Su origen
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La historia de los Hunos es confusa y a veces contradictoria, pues nada dejaron escrito ellos mismos. Todo cuanto se sabe de este pueblo se lo debemos principalmente a los romanos, unos nos cuentan que eran poco menos que demonios, y otros cuentan que no tanto. Pero los Hunos nada tienen que ver con la historia de España… ¿o sí? A veces, la historia de un pueblo se entiende mejor conociendo la de los demás, y los Hunos tuvieron mucho que ver con el destino de muchos pueblos de Europa, empujaron a los Visigodos hacia Francia y España y desencadenaron el derrumbe del imperio romano. ¿Y quiénes fueron los Hunos? Tampoco está claro. No se sabe si eran turcos o mongoles, pero se sabe que venían de las estepas siberianas. También se dice que pudieran tener su origen en la tribu Xiongnu de los montes Altai, en Asia central. Eran pastores que se convirtieron en nómadas buscando los mejores pastos y huyendo de los climas extremos siberianos, y este tipo de vida los convirtió también en temibles guerreros.
Sus rasgos orientales, muy marcados, junto a su ferocidad y métodos salvajes de lucha, hicieron que se escribiera sobre ellos cosas como que comían carne cruda, que eran caníbales, que no llegaban a ser humanos del todo… En realidad, dentro de su propio pueblo la cosa era distinta, y tal como escribían algunos diplomáticos romanos que fueron enviados a tratar con ellos, éstos quedaron impresionados por el trato amable recibido y la forma de vida de estos nómadas. Por lo que, esa ferocidad que hacía aterrorizar al rival no eran sino su mejor arma de guerra, y buen resultado les daba, pues aquel que oía hablar de los Hunos se echaba a temblar.
Era el año 215 a. C. Parece ser, que la gran muralla china comenzó a construirse precisamente para defender el país de los Xiongnu. Parte de este pueblo pactó con los chinos que los dejaron entrar. Pero los Xiongnu no llegaron a integrarse en China y los que quedaron fuera estuvieron años vagando por el desierto de Gobi y esperando el momento de atacar de nuevo. A la muerte del rey que había logrado unificar todos los pueblos chinos hubo cambios profundos en el país. La gran muralla estaba inacabada y se descuidaron muchos de los tramos por lo que los Xiongnu entraron y comenzaron a devastar el gran país. Las rutas comerciales entre China y occidente se vieron seriamente afectadas y hubo que emplear un gran esfuerzo para parar a los Xiongnu. Parte de ellos acabaron en Europa, y fue a estos Xiongnu a los que se les llamó Hunos.
Según concuerdan muchos historiadores, los pueblos bárbaros que llegaron a las fronteras del imperio Romano, empujados por los Hunos, no pretendían invadirlo ni arrasarlo, sino que, impresionados por la civilización deseaban ser acogidos y fundirse en ella. Pero, ¿y los Hunos, qué pretendían? Su forma de vida era la trashumancia, buscaban los mejores pastos para el ganado, el saqueo de los pueblos que arrasaban les proporcionaban el resto. Pero al llegar a Roma, no pudieron evitar el mismo deseo que el resto de bárbaros, entrar a formar parte de ella. El mismo Atila pidió casarse con Honoria, la hija de Gala Placidia, y así estrechar lazos con Roma. Fue la propia Roma, con sus constantes desprecios a los pueblos bárbaros la que propició los ataques contra ella. Este rechazo y su altanería, este desprecio y subestimarlos una vez tras otra, fue lo que acabó con Roma. En 395, el año en que Alarico era proclamado rey de los Visigodos, nacía Atila el que estaba destinado a ser rey de los Hunos.
