Recepción en Medina Azahara, Dionis Baixeras

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Los asesinos de al-Mughira

Resumen de lo publicado:

Sancho, después de su agresiva dieta de adelgazamiento en Córdoba, recupera el trono de León y pacta con los principales líderes una alianza para proteger a los reinos cristianos. Pero Al-Hakén, califa de Córdoba, se las apaña para que esa alianza se desintegre, Sancho muere envenenado en Galicia, y León, principal potencia cristiana, queda en manos de dos monjas. Al-Andalus se erige como la principal potencia económica y militar del Mediterráneo. Al morir Al-Hakén, hay disputas al ser su hijo Hisham menor de edad. Al-Mughira, el hermano del difunto califa es asesinado.

¿Por qué asesinaron a Al-Mughira? El heredero debía ser Hisham, el hijo que le dio la esclava vasca Aurora. Pero Hisham era menor de edad y necesitaba un regente que se hiciera cargo suyo. Nadie mejor que Al-Mushafi, el administrador de la casa de Alhakén, que llevaba con él tantos años y había gozado de su total confianza. Pero había quien no apoyaba esta propuesta, inclinándose por otra fórmula: nombrar califa al hermano del difunto Alhakén, Al-Mughira, obligándole a nombrar al pequeño Hisham su sucesor. Esta fórmula no gustó nada a su madre Aurora, y mucho menos al administrador Al-Mushafi, que fue quien mandó asesinar a Al-Mughira. El encargado de hacerlo fue Abu ʿAmir Muhammad ben Abi. Para abreviar usaremos de aquí en adelante el nombre por el que todos le conocemos: Almanzor.

Almanzor era el jefe de la policía de Córdoba. Pero en realidad era más que eso. Era la mano derecha de Aurora y por lo tanto un gran conocido en Medina Azahara, la residencia del califa. Almanzor cumplió el encargo cogiendo a sus hombres, dirigiéndose a la residencia del hermano del difunto y estrangulándolo para más tarde hacerlo colgar de un viga y hacer parecer que fue un suicidio, eso ya lo hemos visto en el relato anterior. Pero hay cosas que en esta historia no cuadran. Veamos. Según los historiadores (se han cotejado varias fuentes) Almanzor rodeó con 100 hombres la residencia de Al-Mughira, irrumpió en ella y le notificó la muerte de su hermano. Acto seguido Al-Mughira declara lealtad al pequeño Hisham y más tarde muere estrangulado delante de su familia, a saber, varias esposas. Luego es colgado de una viga para que parezca un suicidio. No se si ustedes captan las mismas incoherencias que yo.

Para empezar, todo hace pensar que la visita a la casa no es tal, sino más bien un asalto. El hermano de un califa debía estar bien protegido por su guardia personal. Por lo tanto, todo indica que entraron por la fuerza y sin pedir permiso. Seguidamente se dice que se le comunica el fallecimiento de su hermano. Sin embargo, si había habido tiempo de discutir quien iba a ser el heredero, una de dos, o se discutió todo esto durante la agonía del califa o el hermano de éste vivía lejos de Córdoba. No es creible que incluso se hubiera ordenado su ejecución nada más morir Alhakén e incluso antes de que su hermano llegara a enterarse. Pongamos que todo esto se decidió en una larga noche mientras se velaba al muerto. Y pongamos que Al-Mughira vivía algo lejos, solo así se explican estas incoherencias. Pero aún hay más.

Se dice que Al-Mughira se declaró inmediatamente leal a su sobrino, pero que ante las dudas de si su lealtad era sincera, Al- Mushafi pide que se cumpla la ejecución. Hasta ahora, nadie había dicho que el que había encargado su muerte estuviera presente, es más, Al-Mushafi no creo que quisiera estar implicado directamente en este asesinato, por lo tanto, debe entenderse que fue el propio Almanzor el que dudó de su palabra. Pero yo más bien me inclino porque dudara a la hora de matarlo, porque las órdenes que traía eran muy concretas: mandarlo al paraíso antes de tiempo.

