Después de César
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«Los asesinos de César creyeron haber acabado con la tiranía cuando no habían hecho más que multiplicar los tiranos». Esta es la opinión de Jean Jacques Barret en su biografía sobre Nerva y Trajano. Marco Antonio, Octavio y Lépido revivieron los enfrentamientos entre Mario y Sila o los de César y Pompeyo.
El desenlace, en el que, como la vez anterior, solo podía quedar uno, consolidó en el poder al joven Octavio. César puede ser considerado como un tirano, un dictador con poder absoluto, pero se hizo querer por el pueblo y consiguió acabar con la oligarquía de las familias poderosas que tenían sumida Roma en la corrupción y el despropósito. Con Octavio convertido en rey, o emperador, como los romanos prefirieron llamarle, Roma dejaba de ser definitivamente republicana. Se conservaba el senado, pero éste, como cuenta Barret, «¡No eran más que una reunión de esclavos atentos siempre a la menor señal de su amo!»
«Augusto (Octavio) murió y lo deificaron –continúa contando el autor de la biografía de Trajano-. La casa en que había nacido se convirtió en lugar santo. He aquí todos los crímenes santificados.» Barret lleva razón, pues César Augusto, como terminó llamándose después de ser nombrado emperador, tuvo fama de sanguinario en sus primeros años como mandatario, aunque finalmente acabó su magistratura de 41 años muy positivamente. Le siguió Tiberio que reinó durante 23 años. Su final fue de los más trágico, pues todos creyeron que estaba muerto cuando todavía estaba vivo. Pero Calígula, su sobrino e hijo adoptivo, ya se veía como emperador mientras uno de los guardias descubría que Tiberio aún vivía, pero conociendo cómo se las gastaba Calígula decidió guardar silencio y ahogarlo.
Calígula fue un monstruo aún más cruel que Tiberio, y por eso decía éste que criaba una serpiente para el Imperio y un incendiario para el mundo. «El orgullo, la locura y la torpeza de Calígula igualaron a su crueldad. Buscó la muerte de aquellos cuyos despojos pudiesen llenar el vacío de su tesoro. Inventó aún otro medio que nadie, sino él, sería capaz de imaginar. Hizo de su palacio un lugar de prostitución para sacar rentas». Así lo cuenta Suetonio. Después de que el pueblo lo hubiera soportado durante cuatro años, fue asesinado. Tras la ejecución, un soldado de la guardia pretoriana se dio cuenta de que alguien los había visto tras una cortina, y en efecto, allí estaba escondido y muerto de miedo Claudio, que pasaría a ser el nuevo emperador, a pesar de que el senado a punto estuvo de restablecer de nuevo la república.
Según la opinión de Barret, «el imperio pasó de las manos de un furioso a las de un imbécil que se dejó gobernar por sus mujeres y criados». Cierto es que, al parecer, Claudio era algo retrasado y por eso Agripina, que era su sobrina y después fue su esposa, se aprovechó de él para hacer que Nerón, el hijo de ella fuera adoptado y nombrado heredero, quitándole ese derecho al suyo propio; hecho que más tarde lamentaría y apresuró su muerte, pues temiéndole a las consecuencias prefirió envenenarse. El reinado de Nerón está marcado por el incendio de Roma y por sus crueldades. Ordenó la muerte de su propia madre y se sospecha que fue él quien envenenó al hijo de Claudio. En cuanto al incendio, según Tácito, Nerón no se hallaba en Roma cuando éste se declaró, y al enterarse viajó hacia allí rápidamente, le abrió la puerta de su palacio a los que habían perdido sus casas y más tarde castigó a los cristianos, verdaderos culpables, y puso dinero de sus propias arcas para acometer la reconstrucción de todo lo que se había destruido. Pero según Suetonio y Dion Casio, mientras Roma ardía, el tocaba alegre la lira, siendo el principal sospechoso de haberlo provocado. Dos habrían sido las razones: acusar a los cristianos para poder condenarlos a las fieras del circo y poder remodelar urbanísticamente una Roma que no le gustaba. Nunca sabremos la verdad, pero su propio padre, Domicio, dijo de él al nacer: «de Agripina y de mí no puede salir más que una cosa mala y execrable.» En junio del año 68 el senado lo expulsó de Roma y poco después se suicidaba con ayuda de un esclavo.