El principio de la decadencia romana
En el siglo II, en tiempos del emperador Trajano, Roma ya había extendido lo suficiente sus dominios hacia el norte, hasta que terminó renunciando a subir más arriba y se limitó a defender sus fronteras. Los romanos sabían que al otro lado los observaban. Los bárbaros miraban hacia una civilización que admiraban y temían al mismo tiempo. Según el historiador británico Edward Gibbon, el juez godo Atanarico (considerado por algunos como el primer rey godo), deslumbrado ante la vista de Roma, reconoció que el emperador romano tenía necesariamente que ser un dios y que ningún hombre debía levantar su mano contra él. Por eso, no era invadirla y devastarla lo que querían, sino entrar y formar parte de ella.
Vivir como romanos significaba una vida mejor. Los bárbaros fueron los inmigrantes sin papeles del primer milenio. Quizás si estos bárbaros hubieran podido asentarse definitivamente en tierras germánicas, la historia de estas tribus hubiera sido muy distinta. Pero llegaron los Hunos y con ellos la huida hacia el sur. Godos, Suevos, Alanos y demás pueblos lo tenían claro, dentro de las fronteras de Roma estarían a salvo. Pero esta gran civilización, quizás adelantada a su tiempo, que había conseguido que una vasta extensión de tierra con tantos pueblos diferentes hablaran una sola lengua, estuvieran todos bajo unas leyes comunes y bajo el mando de un solo emperador, estaba al borde del abismo. Y fue el efecto mariposa provocado por los hunos, siglos atrás, los desencadenantes del cataclismo.
Pensemos en lo que llegó a ser el Imperio. Roma limitaba al norte con el mar Negro, el Rin y el Danubio; al sur, con los desiertos del Sáhara y Siria; al este, con el río Éufrates y, al oeste, con el océano Atlántico. Algunos emperadores que se empeñaron en recorrer sus límites a caballo quedaron impresionados, pues solo así lograron hacerse una idea de la gran extensión que ocupaba su imperio. A la vez, pudieron también hacerse una idea de lo difícil que resultaba gobernar semejante extensión. En el siglo III Roma se sentía orgullosa de sus logros. Con sus fronteras controladas, la paz romana era un hecho. Pero fue entonces cuando el vicio y el desenfreno se apoderó de ella. Geta, Caracalla, Macrino, Heliogábalo y Severo Alejandro murieron uno tras otro, entre el 211 y el 235. Y murieron violentamente, asesinados. Fue entonces cuando comenzó la decadencia, para terminar, no en una muerte súbita, sino en una larga agonía que duraría tres siglos.
Cercanos al año 300 el emperador Diocleciano decide fijar su residencia en Nicomedia, en Asia Menor, junto al mar Negro. ¿Por qué? Para vigilar de cerca las fronteras, decía él. La realidad era muy distinta, tenía miedo a ser asesinado como todos los que le precedieron. El resultado fue que este emperador logró sobrevivir en el trono 21 años. Casi tanto como todos los 5 anteriores juntos. ¿Y por qué estas intrigas palaciegas y estos asesinatos? Veamos, porque si ya con un gobernante había líos, imaginemos qué no habría con cuatro. ¿Cuatro? Sí, cuatro, porque Diocleciano nombró un coemperador. Quizás por aquello de “yo me quito de en medio y si vienen a asesinarme que te asesinen a ti.” El caso es que Dioclesiano y Maximiano gobernaron juntos como emperadores. Pero aún hay más, porque los emperadores, con título de augustos, debían nombrar en vida a sus sucesores, a los cuales se les daba el título de césares. Diocleciano eligió a Galerio y Maximiano a Constancio Cloro. También había un acuerdo de que en el caso de sobrepasar los 20 años de mandato, el emperador debía abdicar a favor de su sucesor. Ya tenemos a los cuatro gobernantes. Dos en el poder y dos esperando que alguno dejara este mundo cuanto antes.