Vamos a con las demás incoherencias. Después de estrangularlo delante de sus mujeres lo cuelgan para aparentar un suicidio. ¿Y qué hay de las mujeres que estaban como testigos? ¿Y la guardia personal, la habían mandado afuera por la fuerza? Aquí sí que no cuadra el enredo. Para que todo hubiera parecido un suicidio, Almanzor no podía haber entrado de la forma que entró, habiendo rodeando antes el edificio por tantos hombres y hacer lo que hizo con tantos testigos presentes. Las fuentes se equivocan y todo debió desarrollarse de forma muy diferente.

Mi particular hipótesis es que Almanzor fue el encargado de comunicarle la muerte de su hermano, y más tarde trasladó su impresión al administrador de la casa del difunto Alhakén. Tras deliberar si se fiaban o no se su declarada lealtad al pequeño Hisham, deciden liquidarlo. Y por supuesto esta liquidación debió desarrollarse de forma mucho más discreta. Sea como fuere, el caso es que hubo un complot encabezado por el administrador del difunto califa para cargarse a su hermano y así dejar vía libre para que él, Al-Mushafi, fuera nombrado regente del pequeño Hisham. Y Almanzor fue el sicario encargado de ejecutarlo.

Buen elemento este Almanzor. Un elemento que goza en nuestros días de estatuas en parques y plazas y es tratado poco menos que como un héroe. Y aún no hemos visto nada, de lo que fue capaz de hacer este despiadado asesino.

El meteórico ascenso de Almanzor

Abu Amir nació sobre el año 940 en Torrox, Algeciras. Su nombre completo era AbuʿAmir Muhammad ben AbiʿAmir al-Maʿafirí o para que se entienda mejor: عامر أبي بن محمد عامر أبو.المعافري الله عبد ابن Pero nos referiremos a él por el nombre que adoptó más adelante: Almanzor. Provenía de una familia humilde, árabe de origen yemení, que había heredado unas tierras de un antepasado pariente que fue general de Musa (¿recuerdan ustedes a Musa, aquel general en jefe omeya que participó en la conquista de la península Ibérica y que tuvo tan mala suerte? ¿No? Pues léanlo aquí: (La mala suerte de Musa). Aquella herencia les permitió enviar a su hijo a Córdoba, donde estudiaría lo que hoy podría llamarse “derecho” y “literatura” o leyes y letras. Fuera lo que fuere que estudió, en aquellos entonces se trataba de adquirir conocimiento del Corán, libro en el que se basaban todas las leyes.

Almanzor encontró trabajo como escribano de la Mezquita, no era gran cosa, pero tampoco estaba mal para un joven principiante. No tardó mucho en cambiar de empleo y esta vez sería como asistente del principal juez de Córdoba, nada menos. No se sabe a ciencia cierta, pero parece ser que un abuelo suyo fue médico personal de Abderramán III, el sobrino de doña Toda, padre de Alhakén, todavía vivo cuando llegó Almanzor a Córdoba, por lo tanto, no es de extrañar que con tal carta de presentación fuera bien acogido allá donde se presentaba. Aunque Almanzor, todo hay que decirlo, por sí mismo ya se hacía valer. Por lo visto, era inteligente, trabajador, decidido, emprendedor y dicharachero, una joya de muchacho. Fue este juez, con el que se puso a trabajar, quien lo llevó ante el visir Al-Musafhi, el visir o administrador de Medina Azahara, que en vista de la buena recomendación que el juez hacía de él, decidió contratarlo.

En un tiempo record había llegado hasta la «casa real», a la cual quedaría vinculado para siempre. Y ahora viene uno de esos golpes de suerte que la providencia siempre guarda… para algunos. La esposa vasca de Alhakén, Subh, que era el nombre masculino con que Alhakén había rebautizado a Aurora, se quedó sin su intendente o administrador particular, que por lo visto murió de repente. El caso es que Aurora necesitaba urgentemente a alguien que le organizara y le administrara sus bienes y los de su pequeño Hisham. En Medina Azahara no bastaba el visir como único administrador. Aurora tenía el suyo propio que además debía encargarse de cualquier trámite que ésta tuviera que hacer, alguien que fuera su mano derecha. Almanzor no la defraudaría y no tardó en ganarse su confianza, la del visir y la del propio califa.