Galba fue el elegido para sucederle. Poco pudo demostrar, pues fue asesinado tras siete escasos meses de gobierno. El complot fue, al parecer, encabezado por Otón, que estaba decepcionado por no haber sido él el elegido como emperador. Otón reinó y al cabo de tres meses se suicidó. Le sucedió Vitelio, que sería asesinado tres meses más tarde, en diciembre del año 69. Su cuerpo fue arrojado al Tiber y su cabeza paseada por Roma. A continuación reinaría Vespasiano. El año 69 se conocería desde entonces en Roma como el año de los cuatro emperadores.
Tito Flavio Vespasiano reinó desde el año 69 hasta su muerte en el 79, siendo el segundo emperador, junto a Augusto, en morir de muerte natural. Sobre su reinado, echamos mano de nuevo de las palabras de Barret: «No hemos visto hasta aquí más que tiranos crueles y despiadados, y viles esclavos que no conservaron el nombre de romanos más que para deshonrarlo. El reinado de Vespasiano presenta un cuadro que consuela el espíritu y el corazón, igualmente fatigados con el espectáculo de los horrores pasados.» Nos encontramos, pues, ante un monarca que fue justo y trajo tranquilidad y concordia a Roma, sin embargo, paradójicamente, fue el padre de uno de los mayores monstruos del Imperio.
La columna trajana
A principios del siglo II el emperador Trajano mando construir un foro, tal como ya hicieran sus predecesores Nerva, Augusto o Julio César. Un foro no era más que una plaza pública con sus respectivos monumentos y edificios institucionales y el de Trajano fue el más grande de todos y se construyó para conmemorar sus victorias sobre la Dacia. Entre un enorme edificio público, llamado la basílica Ulpia, y dos bibliotecas, se erguía una columna de 38 metros de alto coronada por una estatua de bronce del propio Trajano. La Dacia recibía dinero de Roma con tal de tenerlos apaciguados, pero el rey Decébalo incumplía el acuerdo una y otra vez atacando las aldeas fronterizas, hasta que Trajano perdió la paciencia.
En el año 101 cruzó el Danubio, invadió la Dacia (en la actual Rumanía), derrotó al poderoso ejército de Decébalo y se firmó un nuevo acuerdo que también fue incumplido por el rey dacio. Trajano, sin más contemplaciones entró de nuevo en la Dacia y la borró del mapa. El botín obtenido fue tan enorme que todo cambió en Roma. Los cronistas cuentan que los carros vinieron cargados con 250.000 kilos de oro y 500.000 kilo de plata, y además, Dacia se convirtió en provincia romana.
El foro, construido también por Apolodoro, debió ser en su momento una obra digna de admiración, con su plaza columnada, la basílica Ulpia y sus dos bibliotecas, edificios de los que solo quedan sus ruinas. Lo único que queda casi intacto es la columna trajana, aunque ya no está coronada por la estatua del emperador. En 1588 el papa Sixto V quiso santificar el monumento reemplazándola por una de San Pedro. La columna es hueca y en su interior hay una escalera espiral que nos lleva hasta arriba y es uno de los monumentos más emblemáticos que sobrevivieron a la caída de Roma. Hoy se alza solitaria entre ruinas, sin embargo, choca saber que un día estuvo encajonada en una especie de patio entre dos bibliotecas. ¿Por qué tan bello monumento se levantó ya encerrado? Porque la columna de Trajano es ni más menos que un inmenso libro que nos cuenta gráficamente la historia de las campañas dacias.
