El Cid – Cándido Pérez, Catedral de Burgos

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El destierro

Unos años antes de la conquista definitiva de Toledo, concretamente en el 1081, podemos ver a Rodrigo Díaz de Vivar cabalgar con su ejército rumbo a Cataluña en busca de alguien que necesite de sus servicios. Alfonso VI, que le acogió en su corte y le proporcionó un buen casamiento, ahora le había desterrado. Pero… ¿por qué?

Rodrigo Díaz se dirige a ofrecer sus servicios al conde de Barcelona, o mejor dicho, a los condes, porque en ese momento son dos: los gemelos Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II. En la década de los 80 de principios del segundo milenio no existía Cataluña como la conocemos hoy, sino que se componía de una serie de condados como Barcelona, Cerdaña, Urgel, Gerona, y algunos más. Todos ellos creados por Carlo Magno con el fin de proteger los Pirineos y hacerlos infranqueables a los moros. Los condes barceloneses se dieron en llamar Berenguer Ramón y Ramón Berenguer, de la misma forma que en el resto de reinos y condados hispanos se dieron en llamar Alfonso, Sancho, o García mayoritariamente, en Barcelona se llamaban Ramón Berenguer el padre, y Berenguer Ramón el hijo, para volverse a llamar Ramón Berenguer el nieto, y así sucesivamente. Muy originales estos condes. Lo curioso es que uno de estos mellizos se llamara igual que el padre, que fue Ramón Berenguer I, sin cambios en el orden del nombre y el apellido. De no haber sido así, los dos hermanos se hubieran llamado exactamente igual, y entre esto o perder la tradición de llamarse ramones y berengueres, optaron por dejar el nombre de uno de ellos tal cual como el del padre. Allí, a Barcelona, llegó Rodrigo con sus mesnadas y ofreció sus servicios de guerrero a sus condes. No se sabe si fue porque las condiciones de Rodrigo no fueron satisfactorias o simplemente porque el de Vivar no les cayó simpático, pero los condes no aceptaron sus servicios. Más tarde seguramente se arrepentirían.

La intención de Rodrigo al dirigirse a los catalanes no era otra que alejarse lo más posible del reino de León y ofrecer sus servicios a un reino o condado cristiano, sin embargo, ante la negativa de los condes no le quedaba otra que volver la vista a Zaragoza, por donde ya había pasado e incluso se había parado a saludar al rey alMugtadir. Zaragoza era un reino moro, sí, pero era una taifa aliada de León. Porque esto era lo que Rodrigo quería evitar, aliarse con una taifa enemiga de Alfonso. Ante todo quería mantener su honor. AlMugtadir aceptó la propuesta de Rodrigo. Sabía de las buenas cualidades del burgalés y sus mesnadas como guerreros y no le venía mal tenerlos a su servicio. Con ellos las fronteras zaragozanas tenían su seguridad garantizada. Aquí fue donde Rodrigo Díaz comenzaría a ser conocido como Cid, del árabe sidi, que significa señor.

El hecho de andar buscando un rey al que servir a cambio de dinero ha llevado a muchos a calificar a Rodrigo como mercenario. Una palabra que suena muy mal para los que siempre han admirado a este personaje como héroe. Pero pensemos por un momento en su situación. Rodrigo era hijo de un infanzón y una noble, lo que se suele llamar un magnate. Siempre estuvo al servicio de Sancho y llegó a ser su alférez y su mano derecha. Al pasar al servicio de Alfonso tuvo todo lo que suele tener un conde aunque sin llegar a ostentar este título, es decir, un gran señorío con su propio ejército al servicio del rey. Al ser expulsado del reino leonés, Rodrigo se ve en la responsabilidad de mantener a todos los que le siguen en su destierro, es decir, a todos los hombres que componen su ejército. Por lo tanto, tiene que buscarles trabajo en lo único que saben hacer, pelear. Y eso fue lo que hizo. Pero un mercenario se pone al servicio de quien mejor le paga, sea cual sea el bando en el que haya que luchar, sin embargo, él buscó hacerlo en el bando cristiano, o –como es el caso- entre sus aliados moros, procurando no traicionar nunca al que hasta ahora fue su rey.