Tan bien le fue a Aurora con su nuevo administrador que sus riquezas aumentaron y por lo tanto, el sueldo de Almanzor también. Para hacernos una idea del trabajo de Almanzor, se trataba básicamente de hacer lo que hoy sería un inversor en bolsa. Los botines de guerra eran repartidos, una parte entre generales, oficiales y soldados, y la mayor parte, por supuesto, iban a parar al califa, que también hacía sus particiones entre sus mujeres y sobre todo entre sus favoritas. Estos botines no siempre eran oro, sino que podían ser géneros muy diversos que no podían acumularse en los almacenes. Del norte de África llegaban caravanas de comerciantes, verdaderos proveedores de oro para Al-Ándalus, y es con estos comerciantes con los que Almanzor hizo el negocio del siglo. Las arcas de Aurora rebosaban, y las del propio Almanzor, por supuesto, también.

Almanzor había amasado ya una pequeña fortuna, pero no pararía ahí, Almanzor era ambicioso y quería más. Había demostrado su buen hacer administrando los bienes de Aurora, por lo tanto, fue nombrado también administrador de los bienes del heredero y tesorero del propio califa Alhakén. A estos cargos se unieron los de supervisor de la casa de la moneda y algunos cargos más que sería largo de enumerar, hasta tal punto que Almanzor no paraba de aumentar sus riquezas. Pronto habría quien le acusaría de enriquecerse de forma ilícita. Hasta la propia justicia llegó a acusarlo de malversación de fondos. ¿Estaban fundadas las acusaciones? Sin duda, sí. Pero Almanzor estaba bien respaldado. Como administrador administrador de Aurora y tesorero del califato, Almanzor había hecho todo tipo de enjuagues, pero en estos enjuagues estaban implicados una gran multitud de gente a la que no le convenía sacar a la luz ningún trapo por temor a que no estuviera bien limpio. Y después de todo, por muchas ganancias que él hubiera obtenido, los grandes beneficiados eran Aurora y el propio califato. Por lo tanto, el asunto no tardó que en quedar archivado. Es más, a Almanzor se le pidieron disculpas públicamente, y para reparar la «ofensa» se le concedió un cargo más, el de jefe de la policía de Córdoba.

El gran historiador José Javier Esparza, al que a veces me gusta citar, dice lo siguiente sobre este caso: «Así el asunto se resolvió de una manera que no deja de recordar ciertos procesos de corrupción política en época actual».

Visir de palacio

El norte de África era un hervidero de tribus, clanes y bandas y rebeliones entre sí. El Magreb estaba sometido al califato de Córdoba y una de las tareas que Alhakén se había propuesto era apaciguar a esas tribus y someterlas de una vez. Por aquel entonces, Almanzor había sido nombrado cadí (juez) de todos los territorios que no formaban parte de Al-Ándalus pero que estaban sometidos. Sí, un nombramiento más. Pues bien, Almanzor visitó el Magreb, a ver qué tal andaba la cosa por allí. Pero no viajó solo, porque además le acompañaban dos generosa bolsas de oro. Una que le entregó el califa y otra que añadió él por su cuenta. La del califa iba destinada a los cabecillas de aquellas tribus, en señal de buena voluntad para que supieran que Córdoba estaba dispuesta a ser generosa si colaboraban. En realidad, todo esto no era más que una forma de sobornar a los cabecillas para que no dieran por culo. Pero, ¿y la otra bolsa, la de Almanzor, a qué iba destinada?

A lo mismo, a comprar a los cabecillas. Les daría oro, mucho oro. Había llegado la hora de invertir la fortuna que había amasado durante el tiempo que había estado al servicio del califato. Allí, en el norte de África, él era el juez; podía hacer y deshacer a su antojo cuanto le viniera en gana. Con el oro del califa los apaciguaba, con el suyo propio, además, compraba la lealtad hacia él mismo, por si un día necesitaba de sus servicios. Almanzor se había vuelto el hombre más peligroso de Córdoba. Con la policía bajo su mando, contaba ahora además con un ejército dispuesto a ponerse a su propio servicio, a espaldas, por supuesto, del califa. ¿Qué pretendía Almanzor? ¿Derrocar a Alhakén, el califa? Puede ser, pero no hizo falta, porque como ya hemos contado, Alhakén murió.

