“De carácter afable, el rey José, atento y cortés en el trato, bastante instruido, no escaso de talento, y animado de buenos deseos e intenciones, reunía prendas para haberse ganado la voluntad de los españoles, si no los hubiera cogido lastimados en su noble orgullo, si hubieran podido olvidar su ilegitimidad y la manera indigna y alevosa como les había sido impuesto, si, como no era posible, España hubiera podido conformarse con el sacrificio de su dignidad. José, en otras condiciones y con autoridad y procedencia más legítima, por sus deseos y cualidades de príncipe, habría podido hacer mucho bien a España. Así lo han reconocido y consignado escritores españoles de mucha cuenta y nada afectos ni a la dinastía ni a la causa de los Bonaparte.”
“Pero era tal el aborrecimiento que la conducta de Napoleón había inspirado en el pueblo, que el vulgo, no viendo ni juzgando sino por la impresión del odio, solo veía en su hermano al usurpador y al intruso, y lejos de reconocer en él prenda alguna buena, figurábalase un hombre lleno de defectos y de vicios. Se le propaló que se daba a la embriaguez, y la plebe le designó para denigrarle con el apodo de Pepe Botella, acabando por creerlo como verdad la generalidad de las gentes.”
“Aún siendo José agraciado de rostro, el odio popular llegó a desfigurar tanto su cuerpo como su alma, pintándole tuerto. Y con este defecto físico se distribuían por todas partes retratos suyos. Se le hacía objeto de risibles farsas populares en plazas y teatros. Todo lo cual influyó de tal modo en su descrédito y desprestigio que ayudó a mantener vivo el odio a su persona y a su dinastía, espíritu que fue un gran auxiliar para la lucha de armas que ardía ya viva por todas partes.
Su «reinado» no fue ni mucho menos tranquilo, tampoco puede esperarse otra cosa en medio de una guerra. Pero por lo visto, algún que otro momento de sosiego debió tener, para dedicarse, como lo hizo, a construir plazas públicas en Madrid. Dicen que para ello derribó muchos conventos, en Madrid había demasiados. Y de aquí le vino otro de sus muchso motes: el Rey Plazuelas. En lo demás, parece ser que sus generales tenían más respeto a su hermano que a él mismo. En realidad, José no era más que un títere al servicio de su hermano, que le cantaba las cuarenta cada vez que salía huyendo de Madrid. No fueron pocas las veces que lo hizo. La primera, nada más instalarse en palacio, cuando se enteró de que Dupont había recibido un trágico descalabro en Bailén. La antepenúltima, después de la derrota que sufrieron los franceses en los Arapiles, a manos de Wellesley. Derrota que terminó de poner en jaque a los de Napoleón y que puso en evidencia la autoridad de José, al que sus generales no obedecieron como debieron hacerlo.
Finalmente, el 13 de junio de 1813, José salió de Madrid con un enorme equipaje, llevándose consigo cuantos tesoros pudo. Sabía que era su salida definitiva de Madrid para no volver. En su rocambolesca huída fue alcanzado antes de abandonar España y para que no lo capturaran a él, se vio obligado a abandonar todo su equipaje. José Bonaparte llegó a Francia con lo puesto y con su ejército apaleado.