Por cierto, nadie quería vivir ya en la ciudad de Roma, por si acaso. Tal abandono y tanto candidato al poder no podía desembocar más que en una guerra civil tras otra. Y mientras los romanos se ocupaban de defenderse de sí mismos, los bárbaros veían el momento de atacar las descuidadas fronteras, lo cual facilitaba también el empuje que venían realizando los hunos desde el norte, porque pare entonces, las diferentes tribus escindidas de los Xiongnu que habían asolado China se dispersaron por lugares como Persia, en la actual Afganistán, lugar estratégico por donde pasaban las rutas comerciales de oriente a occidente, y a varios lugares de la India. Y cómo no, a las fronteras del Imperio Romano.
La gran persecución
En el año 370 los Hunos, acaudillados por un tal Balamber, entran en Ucrania y atraviesan el río Don, considerado la frontera natural entre Asia y Europa. Por aquellas tierras se hallaban asentados dos pueblos germanos, los Alanos al este y los Godos al oeste. Recordemos que los Godos se habían dividido en dos grupos, los llamados Visigodos y Ostrogodos, por lo que, los que encontramos en Ucrania serán los Ostrogodos.
Los Alanos eran pastores nómadas, y se dice de ellos que no sabían cultivar, que solo comían carne, que eran altos, fuertes y muy belicosos. Solían adornar las crines de sus caballos con las cabelleras arrancadas a los enemigos vencidos. Unos guerreros salvajes y temibles, por lo visto. Pero aquel que pensara que los alanos eran temibles, era porque no había sufrido aún los ataques de los Hunos. Se cuenta que una ola de destrucción barrió todo el espacio comprendido entre el río y el territorio de los Alanos, que finalmente, y después de duras batallas, tuvieron forzosamente que unirse a ellos o morir.
Cinco años más tarde le llega el turno a los Godos, que gobernados por Hermanarico gozaban de ricas comarcas y se dedicaban al cultivo, puesto que los Godos no eran nómadas y formaban poblados de chozas. Este pueblo, al igual que los Alanos, se habían hecho temer y respetar, pero a diferencia de ellos y debido a la admiración que sentían por el imperio de Roma, habían ido asimilando muchas de sus costumbres. Eran pues, más civilizados. Pero ni su nivel de civilización ni su poder guerrero fueron suficientes ante la ferocidad de los Hunos. La suerte que corrieron fue la misma que la de sus vecinos los Alanos. Cuentan que Hermanarico, al ver a su pueblo derrotado, se suicidó. Otras fuentes aseguran que no fue así, y Hermanarico vivió durante mucho tiempo más, superando los 100 años. Ambas versiones difieren de lo que afirma Alfonso X el Sabio, que en sus crónicas cuenta que murió valientemente en combate.
En cualquier caso, los Ostrogodos tuvieron que someterse y convertirse forzosamente en aliados de los Hunos. Aunque no todos; hubo otros que optaron por alejarse de ellos y tomaron otro camino. Los que se convirtieron en aliados quedaron bajo el mando de Hunimundo. Los demás fueron conducidos por dos caudillos, Alateo y Safrax, hacia el río Dniéster, donde se asentaban los otros godos, los Visigodos. No hubo saludos ni abrazos de confraternidad, porque no hubo encuentro. Por causas que se desconocen, ambos grupos se evitaron mutuamente. Y a todo esto, a los Ostrogodos les venían pisando los talones los Hunos y esto hizo que, si los Visigodos no quisieron encontrarse con sus antiguos paisanos, sí tuvieran que hacerlo contra los bárbaros de las estepas.
Atanarico, al mando de los Visigodos ya les estaban esperando. Pero los Hunos, que habían enviado observadores fueron advertidos e idearon una maniobra muy hábil. Durante la noche rodearon y atravesaron el río para caer por sorpresa sobre ellos al amanecer. No pudieron los Hunos tener una victoria completa sobre Atanarico, que consiguió poner a los suyos a salvo huyendo por un profundo bosque. ¿Y por qué los Hunos no consiguieron darles caza? Por algo que se ha repetido posteriormente en multitud de ocasiones. Por el cuantioso botín que arrastraban y que se había convertido en un verdadero lastre. Fue así como Atanarico consiguió dejarlos atrás y sacarles una gran ventaja hasta llegar a la desembocadura del río Hierasu en el Danubio, donde le dio tiempo a construir una fortificación. Aquello los libró de una masacre.
