¿Y después de Guadalete, qué ocurrió?
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La llegada de los musulmanes a España, vino a dar un giro radical a nuestra historia. No se sabe qué hubiera ocurrido de no haberse descompuesto el reino visigodo, como tampoco sabremos nunca qué hubiera ocurrido si no hubieran llegado los pueblos germanos a la península Ibérica y hubieran dejado discurrir el futuro hispano por sí solo, es decir, que los habitantes hispanos se las hubieran arreglado por sí mismos después de haber quedado huérfanos del desaparecido Imperio. Pero al igual que los visigodos aprovecharon la caída romana para apropiarse de la península, los musulmanes hicieron lo propio ante la caída visigoda. La ley del más fuerte.
Los musulmanes iban a marcar toda una época que duraría ochocientos años. Los cristianos consiguieron rehacerse y contraatacar, pero reconquistar toda España no iba a ser tarea fácil, más por falta de población necesaria para asentarse en los terrenos reconquistados que por otra cosa. Aún así, en menos de tres siglos, media península volvía a estar bajo dominio cristiano. En realidad, para el siglo XI, media España era cristiana y la otra mitad estaba bajo su dominio. Cuando se habla de ocho siglos, son muchos los que tienden a creer que fue el tiempo en que los musulmanes dominaron la península. No fue así, porque debido a las luchas internas, el califato de Córdoba se hizo trizas dividiéndose en pequeños reinos que pronto fueron dominados por los cristianos, a los cuales debían pagar tributos. Los moros, a partir del siglo XII, no fueron una amenaza, sino una fuente de riqueza para los reinos cristianos del norte. Estaban asentados en la media España del sur, la que los cristianos no tenían medios para repoblar. No había necesidad de echarlos, mejor dejarlos y que sacaran la riqueza que la tierra ofrecía. Debido a esta decadencia y humillación en la que cayeron los musulmanes, hubo dos invasiones más, aunque nunca volverían a tener el dominio absoluto de lo que ellos llamaron Al-Ándalus.
Hemos visto cómo la finalidad última de los norteafricanos era invadir la península Ibérica para quedarse en ella. Lo habían venido intentando años atrás, ¿cómo no se dieron cuenta los partidarios de Witiza de que eso podía ocurrir? Ahora ya no había remedio y los moros se estaban adueñando de la casi totalidad de España; en solo diez años lo iban a conseguir. ¿solo diez años? Los romanos tardaron doscientos. Bien, digamos que las circunstancias eran distintas. Cuando llegaron los romanos la península era un inmenso solar repleto de tribus que no rendían cuentas a nada ni a nadie, sino a ellos mismos. Conquistar Hispania supuso ir conquistando una tribu tras otra, paso a paso, con paciencia infinita. Conquistar el reino visigodo solo supuso derrotar a su rey para que todos los demás se rindieran al supuestamente nuevo monarca. Los musulmanes no entraron en España como enemigos, sino como aliados de uno de sus bandos, por lo tanto, allá por donde pasaban, lo hacían como vencedores y amigos del bando ganador. La resistencia, si es que la hubo, fue escasa hasta llegar a Toledo, pero, ¿qué ocurrió una vez que todos se dieron cuenta de que los extranjeros no se marchaban y se hacían dueños y señores de toda España? Quizás ya era tarde para reaccionar. Aunque reacciones hubo, sobre todo al ir subiendo hacia el norte, pero para entonces, los invasores ya se habían asentado, se habían organizado y se habían hecho fuertes en las tierras conquistadas.
Añadamos, además, que los extranjeros contaron con una ayuda inestimable desde el interior, la de los judíos. Debió ser entonces cuando los que acusaban a los judíos de estar conjurados con los norteafricanos para una invasión dirían aquello de: ya lo decía yo, que los judíos nos la jugarían tarde o temprano. Posiblemente, nada de lo concerniente a conjuras fuera cierto, pero el caso es que, los judíos, oprimidos como estaban por los gobernantes y eclesiásticos visigodos, vieron en los musulmanes una liberación y no dudaron en allanarles el camino. Pero no culpemos solo a los judíos, la nobleza visigoda misma no dudó en pactar con los invasores. No todos, pero muchos de ellos lo hicieron, pues los musulmanes se mostraban menos ásperos que los mismos visigodos, es decir, aquellos que poseían tierras y otros bienes podían seguir conservándolos, solo tenían que contribuir pagando unos impuestos que resultaron ser menores que las contribuciones que hacían a los monarcas visigodos. Aquello resultó ser un gran negocio. Pero aún había más, los recién llegados ofrecían beneficios en forma de bajada de impuestos a todo aquel que se convirtiera en musulmán. ¿Y hubo quienes se convirtieron? Pues sí, los hubo, como el conde Teodomiro en Murcia, aquel que hacía unos años abortó una escaramuza musulmana; o los Casio en el valle del Ebro, los famosos Banu Qasi, como pasaron a llamarse. No era cosa de arriesgarse a perder tan ricas tierras, y la mejor forma de asegurárselas era convertirse en uno de ellos. Pero, ¿tan débil era su fe cristiana? ¿Dónde quedaba aquello de acumular tesoros en el cielo y no en la tierra? Como diría un catalán, la pela es la pela. Pero el caso es que, las enseñanzas del Islam no eran tan diferentes a las enseñanzas cristianas, al principio, y mucho más teniendo en cuenta que hasta hacía medio siglo los godos practicaban el arrianismo. En ambos casos, islam y arrianismo negaban la deidad de Cristo. Ya habían cambiado arrianismo por catolicismo una vez, hacerlo ahora de nuevo al islam no les iba a acarrear un trauma, sobre todo, teniendo la recompensa adelantada de los tesoros en la tierra.