Hora es ya de que analicemos por qué fue Rodrigo desterrado. La cosa no pudo ser repentina, por un mal pronto de Alfonso. Hay multitud de historiadores que analizan el hecho y casi todos vienen a coincidir en que Rodrigo se había ganado a pulso la antipatía de cuantos le rodeaban en palacio. Muchos de ellos se la tenían jurada, y por eso, en cuanto tuvieron la mínima oportunidad, se mostraron hostiles y nadie se molestó en salir en su defensa cuando el rey decidió quitárselo de encima. Más bien al contrario, alguno alentó a Alfonso para que lo hiciera. Y uno de ellos fue sin duda García Ordóñez, su más firme y feroz oponente. Luego veremos por qué. El caso es que si analizamos todos los pormenores de este asunto podemos llegar a la conclusión de que Alfonso y Rodrigo eran de caracteres incompatibles, y conociéndose como se conocían desde niños, puede que incluso no se cayeran bien mutuamente; aunque, por otra parte, esta era también la causa de que en el fondo hubiera un afecto entre ambos. Al servicio de Sancho, está claro que Rodrigo trabajaba en su ambiente. Él era la mano derecha del rey, un rey con un carácter muy diferente al de Alfonso. Rodrigo estaba acostumbrado a tomar decisiones e iniciativas, algo que de pronto no podía hacer, y en las ocasiones que lo hizo, le trajo graves consecuencias.

La primera de estas ocasiones fue en Cabra, localidad perteneciente al reino de Granada en el siglo XI y a la provincia de Córdoba en la actualidad. Fue en una de las primeras misiones de confianza que se le encomendaron: ir hasta Sevilla a cobrar las parias. Era un día del mes de septiembre del año 1079; cualquiera que deambulara por la sierra de Cabra hubiera sido testigo presencial y privilegiado de lo que acontecería en las mismas faldas de esa sierra: un gran combate. Desde Priego se acercaba un ejército. Lo más asombroso era que aquel ejército estaba formado tanto por moros como por cristianos y venían de Granada. La sierra entera temblaba, pues ahora, por la izquierda, desde Cabra, se acercaba otro ejército que provenía de Sevilla. ¿Qué estaba ocurriendo? Que estos dos ejércitos se iban a enfrentar.

De pronto la tierra dejó de temblar. Ambos ejércitos quedaron en formación como a media milla de distancia. Quietos. Esperando el momento. Varios caballeros de ambos bandos se adelantaron, y después de estar reunidos brevemente volvieron a sus formaciones. Debieron estar intentando algún acuerdo para evitar el enfrentamiento. Pero fue evidente que no hubo tal acuerdo. El momento llegó. En un lado y otro debieron dar la orden de ataque, porque los contendientes se lanzaron a la carga unos contra otros. Una gran polvareda iba quedando detrás de cada grupo atacante. Y cuando se produjo el choque, se escuchó el chirriante chasquido que producía el metal, deslumbrante a veces, de miles de espadas al cruzarse.

Hubo luego una retirada de ambos grupos para arremeter enseguida otra vez. Los de Granada llevaban las de perder, pues los de Sevilla estaban dirigidos por un gran guerrero que era todo furia y valor: Rodrigo Díaz, el Campeador. El ejército de Granada estaba formado por moros de la propia Taifa de Granada, y los cristianos eran soldados del rey Alfonso y comandados por su lugarteniente García Ordóñez. El ejército proveniente de Sevilla eran soldados de Rodrigo Díaz comandados por él mismo, por el Campeador. El motivo de la refriega es algo complejo. Tanto Sevilla como Granada eran tributarios del rey Alfonso, y Rodrigo había acudido a Sevilla a cobrar las parias. ¿Y a qué había venido García Ordóñez a Granada? ¿A cobrar las parias también? No, lo hubiera hecho Rodrigo en el mismo viaje. Ordóñez había venido a meter cizaña entre Granada y Sevilla. Si algo había que temían los reyes cristianos era que las Taifas hicieran alianzas, por temor a que se revelaran. Cuanto más divididas, más débiles y menos temibles eran. Alfonso, que tenía sus espías dentro de cada Taifa, debió enterarse de algún complot entre Granada y Sevilla. Así que envió a un pequeño ejército hasta Granada con la excusa de socorrerlos. Ordoñez le metió en la cabeza al rey granadino que el sevillano estaba urdiendo un plan para invadirlos y apoderarse se su Taifa. Así que ni cortos ni perezosos los granadinos salieron hacia Sevilla junto a Ordoñez, a darles a los sevillanos su merecido. Pero he aquí que el rey Alfonso no había calculado bien el plan, pues por allí andaba Rodrigo cobrando las parias. O quizás pensó que se cruzarían sin verse. Pero el caso es que, Rodrigo se enteró de que un ejército cristiano, además del suyo andaba por el sur de España. Y cual sería su sorpresa al comprobar de quienes se trataba.