De igual manera, los Hunos fueron persiguiendo a los Gépidos, a los Vándalos, y otros pueblos. Aquello produjo en poco tiempo un gran movimiento migratorio como no se había visto jamás, y todos ellos con el mismo camino, la frontera del imperio Romano.
Al otro lado del Danubio
Era el año 376. Al emperador Valente le llegó un mensaje de socorro. Al otro lado del Danubio, que servía de frontera entre los romanos y los pueblos germánicos, se hacinaban miles de personas que pedían cruzar el río. Valente, en un principio, ignoró la llamada de auxilio, pero terminó enviando a unos observadores que le confirmaron el peligro que corrían. Estaban expuestos al ataque de unos bárbaros que venían destruyéndolo todo a su paso. El pueblo en peligro, compuesto por unas 200.000 personas eran lo Visigodos. Sus perseguidores eran los Hunos. Valente, que ya se había enfrentado a Atanarico años atrás, conocía bien a este pueblo. Sabía que eran un pueblo fiero y valiente, y en alguna ocasión tuvo que firmar tratados de paz con ellos. Muy temibles debían de ser los Hunos para tener aterrorizados a los Godos. Había que tomas una determinación.
Las patrullas romanas cruzaron el Danubio en barcazas. La operación debía realizarse con la mayor brevedad posible. Se había pactado la entrada de los Visigodos para que se instalaran en territorio romano a cambio de su lealtad a Roma. Por lo tanto, los Visigodos pasaban a ser los defensores de la frontera. Favor por favor. En medio de la operación se divisan avanzadillas bárbaras, los Hunos han descubierto la huida. Había que darse prisa. Y entonces cunde el terror. La gente se apelotona en las barcas y muchos son los que optan por cruzar a nado. Los Hunos se les echan encima y entre godos y romanos los retienen como pueden. Finalmente la operación se completa, pero muchos son los que han muerto, sino en la lucha, ahogados en su afán por cruzar el río. El resto de esta historia ya la conocemos. Los Visigodos se asentarían como pueblo federado en los territorios de Misia, Tracia y Dacia. Luego vendrían los desencuentros que haría que Alarico perdiera la paciencia. En cuanto al resto de pueblos que huían de los Hunos, muchos fueron los que se internaron en el imperio y se fundieron en él como mercenarios. Otros fueron combatidos y rechazados, y no fueron pocos lo que finalmente se agregaron a los Hunos. Más de media Europa queda ahora en poder de lo Hunos, que de esta manera y en muy poco tiempo han creado un gran imperio que llega desde el mar Negro hasta el Báltico y el mar del Norte, y desde Rusia hasta la actual Francia, Italia y Grecia.
Si Godos y Alanos habían cruzado el río, los Hunos no iban a ser menos. Pero mientras los demás buscaban la protección del Imperio, ellos buscaban sus riquezas. Fue en el año 395 cuando se produjo la primera invasión de los Hunos en el Imperio. Un año muy señalado ya en nuestros relatos sobre los Godos, pues fue el año en que Alarico fue coronado rey de los Visigodos, el año en que murió el emperador Teodosio, padre de Gala Placidia, y también el año en que nacía Atila. Aprovechando que era invierno y el Danubio estaba helado, los Hunos lo cruzaron y entraron en las provincias romanas. Los habitantes de Tracia sufrieron los saqueos y los asesinatos más crueles. San Hipatio, que visitó a los monjes de Tracia, lo contaba más tarde en sus crónicas, porque fue testigo de la desolación que los bárbaros dejaron tras de sí. Los monjes se quejaban de la falta de medios para defenderse, por lo que los bárbaros no encontraban prácticamente resistencia. Hipatio también contaba más tarde a sus discípulos la siguiente historia:
“Dios protegió a sus siervos y el enemigo fue rechazado. Había un agujero en el muro y uno de los monjes arrojó por allí una piedra que alcanzó a un guerrero huno. Los restantes hunos, sin duda espantados al ver una señal divina, montaron en sus caballos y huyeron”.