A todos estos elementos que facilitaron la conquista de España habría que añadir uno más: godos e hispanorromanos no estaban del todo integrados. Los godos eran quienes gobernaban el reino y quienes tenían el poder militar, pero después de dos siglos (más de tres desde que pisaron por primera vez la península) no dejaban de ser unos extraños, una minoría dominante entre los hispanorromanos. A pesar de todo el romanticismo que algunos historiadores ponen a la hora de evaluar los siglos de historia visigoda, la convivencia entre los dos pueblos quizás no fuera todo lo idílica que nos gustaría que hubiese sido. La entrada de los pueblos germánicos, llámense godos, vándalos, alanos, o bárbaros en su conjunto, no deja de ser una invasión, como lo fué primero la llegada de cartagineses y romanos. Pero también es cierto que con Roma, Hispania evolucionó y desarrolló un buen nivel de civilización hasta convertirse en la provincia más importante del Imperio, aportando incluso dos de los emperadores mejor valorados de la historia.
Los godos aprovecharon la caída del Imperio para quedarse con algo que realmente no les pertenecía. O se lo apropiaron por despecho, porque estaban hartos de que Roma los engañase. Tampoco se les puede reprochar que hicieran algo que hace dos mil años (y hasta hace mucho menos) era algo tan frecuente como adueñarse de un país por la fuerza sin pedir permiso a nadie. Pero su llegada supuso para los hispanos convertirse en ciudadanos de segunda, o menos que eso. Cierto es que tampoco se obtenía la ciudadanía romana tan fácilmente, incluso en la misma Roma italiana existieron siempre los patricios y los plebeyos, para aquellos romanos de pura cepa y los que no lo eran. Pero fuera mucho o poco lo que Roma ofrecía, con los godos supuso un volver a empezar. Los godos se convirtieron en los patricios de Hispania y los hispanos legítimos no llegaban ni al grado de plebeyos. Hubo enfrentamientos, no solo con los suevos y los vándalos, sino contra los propios hispanorromanos que veían cómo los recién llegados, en algunos lugares se apoderaban de sus tierras y promulgaban leyes que en nada les favorecían. No fue hasta Recesvinto que las leyes fueron iguales para todos, o casi, siempre quedó el casi. Es de alabar el hecho de que adoptaran el latín como lengua oficial y se conviertieran al catolicismo, religíón hispana heredada de Roma; pero no nos engañemos, si lo hicieron fue porque el arrianismo no era más que una moda, y en Francia eran también católicos. Ser arrianos solo les daba problemas con los vecinos francos. Había que ser europeos.
Muy positiva fue, sin embargo, la unificación y la creación de las estructuras de estado necesarias para que España llegara a ser por primera vez un verdadero reino, país, o lo más parecido a lo que hoy llamamos nación. Pero godos e hispanorromanos estuvieron enfrentados, en mayor o menor grado, durante todo el tiempo en que ellos gobernaron, y eso es indicativo de que la integración no se había consumado todavía en el momento en que el reino visigodo se perdió; y no se puede descartar que ese fuera uno de los motivos de su desintegración. Los godos eran una minoría áspera (el 5%), molesta para los hispanorromanos y letal para los judíos. De no haber sido por la ambición y egoísmo de sus gobernantes y guías religiosos, España hubiera emergido como una gran potencia militar y económica ya en el siglo VII y los musulmanes no hubieran conseguido jamás conquistar un solo trozo de ella. Pero entre unos y otros llevaron al reino a su ruina total. ¿Quién puede extrañarse de que los moros entraran y fueran hasta bien recibidos. Puede que no fueran solo los judíos los que allanaron el camino de los africanos.
¿Quiénes eran y de dónde venían los musulmanes?
En un capítulo anterior titulado Qué pasaba en el mundo en el siglo VII ya se vio cómo en Arabia nacía una nueva fe que venía a unir pueblos que hasta ese momento practicaban religiones muy primitivas y simplistas. A partir de ese momento y en un solo siglo, el islam se esparció como la pólvora, chocó con el imperio de Bizancio, y aunque no pudieron seguir avanzando hacia Europa, se hicieron con Siria y Egipto y siguieron la costa mediterránea hasta llegar al norte de África. Hora es ya de hablar del creador de aquella religión.