¿Y por qué razón se enfrentó Rodrigo a Ordóñez? Después de todo, ambos eran soldados del mismo rey. Podría haber seguido su camino de vuelta después de cobrar las parias y no intervenir en algo que el propio rey había ordenado. Porque el cobro de parias llevaba implícito un compromiso con el reino que las pagaba. Su defensa, ayuda y garantía de paz. Y para que los reinos moros siguieran pagando sin quejarse había que hacer cumplir ese compromiso. El mismo motivo que llevó a Ordóñez hasta Granada fue el que llevó a Rodrigo a defender Sevilla: la ayuda y protección. En el caso de Ordóñez, el motivo era una falsedad. Pero lo de Rodrigo era auténtico, como él mismo. Y el Campeador no dudó ni un instante en hacer lo que debía hacer, defender Sevilla; fuera quien fuera su atacante. Rodrigo venció a Ordóñez y le hizo prisionero, para soltarlo poco después. Y además dio una lección de lealtad y caballerosidad, aunque esto le enemistara con Ordóñez, que se la juró para siempre. ¿Y el rey Alfonso, cómo se tomó aquel atrevimiento del Cid? Por lo visto tuvo que darle la razón y no tomó represalias contra él. Pero aquel carácter firme, decidido y caballeresco de Rodrigo le costaría más de un disgusto, pues el rey llegaría a perder la paciencia con él.

Fotograma de El Cid – Samuel Bronston Productions

Los primeros años en palacio

Podemos imaginar la situación, un tanto embarazosa para todos los involucrados en la batalla de Cabra. Una batalla que bien mirado, no tuvo sentido alguno. Dos ejércitos, dos comandantes del mismo rey, destrozándose entre sí. García Ordóñez haciendo el ridículo, protestando ante el rey y contándole cómo le derrotó y lo tuvo prisionero durante unos días en el castillo de Cabra. Rodrigo explicando que actuó así cumpliendo con su código de honor, y Alfonso tratando de justificar lo que parecía un desatino al enviar a ambos a aquellas misiones. Se corrió incluso la voz de que Rodrigo se había quedado con algunas comisiones que el rey de Sevilla le habría pagado por el servicio prestado. También se habla de una ofensa personal de Rodrigo hacia Ordóñez. Por lo visto, cuando fue detenido, Rodrigo le habría tirado de la barba, algo que habría dejado en ridículo a Ordóñez. Pero estas cosas entran ya en la leyenda más que en la historia.

Podemos sacar ya las primeras conclusiones de todo esto. Primero, que Rodrigo y García Ordóñez no se llevaban bien desde hacía tiempo, y por eso fueron incapaces de llegar a un acuerdo antes de emprenderla uno contra el otro. Segundo, que Alfonso, atareado como estaba con el asunto de Toledo, no calculó bien la misión que encomendó a ambos. Seguramente quería tener entretenidos a granadinos y sevillanos para que no subieran hasta Toledo a entorpecer su intervención en esta ciudad. Y siendo algo malévolos, se puede llegar incluso a pensar que Alfonso pudiera estar tan harto de los dos, que los hubiera enviado hasta allí a propósito a que se dieran tortas entre sí.

Rodrigo Díaz nació posiblemente en Vivar, una población a unos 10 kilómetros de Burgos, cosa en la que algunos no se ponen de acuerdo a pesar de que popularmente se le añadió este apellido. Su fecha de nacimiento tampoco se sabe con exactitud, se cree que fue entre 1043 y 1048. Era hijo de Diego Laínez y una noble de la que solo se conoce su apellido, Rodríguez. Diego Laínez era un infanzón o hidalgo, lo que en lenguaje moderno podríamos llamar soldados o fuerza de reserva. Era gente con derecho a poseer armas y escuderos, se ponían a disposición del reino y acudían cuando se les necesitaba. Estaban considerados nobles, pero sin título y con escasos bienes, aunque ese no parece ser el caso de Diego Laínez, del cual se cree que poseía una considerable fortuna, heredada de su padre, Laín Muñoz. Y así debía ser cuando pudo casarse con la hija de un verdadero noble, Rodrigo Álvarez.