Ya hemos contado también que su hijo Hisham era menor de edad para gobernar, y por esa razón hubo partidarios de que gobernara el hermano del difunto, mientras otros querían que lo hiciera el pequeño Hisham bajo la regencia del visir Al-Mushafi. Éste último manda asesinar a su oponente y finalmente ya no queda otra opción. Hishan era investido califa de Al-Ándalus con el título de «al-Mu’yyad bi-llah», que quiere decir «el que recibe la asistencia victoriosa de Dios». El visir Al-Mushafi era nombrado primer ministro, por lo que, el cargo de visir quedaba vacante. ¿Adivinan a quien fue a parar esta vacante? Pues sí, Almanzor ya era visir de Medina Azahara, el número dos del califato y además, tutor del pequeño Hisham.

Corría el año 977, habían pasado 10 años desde que Almanzor fuera recomendado por el juez con el que trabajaba, para ponerse al servicio del visir Al-Mushafi, y que finalmente se hizo administrador de Aurora. De simple estudiante proveniente de una familia humilde a hombre rico y número dos del califato en solo 10 años, no está del todo mal. ¿Y que ocurre mientras tanto en los reinos cristianos? León sigue gobernado por las dos monjas regentes del niño Ramiro III y entre ellas no se llevan nada bien, ya que mientras la monja tía es partidaria de que los condes aprovechen la muerte de Alhakén para atacar a los moros, la monja madre es más propensa a la paz hasta que su hijo crezca, y así, entre tiras y aflojas a la madre monja le da de vez en cuando un «soponcio» y se pone con los ojos revueltos de las irritaciones que pasa. El caso es que, con todo este panorama, los condes hacen lo que les viene en gana ya que León se ha convertido en una viña sin vallado.

El poder en Medina Azahara se divide de la siguiente manera: Primero, el pequeño Hisham, al igual que el pequeño Ramiro, es un simple símbolo del reino. El que en verdad debía mandar era su regente Al-Mushafí, pero en seguida se convirtió en una simple marioneta. ¿De quién? De Aurora, la madre de Hisham, ésta fue la que de verdad cogió el mando, la cual seguía teniendo como mano derecha a su indispensable Almanzor. Y así, resultó que mientras en León, la gran potencia cristiana del norte, gobernaban dos mujeres, en Al-Ándalus, la gran potencia del Mediterráneo llegó también a estar gobernada por una mujer. Tres mujeres gobernando la casi totalidad de España. ¿Podía terminar esto bien?

Las ambiciones de Aurora

Subh (Aurora), pasó de esclava a ser la madre del heredero, y ahora se veía en lo más alto, al frente del Califato más poderoso del Mediterráneo. Independiente, además, de Damasco. Subh, desde que llegó a Córdoba no había sentido más que odio por los que la arrastraron hasta allí a la fuerza. No está muy claro cómo ni por qué la trajeron, solo se sabe que llegó del norte, del reino de Navarra y era de origen vascón, y que pasó de ser esclava a convertirse en la favorita del califa, aunque se dice que éste era homosexual y que solo la usó para que le diera un heredero. Cuando comenzó a verse rodeada de comodidades y riqueza, comenzó a resignarse por su mala… o no tan mala suerte. Después, cuando fue madre del heredero comenzó incluso a alegrarse de esa suerte que le había deparado el destino. El ser la favorita y disponer de sus propias riquezas hicieron despertar en ella la ambición, una ambición que nacía del rencor y el odio del que en alguna parte de su ser aún había rescoldos.