En efecto, en torno a la columna asciende, como si un lienzo enrollado en espiral se tratara, una serie de escenas esculpidas en bajorrelieve y nos cuenta todo el relato de lo que aconteció en aquellas campañas. En sus 155 escenas, en un principio policromadas, aunque llegaron a perder todo el color, aparecen 2.662 figuras donde Trajano aparece 58 veces y el total del rollo, si se pudiera extender mediría 210 metros, a través de los cuales vemos marchas, construcciones, batallas, negociaciones, botines e incluso torturas. Todo ello forma una excelente fuente documental que ha dado valiosa información sobre uniformes, armas, tácticas y mucho más. Sin embargo, el hecho de que haya que mirar hacia arriba y al mismo tiempo caminar dando la vuelta a la columna, ha sido criticado por algunos expertos, que piensan que más que un documento, fue creado como un símbolo, cosa que no viene a rebelarnos nada sorprendente. La columna es un monumento simbólico en medio de dos bibliotecas, pero que sin embargo, fuera o no su objetivo principal, ha servido como fuente muy valiosa para los historiadores a través de los casi dos mil años que lleva en pie. Es además, el símbolo más representativo de quien llevó a Roma a su máximo esplendor, y quizás, uno de los mejores gobernantes de todos los tiempos.
Domiciano
Vespasiano murió dejando un buen recuerdo, y su sucesor, su hijo Tito siguió sus pasos y se hizo querer por el pueblo. Pero Tito gobernó durante solo dos años, desde el 79 hasta el 81, cuando murió por una extraña enfermedad; según se cuenta, un insecto se le había introducido por la nariz y estuvo martilleando su cerebro durante siete años. Cuando murió y le abrieron el cráneo el insecto había crecido hasta alcanzar el tamaño de un pájaro. Posiblemente, hoy se le habría diagnosticado un tumor. Domiciano le sucedió y el pueblo esperaba de él lo mismo que de su padre y su hermano. No les defraudó, al principio. Domiciano era un ser tan pacífico y sensible, que la sangre le producía horror, hasta el punto de que estuvo a punto de prohibir los sacrificios de animales en las ceremonias religiosas. Pronto se ganaría, además, la fama de emperador justiciero, íntegro y tolerante.
Pero cuando parecía que Domiciano iba a convertirse en uno los príncipes más dignos de recordar en la historia del Imperio, éste dio muestras de intolerancia y cometió sus primeros crímenes. El historiador Hormógenes de Tarso fue ejecutado por ciertas alusiones en su contra. Fueron crucificados, además, los copistas que le habían transcrito; así nos lo cuenta Suetonio. Fueron las primeras muestras de lo que pronto se convertiría en una enfermiza obsesión: las conspiraciones contra su persona. Por otra parte, quizás esto hubiera quedado en simple anécdota, si en verdad no hubiera habido una conjura en su contra, que la hubo.
Suetonio, Dión Casio, Plinio el Joven y el poeta Juvenal, todos ellos denunciaron el régimen despótico y sanguinario en que se convirtió el reinado del que con tan buen pie comenzó. Fue a raíz de lo que aconteció muy lejos de Roma, en la frontera del Danuvio, entre los años 85 y 87. Los dacios hostigaban la frontera y saqueaban las poblaciones cercanas y Domiciano quiso acabar con sus correrías. Pero la Dacia es un territorio montañoso, propicio para las encerronas, y dos legiones fueron víctimas de ellas y masacradas.
El desastre sufrido por Domiciano quiso ser aprovechado por alguien; por uno de esos que nunca duermen y siempre están al acecho. Fue Saturnino, gobernador de Germania Superior, que creyendo que el golpe de los dacios lo había debilitado se puso al frente de sus legiones y se levantó en armas contra Domiciano. La situación se le puso difícil, pero Domiciano iba a tener suerte, pues los germanos que acudían en apoyo de Saturnino cayeron al Rin al romperse el hielo de sus aguas congeladas. Saturnino fue aniquilado, pero a partir de ese momento, Domiciano se convertiría en un enfermo que sospecharía hasta de su propia sombra y comenzaría a ver conspiraciones por todas partes.