El Cantar de Mío Cid, como poema romántico que es, nos pinta la imagen de un bravo guerrero que escaló desde unos orígenes humildes hasta llegar a ser la mano derecha de un rey y emparentar con la nobleza. Pero no es cierto, como ya hemos visto. Rodrigo Díaz no era un humilde infanzón, y además llevaba sangre de nobles por parte materna. Y tampoco lo tuvo difícil para escalar, pues tuvo un buen padrino: nada menos que el rey de León Fernando I, que lo acogió en su corte a la edad de 10 o 12 años. El padre de Rodrigo había muerto de repente y Fernando se hizo cargo de su cuidado y educación. Esto da una idea del prestigio de Diego Laínez, y también de las buenas relaciones de su esposa con la casa real. Sin embargo, todo lo demás lo consiguió por méritos propios, y no en balde llevaba sangre de hidalgo en las venas.

Estos son los años de nacimiento de Rodrigo y los hermanos Fernández.

Urraca: año 1033
Sancho: año 1038
Rodrigo: año 1045 aprox.
Alfonso: año 1047

Urraca era la mayor de los hermanos, por lo que, cuando Rodrigo llegó a palacio ella ya tenía sobre los 23 años. Esta diferencia de edad hace pensar que los supuestos romances entre ambos sean más fruto de la imaginación popular que otra cosa, aunque no se puede descartar que fueran ciertos, ya analizaremos con más detalle este tema.

Se dice que fue compañero de juegos de Sancho, aunque éste ya era un muchacho algo crecido para jugar con un crío. Por proximidad en la edad, más bien pudo jugar con Alfonso. Sin embargo fue Sancho quien lo adiestró como guerrero. A los 16 años ya fue testigo presencial de una batalla. Sancho se lo llevó con él, para que fuera familiarizándose con la muerte.

Alférez de Sancho

Ramiro I de Aragón siempre tenía problemas fronterizos, cuando no era con sus hermanastros era con al-Muqtadir, el rey moro de Zaragoza, en realidad, Ramiro lo que pretendía era llevar a cabo su ambicioso plan expansionista, y en el año 1064 se disputaba con los zaragozanos la fortaleza de Graus. Al final, Ramiro terminó ocupando la plaza y al- Muqtadir, como es lógico, no se quedó con los brazos cruzados y se dispuso a preparar su ejército. Pero no debía pasar Zaragoza por sus mejores momentos cuando las parias del año anterior no las había pagado a León. Y quizás por eso, porque no pasaba un buen momento, Ramiro había visto la oportunidad de atacar. Con lo que no había contado Ramiro era con la sorpresa que se iba a encontrar.

Fernando envió a su hijo mayor, Sancho, a que le hiciera una visita al zaragozano, a ver por qué razón se retrasaba en el pago de las parias. Se habla incluso de que Sancho iba dispuesto a dar un escarmiento a al-Muqtadir, una operación de castigo, para que otra vez se diera más prisa en pagar. Sin embargo, el castigado no iba a ser el moro, sino su tío Ramiro. No olvidemos que Ramiro de Aragón era hermano, por parte de padre, de Fernando. Sancho se encontró en Zaragoza los preparativos militares para enfrentarse al aragonés y recuperar la fortaleza de Graus, y ante tal panorama no dudó en unirse a los moros para expulsar a su tío de allí. Debido a la juventud de Rodrigo y a que es una de las primeras batallas de las que se tiene constancia que asistiera, se puede deducir que estuvo allí como mero espectador. Pero fue una batalla en la que tomó nota de algunas cosas. Estaba asistiendo a un enfrentamiento en el que los leoneses no dudaron en unirse a los moros para luchar, no solo contra los de su misma religión, sino contra un rey que era hermano del suyo, llevaban la misma sangre. Sin embargo, había un compromiso que era necesario cumplir, la defensa de los que pagaban tributos, sobre todo, para que esos tributos siguieran llegando. Un compromiso que estaba por encima de todo, incluso de la sangre familiar que se derramó aquel día, pues Ramiro cayó muerto en la batalla.