Y ahora que se veía en lo más alto estaba satisfecha, lo había conseguido todo. Por su parte, Almanzor había llegado hasta allí, si no como esclavo, sí desde lo más bajo y lo había conseguido todo a base de ambición. Por eso, Subh y Almanzor no eran muy diferentes. Almanzor llevó a cabo la ejecución de su cuñado, pero Subh, casi con toda seguridad estuvo implicada en la planificación del asesinato. No, no eran muy diferentes, y por eso, Subh y Almanzor no podían acabar más que como amantes. Eran de la misma edad y ahora contaban 30 años. Se dice que ya eran amantes antes de la muerte de Alhakén, de esto no hay seguridad, pero ahora que ya no estaba el califa, la libertad para sus encuentros era total. Con toda esta complicidad, siendo ella la que mandaba y teniendo Almanzor el poder del tesoro, de la policía y ahora también del ejército, el regente del califa niño, Al-Mushafi, era un verdadero cero a la izquierda. Fueran amantes o no antes del fallecimiento de Alhakén, lo que ahora quedaba claro es que Almushafi había sido un títere desde el principio.

Ella, Aurora, era la que lo había tramado todo. Su hijo, si quería gobernar, debía hacerlo bajo un regente. Ella ni siquiera tenía sangre árabe, por lo que estaba descartada desde el principio. Almanzor era de sangre yemení y todavía no era más que un empleado del califato, por lo que tampoco tendría el apoyo de casi nadie. ¿A quién proponer como candidato? Al viejo carcamal, el visir Al-Mushafi, a quien todos verían con muy buenos ojos. Solo faltaba matar a su cuñado y asunto resuelto. Pero ahora que ya había cumplido su función, al viejo había que quitarlo de en medio. Solo podían quedar ella y su amante. Ambos inteligentes. Ambos ambiciosos. Ambos forjados desde la nada. Ambos de la misma calaña. No, no iban a asesinarlo, de momento. Demasiado alboroto en palacio si encontraban al viejo muerto. Lo que se disponían a hacer era desgastarlo políticamente, y Almanzor sabía cómo hacerlo y tenía los medios: el general en jefe de todos los ejércitos de Córdoba, Galib, otro esclavo que llegó como tal y terminó en la cumbre del ejército a base de inteligencia en la estrategia militar.

Galib ya le debía varios favores a Almanzor, y todavía terminaría debiéndole muchos más. Almanzor le proporcionó a Galib varias campañas que le haría ser un célebre militar en todo el califato, y con la celebridad vendría el enriquecimiento. En realidad, se trataba de fáciles escaramuzas en la frontera leonesa donde arrasaban aldeas y tenían oportunidad de regresar con cuantiosos botines. Pero Almanzor se encargaba de ponderar las hazañas hasta el punto de que Córdoba entera enloqueciera y se enorgulleciera de su general. A todo esto, ¿Al-Mushafi no se daba cuenta de que le estaban haciendo la cama? Por supuesto, el viejo visir sabía que lo estaban anulando poco a poco y ahora se daba cuenta de que lo habían utilizado como a un pelele, después de todo lo que él había hecho por su califa. Pero no estaba dispuesto a quedarse de brazos cruzados. Tenía claro que Almanzor, al que ya tenía más que calado, quería ganarse la fidelidad del general Galib, algo muy peligroso en caso de –como ya se temía- pudiera dar un golpe de estado.

Con el ejército de su parte Almanzor tendría el pode absoluto, por lo tanto, tenía que hacer un rápida jugada para ser él, quien se ganara la fidelidad del general. ¿Qué mejor manera de ganarse al general que incluirlo en su familia? Le pediría la mano de su hija para casarla con su hijo. El general y él serían consuegros. Esto le garantizaba un blindaje contra la temida sucia maniobra de Almanzor. Y así lo hizo, Al-Mushafi pidió la mano de Asmá, que así se llamaba la muchacha, para casarla con su hijo. Galib no pudo negarse, a pesar de que aún guardaba algunas viejas rencillas con el antiguo visir. Por lo visto habían tenido algunos roces en el pasado. Pero Galib, que en ese momento vivía la euforia de la fama, pensó que la petición del -teóricamente- primer ministro y mandamás del califato, eran un simple agradecimiento por sus recientes y exitosas campañas militares, y una buena oportunidad de limar asperezas. Pelillos a la mar, que después de todo, ser consuegro de un primer ministro es un buen partido que no te proponen todos los días.