Para prevenir futuras conjuras, comenzó a tomar medidas. Los soldados debían estar contentos, por lo tanto, les aumentó la paga. Las críticas o la más mínima prueba de animadversión hacia su persona eran suficiente para dictar una sentencia de muerte. Las víctimas fueron sucediéndose una tras otra. Manio Acilio Gabrión, cónsul que había adquirido gran popularidad fue condenado a luchar contra las fieras del circo. Cualquier magistrado que sobresaliera sobre los demás, era un potencial enemigo que debía ser eliminado, así como los generales que hacían grandes conquistas y se hacían amar por sus soldados eran automáticamente sospechosos de querer marchar sobre Roma y dar un golpe de estado.
Domiciano pasó de ser una persona sensible a quien horrorizaba la sangre a un ser un sádico despiadado que disfrutaba con ella. Los detenidos, incluso eran obligados a denunciar a sus cómplices mediante un nuevo método de tortura donde se les quemaban sus partes. Se ejecutó a un gran número de senadores, sus peores enemigos, se confiscaban bienes y se volvió contra su propia familia matando a sus sobrinos nietos, evitando a así que éstos sintieran la tentación de asesinarlo para convertirse en sus sucesores. También se mostraba obsesionado por las predicciones astrológicas que parecían anunciar el día de su muerte y el modo en que se produciría. Suetonio dice lo siguiente sobre lo que ya era una inmundicia poseído por la paranoia: «Cada vez más angustiado hizo revestir de reluciente fengita las paredes de los pórticos por los que acostumbraba a pasear para poder observar, mediante las imágenes reflejadas en su brillante superficie, lo que sucedía a sus espaldas». La fengita es un mineral de color plateado y un brillo nacarado. Domiciano, tal como sugieren hoy algunos historiadores, sufría un trastorno psicológico, una verdadera locura.
Todo el mundo alrededor de Domiciano temía por su vida pues el emperador anotaba cada vez más nombres de sospechosos en la tablilla de tilo que utilizaba al efecto. Y fue entonces, cuando comenzó a tramarse una verdadera conspiración para acabar con aquel monstruo. Sus instigadores fueron tres viejos servidores de palacio: Estéfano, Partenio, Máximo, algunos senadores y posiblemente su propia esposa, Domicia Longina, la cual también estaba amenazada de muerte. Acabar con él no iba a ser tarea fácil, pues el tirano contaba con la fidelidad absoluta de su guardia pretoriana, a la que había triplicado el sueldo, lo que hacía imposible recurrir al soborno. Suetonio nos cuenta cómo lo hicieron, los conjurados contrataron a varios miembros de la escuela de gladiadores. Era el el 18 de septiembre del año 96. Estéfano andaba paseándose por palacio con un brazo vendado, fingiendo haber sufrido un accidente. Llegado el día, se presentó ante el emperador asegurando que tenía pruebas de una conspiración en su contra. Tenía varios nombres apuntados en una lista, y mientras Domiciano la leía, Estéfano sacó una daga de entre los vendajes y se la clavó en la ingle. Domiciano pudo reaccionar arrebatándole la daga y pudo incluso sacarle los ojos a Estéfano, pero los demás conjurados se abalanzaron contra él y lo remataron. Nadie pudo ayudarlo, pues las puertas habían sido cerradas a conciencia.