Peña Pérez, en su obra El Cid, historia leyenda y mito, describe la situación de esta manera: “El Cid recibió en Graus toda una lección magistral de pragmatismo político: allí nadie ayudaba a nadie ni luchaba contra nadie; allí sólo se ventilaba el cobro de unos tributos y la posibilidad de mantener o perder la facultad o el poder de seguir cobrándolos en el futuro.”  O dicho de otra manera, aquel era un lugar de donde salían unos buenos ingresos y no había que permitir que ningún carroñero se acercara por allí. Rodrigo tomó buena nota, sí, y aprendió bien la lección. Y la aplicó años más tarde, cuando se enfrentó a García Ordóñez, sin importarle quien le enviaba, aunque fuera el mismo rey Alfonso, al cual no podía sorprenderle aquel proceder de Rodrigo, pues estaba al tanto de las normas que practicaba su familia; su propio tío había muerto debido a ellas.

Rodrigo no era mal estudiante, por lo visto, y tenía buena disponibilidad para el aprendizaje. Sancho estaba contento con él, y pronto se ganó un gran prestigio como vasallo de criazón; era así como se llamaba en la edad media a los que estaban al servicio de su señor y vivían con ellos, en familia. Pronto comenzó a destacar también como guerrero y a la muerte de Fernando, nada más ser Sancho coronado como rey, lo nombra caballero, hombre de confianza y jefe de su ejército. La tradición cuenta que Urraca fue su madrina de armas en su nombramiento como caballero, y puede que así fuera. Fue investido en el año 1060 en la iglesia de Santiago de los Caballeros de Zamora.

A la primera oportunidad que tuvo no defraudó a su rey, pues derrotó nada menos que al principal caballero de Navarra. En una disputa por unos territorios entre el rey navarro y Sancho de Castilla -cosa extraña entre ellos-, acordaron resolver el conflicto de una forma muy habitual en aquella época: enfrentando a sus mejores caballeros; evitando así un derramamiento de sangre innecesario. ¿Y quién era ya el mejor caballero de Castilla según su rey? Rodrigo Díaz, a pesar de ser aún muy joven. Los navarros no daban crédito a lo que veían, el caballero castellano tenía la apariencia de un niño inofensivo, mientras el navarro era un guerrero fornido. El caballero navarro se llamaba Jimeno Garcés, y por lo que dicen, no le mató, simplemente le venció. Sí, contra todo pronóstico venció. Y es que, aunque para los navarros era solo un niño inofensivo, los castellanos sabían muy bien cómo se las gastaba el joven Rodrigo en el campo de batalla. El territorio en disputa pasó a manos del rey Sancho.

Riepto en la edad media

Vasallo de Alfonso VI

El enfrentamiento con el navarro Jimeno Garcés, no sería el único, pues también tuvo ocasión de medirse con un sarraceno en Medinaceli, a cual venció también. Estas y otras hazañas del todavía joven Rodrigo iban proporcionándole un prestigio y fama entre sus compañeros de armas que pronto comenzaría a ser conocido entre ellos como campi doctor, que significa “campeador” o experto vencedor en el campo de batalla.

Rodrigo, ya alférez de Sancho, estuvo al frente de todas las batallas que su rey libraría partir de entonces. Derrotó a las tropas de Alfonso dos veces, la segunda de ellas proporcionó a Sancho nada menos que el reino de León. Más tarde se hizo cargo del asedio de Zamora, donde protagonizó un par de episodios, uno de ellos digno de película de héroes de fantasía: se cuenta que en los alrededores de Zamora se topó con quince enemigos, y enfrentándose a ellos mató a uno, tumbó a otros tres y puso en fuga al resto. Todo esto él solo. Quizás, como comentan los historiadores, el autor de la Historia Roderici, donde se cuenta la biografía del Cid, exagera un poco este hecho, que si bien pudo ser perfectamente cierto, es poco creíble que Rodrigo deambulara solo por un lugar tan poco seguro en aquello momentos de asedio. El otro episodio, ya lo hemos contado, es cuando Sancho manda a Rodrigo a negociar con su hermana Urraca. Las malas lenguas hablan aquí de que Sancho lo envió, no por ser su alférez y hombre de confianza, sino, por sus buenas «relaciones» con Urraca.