-¡Vaya, el viejo carcamal ha sabido reaccionar! –comentaba Almanzor a Aurora en la intimidad de su alcoba- Tengo que reconocer que ha sido una buena jugada. Vamos a tener que asesinarlo antes de lo previsto.

-No seas necio –contestó Aurora visiblemente decepcionada por la aparente falta de ideas de su amante-, ya te he dicho que no quiero escándalos en palacio. Seguiremos adelante con nuestro plan sin que corra la sangre.

-¿Qué se te ocurre que podamos hacer?
-Mi querido Abu Amir, siempre tan inteligente, tan decidido, tan resuelto, el que nunca se detiene ante nada, y ahora no sabes qué hacer ante una mujer –fue la respuesta de Aurora.
-No te entiendo, Subh.
-Está claro que Al-Mushafi ha hecho lo que tú debías haber previsto. Lo que tú debías haber hecho antes que él. ¿Acaso no eres un hombre soltero?
-¿Estás insinuando que…?

-Sí –contestó Aurora contundente- que debías haberte adelantado a pedir la mano de la hija de Galib para ti.
-Ahora ya es tarde, hay un contrato –se lamentaba Almanzor.

Pero Aurora no estaba dispuesta a ceder ante un simple contrato de matrimonio.
-¿Desde cuándo te detienes ante nada? Ese contrato debe romperse, la hija de Galib debe casarse contigo, y no es una recomendación, es un mandato.

La caída de  al-Mushafi

Al-Mushafi ha sido detenido y encarcelado. En Córdoba no dan crédito a lo que ocurre, el viejo visir, el regente del Califato, encarcelado. ¿Por qué? Las cuentas no cuadran. Desde que ascendió al poder se había dedicado a malversar los fondos del califato. Gracias a Almanzor, que por orden de Aurora había hecho un excelente trabajo de investigación, el muy sinvergüenza había sido descubierto. Allí estaban todas las cuentas que paralelamente había hecho Almanzor, para compararlas con las del estafador. Estaba claro que no cuadraban, por lo que el regente había robado a manos llenas.

Subh (Aurora) le daba las gracias a Almanzor públicamente por su esfuerzo y dedicación, todo un ejemplo de lealtad al pequeño califa. Qué pena, que Hishan quedaba ahora sin regente, con solo doce años. Habría que buscarle uno nuevo. ¿Quién mejor que aquel que lo ha dado todo por Córdoba? Por supuesto, el nuevo regente sería el eficiente y leal Almanzor. Eficiente, muy eficiente había sido Almanzor; tanto, que hasta la propia Aurora había quedado fascinada por la increíble jugada de su amante. Una jugada en la que se las había ingeniado para preparar y falsear una montaña de documentos que demostrarían que las cuentas del viejo Al-Mushafi estaban amañadas para engañar a todo el mundo. A Aurora, hasta le había dado pena ver la cara del antiguo visir cuando se lo llevaban.

Pero era necesario quitarlo de en medio y así había sido mejor, la manera más limpia, sin manchar las alfombras de sangre. Pero aún quedaba el tema de Asmá, la hija del general Galib, que debía casarse con el hijo del ya encarcelado Al-Mushafi. Si esto llegaba a consumarse, el general podía actuar por la fuerza para sacar a su consuegro de prisión.
-Dime, general, ¿qué piensas hacer ahora? –le preguntó Almanzor, el nuevo regente, a Galib.
Pero Galib no sabía qué contestar. Almanzor lo hizo por él.
-Un gran general, con un historial tan brillante como el tuyo, no debe mezclarse con la escoria del califato. Galib seguía sin saber qué decir ni qué hacer. Pero pronto entendió que lo que Almanzor le daba no era un consejo, sino un orden. Y así fue como el contrato de los prometidos llegó a romperse.
-Pero no creas que tu hija se va a quedar sin un buen partido –añadió Almanzor.
Galib le miró sorprendido. Y mucho más sorprendido quedó cuando su jefe le pidió la mano de su hija Asmá. Por supuesto, fue incapaz de negarse.