Realidad o leyenda, parece ser que lo que realmente contaba Hipatio era la valentía con que los monjes hicieron frente a los salvajes hunos, levantando con sus propias manos barricadas de defensa. Dalmacia también tembló cuando los hunos se aproximaban, y en vista de lo sucedido en Tracia, según cuenta Claudiano, se apresuraron a abrir las puertas de la ciudad antes de que ellos las echaran abajo. Y mientras tanto, ante el temor de que los hunos atacaran Jerusalen y se apoderaran de los tesoros sagrados, se apresuró a defender la ciudad un ejército aliado de godos y romanos. El poeta Cirillonas se lamentaba así:
“Si los Hunos nos conquistan, ¡oh, Señor¡ ¿por qué me he refugiado con los santos mártires? Si sus espadas asesinan a mis hijos, ¿por qué abracé tu exaltada cruz? Si vas a rendirles mis ciudades, ¿dónde estará la gloria de tu Santa Iglesia?”
Descendientes de hechiceras
Llegados a este punto cabe preguntar, cómo podían ser tan terribles e invencibles los guerreros Hunos. Los romanos llegaron a pensar que no eran humanos, que eran descendientes de brujas y espíritus malignos. Esta es la descripción (abreviada) que hace de los Hunos el historiador del siglo V Paulo Osorio:
“Los Godos, al llegar a las tierras de Escitia, encontraron a ciertas hechiceras. A su rey Filimer le causó recelo y mandó que las arrojasen de entre los suyos hasta un terreno solitario y desierto. Los espíritus inmundos que vagaban por el desierto tuvieron relaciones con ellas y dieron origen a esta raza (los Hunos). Permanecieron al principio entre pantanos, encogidos, negros, enfermizos, perteneciendo apenas a la especie humana, y pareciéndose muy poco su lenguaje al de los hombres. Sus rostros espantosos, como masa informe de carne, hacían huir a todos de su presencia dominados por mortal espanto. Su tez tenía horrible negrura y sus ojos parecían agujeros. Su firmeza y valor se revelan en su terrible mirada. Ejercen la crueldad hasta con sus hijos desde el día en que nacen, porque empleando el hierro, surcan la mejilla a los varones para que antes de mamar la leche se acostumbren a soportar las heridas. Por esta razón envejecen sin barba después de una adolescencia sin belleza, porque las cicatrices que deja el hierro en sus rostros extinguen el pelo en la edad en que tan bien sienta. Son pequeños, pero esbeltos; ágiles en sus movimientos y muy diestros para montar a caballo; anchos de hombros; armados siempre con el arco y prontos para lanzar la flecha; firme la apostura y la cabeza alta, siempre con orgullo; bajo la figura del hombre vive la crueldad de las fieras.”
El relato que hacía este historiador es a todas luces producto de su imaginación o basado en alguna leyenda, o quizás en el hecho de que los Hunos hubieran perseguido sin piedad a los Godos. En realidad perseguían a todo el mundo. Sobre la descripción del rostro, el hombre se despachó a gusto. Puede que los rasgos orientales de aquel pueblo no fueran los más bellos del mundo conocido hasta entonces, pero lo que está claro es que entre los romanos no causaron sensación. En cuanto a las heridas producidas por hierros a sus hijos nada más nacer, se trataba en realidad de unas estructuras metálicas que deformaban el cráneo. Una costumbre que no era exclusiva de este pueblo, pues muchos otros practicaban cosas parecidas, y sin ir más lejos, hoy día podemos ver cómo las mujeres de ciertas tribus se colocan aros alrededor del cuello para alargarlo. Amiano Marcelino, general historiador romano, aunque más realista, también quedó espantado del salvajismo de esta gente:
“Los Hunos superan en ferocidad y barbarie a cuanto se pueda imaginar. Viven como animales. No cocinan ni sazonan los alimentos, viven de raíces silvestres y carne macerada bajo la silla de montar. Desconocen el uso del arado, las viviendas sedentarias, casas y chozas. Se han curtido desde la infancia en el frío, el hambre y la sed. Sus ganados les siguen en sus migraciones arrastrando los carros en los que se encierra su familia.”