Y llegó el fatal momento en que Sancho pierde la vida a manos de un traidor que se había ganado su confianza. Un tal Bellido Dolfos, supuestamente enviado por Urraca y que no solo acabó con Sancho, sino con la amenaza que éste suponía para Zamora. Además, devolvía a Alfonso sus posesiones leonesas a la vez que se añadían las de Castilla y la parte de Galicia que Sancho se había quedado al derrocar a García. Comenzaba una nueva etapa en la vida del Cid.

No debió ser fácil para Rodrigo la nueva situación. Primero de todo, pierde a su rey y buen amigo, casi inseparable, con el que llevaba ya más de 15 años. Luego tuvo que ponerse al servicio del rey al que él mismo había derrocado. Porque fue él el principal artífice de la derrota de Alfonso, quien reagrupó las tropas que huían y les infundió ánimos para, al amanecer, atacar de nuevo y derrotar a los leoneses que ya se creían victoriosos. Aunque Alfonso, lo vamos a comprobar pronto, no le guardó rencor por todo aquello. Rodrigo se había limitado a darlo todo por su rey, nada personal. Y seguramente Alfonso sentía admiración por aquel guerrero que conocía muy bien desde niño. Tenerlo a su servicio no era mala idea. Y por otra parte, a Rodrigo, ¿le quedaba otra alternativa?

Rodrigo era castellano, y Castilla era ahora leonesa; no, no le quedaba más alternativa que ser vasallo de Alfonso, y por tanto, a ambos les convenía estar bien relacionados. Rodrigo no era conde, pero era un magnate, un terrateniente influyente y con poder. Y a los poderosos convenía tenerlos cerca. Así que Alfonso lo trató bien durante los años que siguieron a su coronación. ¿Y a qué se dedicaba Rodrigo durante estos años? Los registros dicen que llevó una vida relativamente tranquila. Dedicado al cuidado de su señorío y ayudando a Alfonso en el cobro de las parias y en algún litigio entre condes y obispos donde tuvo que hacer de juez. Y no debió ser mal juez, cuando Alfonso concedió inmunidad a su señorío; esto es, libertad para administrar justicia dentro de sus dominios, que no eran pocos.

¿Y qué hay de su vida personal? A Rodrigo le llegó la hora de casarse. Y aquí el rey tampoco se quedó corto, proporcionándole un buen matrimonio con Jimena Díaz, hija de Diego Fernández, conde de Oviedo y nieta de Fernando Laínez. Sí, aquel conde que se hizo fuerte tras las murallas de León y no quiso dejar entrar a Fernando I; pues Jimena era nieta suya. Un buen matrimonio, sin duda, que deja patente las buenas relaciones entre Alfonso y su nuevo vasallo, Rodrigo Díaz.

La ira regia

Las buenas relaciones y el buen trato dispensado por Alfonso a Rodrigo despertó algunas envidias entre las camarillas cortesanas. Para algunos, el de Vivar no dejaba de ser un intruso, y el que se hubiera criado junto a Alfonso no hacía más que aumentar esas envidias. La cosa se puso tensa después del incidente en Cabra con el conde Ordóñez, con el que está claro que mantenía cierta rivalidad antes de producirse el incómodo encuentro. A partir de entonces, Ordóñez no perdería ninguna oportunidad que se le presentara para ponerle la zancadilla.

Estos rifirrafes palaciegos afectaron seguramente en las relaciones con Alfonso, que en alguna ocasión debió perder los nervios y mandar a más de uno a tomar por culo. Seguramente andaba Rodrigo cabreado con su rey el día que lo llamó a unirse a sus ejércitos para expulsar de Toledo al rey al-Mutajawil y reponer al expulsado al-Qadi, porque no acudió con la excusa de estar enfermo. Puede que fuera cierto, pues por muy gran guerrero que fuera, también enfermaba, como mortal que era. Pero todo indica que Alfonso no quedó muy contento con la respuesta, y mucho menos con lo que sobrevino después.

El momento era sumamente delicado. Alfonso había expulsado a los intrusos de Toledo y exigía unas grandes sumas de dinero a los toledanos como garantía de protección. Ya sabemos que el objetivo final de Alfonso era quedarse con la capital y con el reino completo, pero en aquel momento la cosa estaba así: Toledo estaba rodeada por los cristianos esperando a ver cómo todo se inclinaba a favor de ellos. Era una calma tensa que no debía romperse, pues los moros debían confiar en ellos. Y de pronto, la calma se rompió. ¿Quién la rompía? El impetuoso Rodrigo Díaz, que de pronto había recobrado la salud.