Tras conocerse su muerte, la guardia pretoriana, que veía cómo su excelente sueldo corría peligro, se declararon dispuestos a vengarle. Sin embargo, el pueblo de Roma respiró aliviado, sobre todo los patricios, que habían estado amenazados durante los largos quince años en que había reinado el tirano. El senado por su parte decretó que fuera borrado todo rastro del fallecido. Las estatuas de mármol del emperador fueron destruidas y las de bronce se fundieron y se borró su efigie de todas las monedas. Se han encontrado monedas con las efigies de Domiciano y de su esposa Domicia Longina en las que sólo se ha borrado la imagen del primero.
Nerva
La carrera política de Nerva es bastante desconocida y tenía escasas posibilidades de llegar a emperador, por lo que, hay quien afirma que éste estuvo implicado en la conjura contra Domiciano. Nerva figuraba en su lista negra; si era descubierto, poco o nada tenía que perder. Dión Casio escribe que antes de llevar a cabo su plan, los conspiradores debatieron el asunto de la sucesión con varios candidatos y que Nerva fue el elegido para sustituir al sanguinario Domiciano. Por lo tanto, si esto es cierto, aunque no tomara parte en la conjura, sí que estaba informado de ella. Nerva tenía ya una edad avanzada y su salud era delicada, sin embargo, en vista del estado en que había quedado el Imperio, sintió la responsabilidad de aceptar el cargo. El nuevo emperador se instaló en la antigua residencia de Vespasiano.
Nada más ser nombrado emperador, Nerva juró públicamente que se ponía fin a las persecuciones de senadores sospechosos de conspiración. A partir de aquel momento, los senadores respiraron aliviados, después del terror que habían sufrido bajo el yugo de Domiciano. Los que se encontraban encarcelados fueron puestos en libertad y los que había en el exilio pudieron volver a Roma; a la vez que cesaron los juicios por traición y se restituyeron las propiedades confiscadas a sus respectivas familias. Y a pesar de todo, Nerva quiso mantener amistad con los senadores que todavía eran partidarios de Domiciano.
Pero Nerva era un desconocido para el pueblo romano, así que inició una serie de medidas y reformas con el fin de obtener su apoyo. Regaló 75 denarios por cabeza y alivió de cargas de impuestos a los más necesitados. También concedió créditos a los campesinos más pobres con el fin de incentivar las producciones agrícolas, y destinó 60 millones de sestercios para la compra de terrenos para los pobres; además de una serie de reformas que iban a tener continuidad en los reinados siguientes. Sin embargo, todo ello supuso una gran carga para el tesoro del estado y había que hacer recortes. Se suprimieron los gastos superfluos como los sacrificios religiosos, los juegos y carreras de caballos; mientras se recaudaba cuanto se podía subastando las propiedades de Domiciano y se obtenía dinero procedente de la fundición de las estatuas de oro y plata del tirano. Y para dar ejemplo, prohibió que se realizaran estatuas de su persona de esos materiales.
A pesar de todo la guardia pretoriana se mantenía fiel a Domiciano y pedía su deificación. Para calmar los ánimos, Nerva hizo que Tito Petronio Segundo, uno de los principales conspiradores contra Domiciano, desapareciera de la vista de los pretorianos, a la vez que les hacía un generoso donativo a éstos. Aun así, los pretorianos exigieron la ejecución de los asesinos de Domiciano. Nerva se negó y esto lo condujo a una grave crisis. Su benevolencia se había convertido en una dificultad para hacer valer su autoridad. Un tal Calpurnio Craso encabezó a principios del 97 una conspiración para asesinarle, pero fracasó, y una vez más Nerva se negó a que aquellos que quisieron matarlo fueran ejecutados.