Mientras tanto en León, el joven Ramiro crecía, pero era aún menor de edad. Poco a poco se iba instruyendo en las labores de estado, siempre bien aconsejado por su madre, que fue la que finalmente se llevó el gato al agua en sus peleas con la otra regente, la tía del muchacho. Y ésta, como ya sabemos, era una monja que apostaba por la paz con los moros, más por miedo que por otra cosa. Porque la paz con los moros no era una autentica paz, sino una humillación tras otra. Pactar con ellos era pagar altos tributos, y entre estos tributos podían exigirse esclavos de ambos sexos, los propios hijos de los cristianos. Pero negarse a pagar estos tributos era exponerse a que ellos mismos se los cobraran en forma de aceifas, es decir, ataques por sorpresa a las aldeas más desprotegidas, donde lo arrasaban y se lo llevaban todo dejando tras de sí muerte y desolación. Y si la desolación por la muerte de los seres queridos era horrenda, no menos lo era cuando tras el ataque descubrías que te faltaban tus propios hijos, que nunca más volverías a ver.

Las últimas aceifas ordenadas por Almanzor habían colmado la paciencia del conde de Castilla García Fernández, hijo de aquel conde llamado Fernán González y que era yerno de doña Toda. (Nótese que en la época no se heredaba el apellido, sino el nombre. El padre se llamaba Fernan, por lo tanto su apellido era Fernández.) Pues este conde castellano quiso dar contestación a los últimos ataques sarracenos, por lo que fue a pedirle ayuda al joven rey, para que pusiera a su disposición algunos refuerzos, ya que él contaba con un limitado ejército. El joven, bien instruido por su madre, dijo que no. Si ya habían sufrido ataques, lo último que necesitaban era provocar a los moros de nuevo. Mal asunto –pensaba el conde castellano- resignarse al dolor y la humillación por miedo a sufrir un dolor y una humillación aún más fuerte. García no se resignó, y por su propia cuenta decidió que esos refuerzos que necesitaba bien podría encontrarlos entre los propios campesinos de su tierra. Y así fue como García Fernández, conde de Castilla, que aún era un condado perteneciente al reino de León, se encaminó contra los moros.

Era verano del año 979. García ataca Gormaz y la conquista. Acto seguido se dirige a Almazán, cerca de Soria, la saquea y aniquila a toda la guarnición mora. En Barahona y Atienza le espera una nueva victoria. Y así, hasta la llegada del invierno, en que decide volver victorioso a Castilla lleno de gloria y tesoros. Los moros se habían llevado un escarmiento que no olvidarían. El general Galib, mientras tanto, se había limitado a defender Medinaceli, una plaza clave para la defensa mora. ¿Y qué pensaba de esto Almanzor? Pues que tenía un problema. Los castellanos se le habían puesto gallitos.
-Ya me ocuparé de ellos, ahora tengo algo más importante que hacer.

Herejes y herejías

Almanzor esperaba impaciente. Debían traerle noticias, y esperaba que esas noticias le aclarasen de una vez lo que estaba pasando. Y por fin, uno de sus hombres, uno de aquellos espías que rondaban por las calles día y noche a la caza de cualquier chisme que pudiera interesarle a su jefe, se presento pidiendo hablar con él. A juzgar por la agitación del espía, la cosa parecía interesante. Parecía nervioso y no sabía por dónde empezar. Hasta el propio Almanzor tuvo que empujarlo a hablar. Y el hombre habló. Tal como se temían, en Córdoba había un complot en el que estaban implicados, entre otros, un antiguo general retirado y el prefecto de Córdoba, lo que vendría a ser el gobernador o el alcalde. Aquellos hombres se reunían para debatir sobre el estado irregular en que se encontraba en aquel momento el gobierno cordobés.