Había alboroto entre los toledanos que lanzaban insultos a los soldados de León, a pesar de que éstos no sabían nada de lo ocurrido. Cuando la noticia le llegó a Alfonso, éste se subía por las paredes, que eran de lona, pues se encontraba en el interior de una tienda, acampado en los alrededores de la ciudad. La frontera toledana había sufrido un ataque, la fortaleza castellana de Gormaz y varias aldeas fueron saqueadas. Se trataba, seguramente, de algunas tropas dispersas, contrarias a la causa de al-Qadi. Este ataque llegó a oídos de Rodrigo Díaz, que ya se encontraba recuperado y con ganas de salir a desperezarse un poco. Así que reunió a su gente y se dispuso a perseguir a los malhechores. Por lo visto los cazó y les dio una buena tunda, además de hacerlos prisioneros y quedarse con el cuantioso botín que llevaban con ellos. No se sabe a ciencia cierta, si como cuentan algunos estudiosos del tema, a Rodrigo se le fue la mano y no distinguió entre los que habían perpetrado el ataque y los que nada tuvieron que ver. Pero el caso es que cuando la población musulmana se enteró del castigo que Rodrigo infringió a los que habían osado atacar las aldeas fronterizas, entraron en cólera acusando a los cristianos de no respetar el acuerdo de no agresión, a cambio de las parias que pagaban.

Este disturbio, aun cuando Rodrigo lo hiciera con la intención de defender a la población toledana, no gustó nada a Alfonso, no en este momento preciso y delicado. Por eso entró en cólera. Y si no entró por él mismo, no faltarían los que, como perrillos azuzadores le pincharon para que lo hiciera. Para Alfonso era un contratiempo y un fastidio, para quienes le rodeaban era una oportunidad para cebarse con aquel a quien tanta envidia tenían.

¿Por qué hizo aquello Rodrigo? ¿Estaba realmente enfermo cuando Alfonso lo llamó y quiso con esto compensar de alguna manera el no haber acudido a la llamada de su rey? Muchos le acusan de que se le fue la mano, de prepotente, de haber arrasado incluso aldeas de inocentes. Pero no olvidemos que las cosas estaban tensas en Toledo, no solo en la capital, sino en todos sus dominios, y cualquier chispa era aprovechada para provocar un incendio y acusar a los cristianos de no cumplir con su palabra. Sea como fuere, este hecho fue el que provocó la ira regia de Alfonso. El castigo no podía ser otro que el destierro.

Lo que cuenta el poema

Dentro de la dureza del castigo impuesto a Rodrigo, Alfonso fue bastante benévolo, pues aparte del destierro no se aplicaba ninguna otra pena como confiscación de tierras y bienes o encarcelamiento de familiares, castigos que se solían llevar a cabo en algunos casos. Rodrigo pues, convocó a sus hombres y les contó la situación. Según el “Cantar de Mío Cid” les dio a elegir, entre quedarse o seguirle:

«A los que conmigo vengan que Dios les dé muy buen pago;
también a los que se quedan contentos quiero dejarlos.
Habló entonces Álvar Fáñez, del Cid era primo hermano:
«Con vos nos iremos, Cid, por yermos y por poblados;
no os hemos de faltar mientras que salud tengamos,
y gastaremos con vos nuestras mulas y caballos
y todos nuestros dineros y los vestidos de paño,
siempre querremos serviros como leales vasallos.»
Aprobación dieron todos a lo que ha dicho don Álvaro.
Mucho que agradece el Cid aquello que ellos hablaron.
El Cid sale de Vivar, a Burgos va encaminado,
allí deja sus palacios yermos y desheredados.
Los ojos de Mío Cid mucho llanto van llorando;
hacia atrás vuelve la vista y se quedaba mirándolos.
Vio como estaban las puertas abiertas y sin candados,
vacías quedan las perchas ni con pieles ni con mantos,
sin halcones de cazar y sin azores mudados.
Y habló, como siempre habla, tan justo tan mesurado:
«¡Bendito seas, Dios mío, Padre que estás en lo alto!
Contra mí tramaron esto mis enemigos malvados».»