La situación llegó a agravarse cuando, viendo el senado que Nerva estaba entrado en años y enfermo, no había un sucesor. Nerva no tenía hijos y estaba considerando en aquellos días la adopción de Marco Cornelio Nigrino, gobernador de Siria. Pero el senado era partidario del general más popular del Imperio, Marco Ulpio Trajano, general de los ejércitos de Germania. Lo peor estaba por llegar, en octubre de aquel mismo año la guardia pretoriana rodea el palacio imperial y toma como rehén a Nerva, que no tuvo más remedio que someterse a sus exigencias. Tito Petronio y Partenio, artífices de la muerte de Domiciano, fueron capturados y ejecutados. Nerva salió ileso de aquella situación, pero su prestigio como emperador quedó muy tocado. Para hacer sostenible la situación, necesitaba el apoyo de un hombre que pudiera restaurar su reputación y por eso vio conveniente decidirse de una vez por adoptar a Trajano como sucesor, al que se le otorgó oficialmente el título de César.
«Así Trajano se convirtió en César. Pues Nerva no estimaba la relación familiar por encima de la seguridad del Estado, ni estaba menos dispuesto a adoptar Trajano, por la condición de este último de español en lugar de italiano o itálico, debido a que ningún extranjero había ostentado jamás la soberanía romana; pero Nerva buscaba un hombre por su capacidad, y no por su nacionalidad.»
A pesar de lo que cuenta Dión Casio, lo cierto es que Nerva no tenía demasiado donde elegir y se decidió por el general más popular del momento, que contaba con el apoyo de la mayoría de senadores, a pesar de no ser italiano. El 1 de enero del 98 Nerva sufrió una embolia cerebral y como consecuencia moría el día 27. Su sucesión se produjo sin incidentes; Nerva fue deificado por el senado y Trajano proclamado emperador y recibido con entusiasmo por el pueblo romano.
Marco Ulpio Trajano nació el 18 de septiembre del 53 d. C. en Itálica (Santiponce) a escasos kilómetros de Híspalis (Sevilla). Hijo del senador y general Marco Ulpio Trajano y de Marcia. Durante mucho tiempo se ha creído que era descendiente de familia italiana que se habría asentado en la provincia Bética a finales del siglo III a. C. Pero estudios recientes aseguran de forma muy convincente que sus antepasados eran nativos de origen turdetano, es decir, de la desaparecida Tartessos. Trajano el Viejo, es decir, su padre era un Traius que fue adoptado por los Ulpios (una familia bien conocida en la Bética). Por lo tanto, Trajano era andaluz de pura cepa.
Su padre fue un destacado general que llegó a ser gobernador de Siria y allí fue donde el joven Trajano, con solo veinticuatro años obtuvo el mando de su primera legión. Con el tiempo fue ascendiendo y nombrado cuestor, pretor, legado… Fue tribuno militar destacado en tiempo de Domiciano y legado de la VII Legión Gemina en Hispania, con la que derrotó la revuelta de Antonio Saturnino en el 89. Fue cónsul en el 91 junto a Manio Acilio Glabrión. Nótese que a estas alturas del regreso de la monarquía, todavía existe el senado y la costumbre de nombrar, no uno, sino dos cónsules, a pesar de que el poder absoluto lo obstenta ahora el emperador. En el 96 Trajano se encontraba ya como gobernador en la frontera de Germania Inferior, una de las más problemáticas del imperio, a lo largo del Rin. Para aquellos entonces, Trajano era ya el mejor general de Roma y según se dice, es más que probable que Domiciano lo tuviera en su lista negra. Por suerte para él, Domiciano pasó a mejor vida y ahora era él quien marchaba sobre Roma para ser proclamado emperador.
A orillas del Rin
El deber de la guardia pretoriana era el de velar en todo momento por la seguridad del emperador. Sin embargo, Casperio Eliano, jefe de los pretorianos, fue en contra de las normas sublevándose contra Nerva y pretendiendo obligarle a dictar sentencia de muerte contra los asesinos de Domiciano.
Ante la negativa de Nerva actuaron por su cuenta y después de apresarlos los ejecutaron en el mismo palacio, ante su presencia. Aquel acto, más propio de una banda de delincuentes que de un cuerpo de seguridad, dejó en muy mal lugar a Nerva, que solo era un anciano enfermo y sin más apoyo que los senadores que lo habían llevado hasta el trono. Casperio había sido fiel a Domiciano, pero no es menos cierto que el difunto emperador se había ganado esta fidelidad a base de unos desorbitados sueldos.
