobernador, mucho menos ahora que Ovando había logrado el objetivo perseguido en La Española. En verdad, Fernando estaba satisfecho, y por eso a su vuelta lo nombró gran comendador de la orden de Alcántara, la orden militar a la que Ovando pertenecía. Por otro lado, Diego dejaría de incordiarle mientras estuviera lejos, ocupando un puesto que no sería para siempre ni hereditario, luego vendrían más reclamaciones, más pleitos, pero para entonces Fernando ya no estaría en este mundo.
La nueva política de Diego Colón
Santo Domingo iba pareciéndose cada vez más a un pueblo europeo gracias a las edificaciones de piedra. Ovando tuvo su palacete y hasta Cortés se construyó una casa de piedra. Nada más llegar, Diego Colón se hizo construir su propio palacio, donde su esposa quiso montar toda una corte con toda la pompa de las cortes europeas, como si una reina de verdad se tratara. Y mientras su esposa fantasea, Diego se dispone a poner en marcha su nueva política. La Española era la única isla donde los españoles se habían establecido hasta entonces; había llegado el momento de expandirse.
Las expediciones comienzan a prepararse. Juan Ponce de León será el encargado de conquistar la isla Boringuen (Puerto Rico), Juan Esquivel se dirigirá a Jamaica, mientras Diego de Nicuesa y Alonso de Ojeda seguirán con la exploración que ya había comenzado el propio Colón en tierra firme en el Darién (Centroamérica). Cortés ve la oportunidad de afrontar nuevos retos y aventuras, hace ya más de cinco años que se aburre en La Española, no se expone a perder las tierras que ya posee en la isla, y por otro lado, nada le une a Diego Colón. Cortés se unirá a la expedición de Nicuesa y Ojeda, que parten de Santo Domingo el 12 de noviembre de 1509 con cuatro navíos, dos naos y dos bergantines, en ninguno de ellos se encuentra Cortés, que no se ha presentado a la hora indicada. ¿Qué le ha ocurrido ahora a Cortés?
Otra vez la pierna, eso es lo que cuenta Gómara. La pierna que se rompió antes de la partida de Ovando le estaba dando problemas precisamente ahora. Gómara dice que tiene la pierna paralizada, pero Cervantes de Salazar no se anda con remilgos y va directo al problema: “Decían sus amigos que era sífilis, porque siempre fue amigo de mujeres, y las indias mucho más que las españolas inficionan a los que tratan”.
Todo es perfectamente posible, tanto el problema con la pierna como la infección por sífilis. Pero también pudo ser una excusa para no viajar con ellos. Cortés debía estar al tanto de lo que tramaban Nicuesa y Ojeda y por esa razón habría querido evitar implicarse en un conflicto que podía tener graves consecuencias. ¿De qué conflicto estamos hablando? Ojeda ya había explorado las costas de Venezuela y sabía cuántas posibilidades podían ofrecer unas tierras de las que no se conocía su límite, y ya se tenía casi la seguridad de que podía tratarse de un continente. Ojeda desea ser gobernador. Nicuesa también. Ambos han solicitado a espaldas de Diego Colón la gobernación de esas tierras a Juan Fonseca, el administrador de las Indias en Castilla.
De haberse enterado Diego Colón hubiera actuado contra ellos, pues estaba convencido de que toda tierra descubierta era de su propiedad. En cualquier caso, todo salió mal. La rivalidad entre Nicuesa y Ojeda no tarda en manifestarse. Ojeda intenta tomar su camino en solitario, pero Nicuesa lo persigue. Juan de la Cosa muere al ser alcanzado por una flecha india. Muchos hombres caen enfermos y van muriendo. Ojeda regresa y su barco encalla en las costas de Cuba. Cuando consigue llegar a Santo Domingo está demasiado enfermo y muere poco tiempo después. A Nicuesa no le espera nada mejor, sus hombres se han puesto en su contra y lo embarcan en un navío deteriorado que se hunde nada más zarpar.
Un pequeño grupo se empeña en proseguir la exploración en Centroamérica. Al mando estaban Francisco Pizarro y Vasco Núñez de Balboa, que sería el primero en avistar el océano Pacífico, al que llamaría el Mar del Sur.