Aunque oficialmente no se registra nada relevante en su salida de Castilla, una salida que Alfonso le habría facilitado, en el Cantar o Poema de Mío Cid se cuenta todo lo contrario y una serie de anécdotas, algunas de ellas bastante curiosas.

«Ya aguijan a los caballos, ya les soltaron las riendas.
«Cuando salen de Vivar ven la corneja a la diestra,
pero al ir a entrar en Burgos la llevaban a su izquierda.
Movió Mío Cid los hombros y sacudió la cabeza:
«¡Ánimo, Álvar Fáñez, ánimo, de nuestra tierra nos echan,
pero cargados de honra hemos de volver a ella! «»

A su entrada a Burgos para abastecerse de víveres para el camino, todo el mundo –muy a pesar suyo- les cierra la puerta, pues el rey ha ordenado que nadie le prestase ayuda.

«Todos salían a verle, niño, mujer y varón,
a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó.
¡Cuántos ojos que lloraban de grande que era el dolor!
Y de los labios de todos sale la misma razón:
«¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!»
De grado le albergarían, pero ninguno lo osaba,
que a Ruy Díaz de Vivar le tiene el rey mucha saña.»

Una niña se acerca a a Rodrigo para advertirle:

«Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada.
Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas.
Esto le dijo la niña y se volvió hacia su casa.»

Sin embargo, siempre hay almas caritativas dispuestas a correr el riesgo, un tal Martín Antolinez les suministra la ayuda necesaria:

«Prohibido tiene el rey que en Burgos le vendan nada
de todas aquellas cosas que le sirvan de vianda.
No se atreven a venderle ni la ración más menguada.
El buen Martín Antolínez, aquel burgalés cumplido,
a Mío Cid y a los suyos los surte de pan y vino;
no lo compró, que lo trajo de lo que tenía él mismo;
comida también les dio que comer en el camino.»

Pero Antolinez sabe que se ha metido en un lio y le pide a Rodrigo escapar con él:

«»Mío Cid Campeador que en tan buena hora ha nacido,
descansemos esta noche y mañana ¡de camino!
porque he de ser acusado, Cid, por haberos servido
y en la cólera del rey también me veré metido.
Si logro escapar con vos, Campeador, sano y vivo,
el rey más tarde o temprano me ha de querer por amigo.»

A continuación, el Cid ve la oportunidad de utilizar al buen Antolinez para aprovecharse y sacarles dinero a dos judíos burgaleses, pues por lo visto, Rodrigo y los suyos llevan poco dinero encima.

«»¡Oh buen Martín Antolínez, el de la valiente lanza!»
Si Dios me da vida he de doblaros la soldada.
Ahora ya tengo gastado todo mi oro y mi plata, bien veis,
Martín Antolínez, que ya no me queda nada.»

La idea es construir dos arcas y llenarlas de arena, para hacerle creer a los judíos que están llenas de oro. El supuesto oro quedará empeñado y así el Cid consigue así dinero para emprender el viaje.

«Decid que voy desterrado por el rey
y que aquí en Burgos el comprar me está vedado.
Que mis bienes pesan mucho y no podría llevármelos,
yo por lo que sea justo se los dejaré empeñados.
Que me juzgue el Creador, y que me juzguen sus santos,
no puedo hacer otra cosa, muy a la fuerza lo hago.»

Antolinez salió a buscar a los judíos y convence a éstos de que el Campeador llevaba una enorme fortuna en las arcas, pero que a causa sy peso no le era posible llevárselas. Una fortuna obtenida por haberse quedado con parte de unas parias cobradas, motivo por el cual el rey lo había desterrado.

«Ya sabéis que don Alfonso de nuestra tierra le ha echado,
aquí se deja heredades, y sus casas y palacios,
no puede llevar las arcas, que le costaría caro,
el Campeador querría dejarlas en vuestras manos empeñadas,
y que, en cambio, les deis dinero prestado.»

Los judíos ven la oportunidad de ganar dinero de forma fácil y acceden. Por supuesto, el Cid exigiría juramento de que las arcas no serían abiertas. Y de esta manera, consiguieron un dinero que no tenían. Puede notarse aquí un estilo de novela picaresca, que siglos más tarde se haría tan popular. No obstante, el Cid también deja una promesa a los judíos:

«Yo me marcho de Castilla porque el rey me ha desterrado.
De aquello que yo ganare habrá de tocaros algo,
y nada os faltará, mientras que viváis, a ambos.»

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