Tras la muerte de Nerva, Casperio recibió órdenes en nombre del nuevo emperador Trajano de unirse con sus cohortes a un destacamento acampado en las afueras de Roma. Apenas hubieron llegado al campamento fueron embestidos por una legión bien armada con las órdenes precisas de castigar a los pretorianos corruptos, que por supuesto, Trajano no quería tener como guardias personales. No se tienen demasiados detalles sobre este hecho, ni si fueron todos eliminados o simplemente castigaron a Casperio. Dión Casio simplemente escribió que Trajano «Envío órdenes de eliminar la amenaza que representaba Casperio Eliano y los pretorianos.” De esta manera, su difunto padre adoptivo era vengado por la vejación a que fue sometido y a la vez se libraba de una guardia corrompida. Fue el primer acto de limpieza y justicia que llevó a cabo el recién nombrado emperador, que por cierto, no haría acto de presencia en Roma hasta algún tiempo después.
A orillas del Rin había recibido la noticia de su adopción por parte de Nerva y en el mismo lugar supo de su muerte. Adriano, su sobrino, fue el encargado de darle la noticia, lo cual también significaba que acababa de convertirse en el nuevo emperador. La noticia fue confirmada inmediatamente a través de un mensaje enviado por el senado. Pero Trajano permanecería en Germania hasta octubre del 99, hasta dejar la situación controlada en las provincias del Rin y del Danuvio. Ahora sí, el nuevo emperador se dirigió a Roma para ponerse al frente de su gobierno.
La entrada de Trajano a Roma como emperador fue de lo más peculiar -según cuenta Jean Jacques Barret-, ya que la buena fama le precedió. Trajano estaba reconocido como un general excelente. Después de haber sufrido el desgobierno de un loco paranoico como Domiciano, cualquier gobernante era bienvenido, sin embargo, Trajano, ya antes de gobernar, levantó buenas expectativas; y todo, a pesar de ser el primer provinciano en llegar al trono. Nada más llegar a la ciudad se introdujo entre la multitud.
«Atravesó la ciudad sin más guardia que sus súbditos, y estaba bien seguro porque el amor era su escolta. La naturaleza le había dado una presencia y aire de majestad que anunciaba lo que era su alma. No se distinguía más que por la multitud que le rodeaba.»
Luego se fue al senado, donde le esperaban para confirmarlo como emperador.
«No entró como señor imperioso exigiendo homenajes, sino como ciudadano saludando al primer cuerpo del estado.»
Luego se dirigió al capitolio.
«Durante el curso de esta marcha sus labios expresaban la afabilidad que estaba pintada en su rostro. Si veía a un amigo le daba la mano o le echaba una mirada afectuosa llamándolo por su nombre. Tras él iban sus soldados confundidos con los ciudadanos disfrutando todos del regocijo público. Todos formaban una familia reunidos alrededor de un padre que amaban. Quiso darle este título un grito general que lo pronunció – el de padre de la patria-. Trajano no quiso admitirlo diciendo que aún no lo merecía. Él no quería que se lo diesen, quería ganárselo.»
Luego de los actos religiosos, coronación y demás ceremonias en el templo de Júpiter, se dirigió Trajano, junto a su esposa Plotina y su hermana Marciana, hacia palacio, siempre rodeados de una multitud de ciudadanos. Plotina, con suma modestia, pronunció las siguientes palabras al entrar: «Cual yo entro aquí saldré yo siempre.»
Sencilla y sin dejarse deslumbrar por la pompa cortesana. Y como prueba de ello, cuando poco después el senado solicitó darles a ella y su cuñada el sobrenombre de augustas, lo rehusaron, tal como Trajano no quiso admitir el de padre de la patria.