El último profeta
Siendo un niño de apenas 6 años, jugaba con sus amigos cerca del pozo Zamzam. Un extraño se les acercó y todos quedaron pendientes de él. Luego, el extraño se fue hacia el niño y alargando la mano se la metió en el pecho, y le arrancó el corazón. Los demás salieron corriendo asustados y horrorizados a avisar a su nodriza. El extraño mientras tanto, con el corazón del niño en la mano, arrancaba de éste un coágulo negro, luego lavó el corazón en una vasija de oro con agua del pozo, y mientras se lo devolvía de nuevo al pecho, le dijo: “Lo que acabo de extraer de tu corazón era la parte por la que Satanás podía seducirte. Ahora solo el bien podrá anidar en él.” Aquel extraño era el arcángel Gabriel. El niño era Mahoma.
Treinta y cuatro años más tarde, el arcángel Gabriel se le apareció de nuevo, esta vez para hacerle una revelación. Mahoma solía pasar algunas noches meditando en una cueva cerca de la Meca. El arcángel le reveló que él, Mahoma, era el elegido para ser el último profeta, y por eso le eran confiados unos versos enviados por Dios y se los hizo memorizar. A su vez, Mahoma confió estos versos a sus seguidores, que los iban memorizando a base de recitarlos incansablemente. Después de la muerte del profeta serían recopilados en el Corán. Mahoma nació en la Meca un 26 de abril sobre el año 570 (no se sabe el año exacto) y murió el 8 de junio de 632. El nombre Mahoma, del árabe Muhammad, está considerado hoy como una corrupción del nombre original, y por lo tanto una ofensa. Pero no es más que una castellanización, como lo es cualquier nombre antiguo o moderno. Y como ejemplos están los nombres hebreos de Yeshúa= Jesus, Noha= Noé, o de los apóstoles Yohanan= Juan, Lika= Lucas, Ya’akov= Santiago.
Quedó huérfano de padre y madre a los 6 años, antes de su primera aparición del arcángel, y fue educado por su abuelo y luego por su tío paterno Abu Talib. Parece ser que su familia era adinerada e influyente, pero según las costumbres, al no ser el mayor, Mahoma no recibió ninguna herencia al morir su padre. Con su tío, visitó Siria y otros países, con lo que pronto llegó a adquirir mucho conocimiento sobre lugares y costumbres. Muchos historiadores aseguran, que debido a su contacto con algunos monjes, llegó a tener un gran conocimiento sobre los profetas antiguos y sobre la biblia en general. Cosa que refutan por completo sus seguidores, tal como refutan que tuviera conocimiento alguno sobre letras. Según el Corán, Mahoma era analfabeto y todo cuanto enseñó a sus seguidores era memorizado. Pero parece ser que hay pruebas de que no era así y Mahoma, en su lecho de muerte, mandó pedir algo para escribir.
Después de la aparición del arcángel, Mahoma quedó perturbado, pero su esposa Jadiya le convenció de que aquella visión había sido real, y así, Jadiya fue la primera en convertirse al Islam. Pronto serían incontables sus seguidores, al tiempo que también fueron muchos los que se sentirían molestos. ¿Molestos por qué? Porque la nueva religión rechazaba la adoración a los ídolos. Solamente un Dios, solamente Alá. Y la Meca, en aquellos entonces, era un centro de peregrinaje, al igual que hoy, pero con la diferencia de que los dioses de entonces eran muchos y variados, y representados por imágenes. El aumento de islamistas era una amenaza para el comercio de la zona si los peregrinos dejaban de acudir. Los seguidores de Mahoma comenzaron a ser perseguidos. El mismo Mahoma sufrió persecución una vez que su esposa Jadiya y su tío Abul, ambos muy influyentes, murieron.
En el año 620 sucedió algo milagroso. Mahoma viajó una noche desde la Meca a Jerusalén, concretamente a un lugar conocido como Masjid al-Aqsa, y desde allí fue ascendido para recorrer los siete cielos, donde pudo comunicarse con profetas anteriores a él, como Abraham, Moisés y Jesús. Porque Jesús, al que todos habían confundido como el hijo de Dios, no era tal, sino un profeta más. Después de esto, abandonó la Meca y se asentó en Medina, junto a otros musulmanes que ya se hallaban allí. Había también judíos en Medina, que no quisieron reconocer a Mahoma como un profeta. Aquí comenzaron las desavenencias. Pronto los seguidores de Mahoma se alzaron en armas, primero para repeler el ataque que les sobrevino de la Meca, y luego para someter a los insurrectos de Medina. Los combates ganados les dio la certeza de que Alá estaba con ellos, y pronto fueron lo suficientemente fuertes como para atacar la Meca, que finalmente conquistaron y convirtieron de nuevo en lugar de peregrinación, pero esta vez de la religión musulmana. No pararían ahí sus conquistas. Como curiosidad, Mahoma nunca estaba presente en las batallas, pues la ley transmitida por Gabriel se lo prohibía.