Un menor de edad que no pintaba nada, el primer ministro y regente del niño destituido y encarcelado y un intruso en el poder que había llegado desde lo más bajo subiendo peldaños a base de enjuagues, sobornos y crímenes, y sobre todo, por haber seducido a la madre del heredero. Lo que estos legitimistas proponían era acabar con aquella situación nombrando a un legítimo sucesor, un nieto de Abderramán (aquel Abderramán sobrino de doña Toda). Este nieto, también llamado Abderramán era ya mayor de edad y gozaba de buena reputación entre la gente. Se trataba de estudiar la forma de hacerlo subir al poder. Pero no les iba a dar tiempo a estudiar el tema.

Almanzor tenía un problema y él lo sabía mejor que nadie: tenía el poder de hecho, pero no de derecho. Y el poder de hecho, solo estaría en sus manos mientras Hisham fuera menor de edad, y aquel menor de edad estaba creciendo. Y aún en el caso de que aquel niño sufriera un terrible accidente, él nunca sería legítimamente el califa. Muy al contrario, debía velar porque aquel niño estuviera siempre sano y salvo. Si algo le ocurriera, perdería de inmediato su poder. Los alfaquíes eran los teólogos estudiosos del Corán, los verdaderos jueces de Córdoba. Si un gobernante era sospechoso de infringir la ley coránica podía caer sobre él todo el acoso de aquellos alfaquíes, por lo tanto, mucho se guardaban los gobernantes de llevar una buena relación con ellos; Almanzor, que había estudiado aquella «carrera», la tenía, pero aquel día, se los iba a ganar de calle.

Llegaron a Medina Azahara, donde los esperaba Almanzor para conducirlos hasta el lugar donde los iba a dejar a todos asombrados: la biblioteca. He aquí la biblioteca del difunto Alhakén. Muchos de ellos ya sospechaban las herejías que en aquella biblioteca se guardaban. Pero aquel era un lugar íntimo y privado. Hoy, por fin iban a salir a la luz. Miles de libros se agrupaban en sus estanterías, muchos de ellos traídos de lugares lejanos, la mayoría aportados por gente sabia que huía de la intolerancia de Damasco. Los huidos llegaban a un lugar mucho más tolerante y abierto y eran acogidos por un califa ilustrado que no tuvo reparos en guardar aquellas joyas literarias que hablaban de astronomía, lógica, medicina, aritmética y otras ciencias. Pero a excepción de la medicina y aritmética, todas las demás ciencias eran consideradas propias de herejes. Almanzor acababa de desenmascarar al autentico Alhakén. Habían estado gobernados por un hereje y nadie se había atrevido a destapar lo que escondía en aquel lugar endemoniado. Solo un hombre pio, instruido en las escrituras y apoyado por Alá podía haberse atrevido a tal cosa. Los libros fueron destruidos de inmediato y desde ese momento Almanzor se había ganado por completo a los alfaquíes de Córdoba.

El «mutazilismo» era una doctrina o secta islámica duramente perseguida por los verdaderos islamistas. Encontrar indicios sobre la pertenencia a esta secta eran motivos para ser condenado a muerte. ¿Alguien piensa que todos los libros prohibidos de la biblioteca de Alhakén fueron destruidos? Muchos de ellos fueron encontrados, junto a otras evidencias, en las casas de los cabecillas de la conspiración. Almanzor, ejemplo de hombre pio, sabio y fiel a las sagradas escrituras, se presentó ante los jueces de Córdoba para que, en vista del descubrimiento de tan abominable conjura, ponerse a disposición de la justicia, perseguir a los herejes y darles el máximo castigo que prevé la ley para tan graves casos. Y con el beneplácito de aquellos santos varones se enfrascó Almanzor al frente de su policía en persecución de los que pretendían arrebatarle el trono al angelito de Hisham, que además practicaban una religión falsa, ofendiendo gravemente al todopoderoso y único dios Alá. Los libros y otros documentos encontrados lo demostraban y no daban lugar a dudas. Los miembros del complot y otros muchos que solamente eran sospechosos fueron detenidos. El castigo tenía que ser ejemplar. Fueron crucificados en público. Una nueva barbarie con la que obtuvo más puntos a favor frente a los jueces de Córdoba, a los que ya no les cabía ninguna duda de que Almanzor era un hombre integro y fiel a las enseñanzas del profeta Mahoma.

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