Está claro que el refinamiento romano, quizás demasiado fino para la época, hizo que éstos quedaran escandalizados con las costumbres y hasta con el tipo de comida de los Hunos. Pero sin duda, lo que más llamó su atención fue su forma de luchar. Y es en este punto, donde cabría poner en duda si los Hunos eran tan salvajes como los romanos los pintan. Para empezar, habían aprendido por ellos mismos a domesticar los caballos desde hacía siglos atrás. Pero además de esto, habían aprendido a escoger las mejores razas para el desplazamiento continuo de un lado a otro, caballos pequeños y ligeros que alcanzaban gran velocidad. Esto les posibilitaba el ataque por sorpresa y la rápida huida. Pero es que además, los hunos eran verdaderos contorsionistas y equilibristas encima del caballo y manejando sus arcos, porque también perfeccionaron el arco. Los fabricaban con un combinado de madera y hueso y eran asimétricos, de diferente largo en cada extremo, con lo que la flecha no se situaba en el centro para dispararla. Siendo más corta la parte inferior se facilitaba su uso desde encima de un caballo. Esto permitía que el arco pudiera ser más grande y por lo tanto más potente. Buenos jinetes, buenos arqueros, pero lo del equilibrio tiene truco, porque los hunos utilizaban algo que los romanos desconocían, los estribos. Los romanos necesitaban una mano para la espada o la lanza y la otra para sostenerse sobre el caballo. Los Hunos se apoyaban y mantenían el equilibrio con los pies sobre el estribo y podían utilizar las dos manos para disparar sus flechas. El arco no era desconocido para los romanos. Ya lo habían visto en las tropas sirias y ellos mismos los utilizaban desde hacía algunos siglos, pero nunca lo habían visto manejar con tal velocidad, con tal precisión y con tal alcance, como el que manejaban los temibles Hunos. Por eso, enfrentarse a los guerreros hunos era como meterse de lleno en un avispero.
Atila
Rugila era rey de los Hunos y no era un salvaje. Su conocimiento y relación con el mundo romano le había proporcionado cierto grado de civismo y tal como le ocurría a los Godos, tuvo el deseo de entrar en Roma por la puerta grande y llegar a ser ciudadano con derechos. Pero Rugila no estaba ya en edad de hacerse demasiadas ilusiones y pensó que, si él no tenía tiempo de llevarlas a cabo, sí podrían hacerlo sus descendientes. ¿Qué descendientes, si Rugila no tuvo hijos? Bueno, a falta de hijos buenos son los sobrinos y él tenía dos, los hijos que su hermano Mundzuk le confió al morir a principios del siglo V. Estos niños eran Atil y Bleda.
Atil se llamaba así, no es un error de escritura; lo de Atila vendría más tarde. Pues Rugila se propuso que estos niños, futuros líderes del imperio Huno, debían recibir una buena educación y convertirse en personas civilizadas. Bleda tenía 10 años y Atil 6 cuando fueron llevados a Roma y allí estudiaron latín, artes, ciencias y todo el refinamiento que se solía enseñar en aquella época. Aunque no se recogen detalles, seguramente fueron puestos al cuidado de alguna familia romana amiga de Rugila, que como ya se ha dicho, tenía amistades en la capital. Sobre Atil se cuenta que era tan robusto y grande al nacer, que su madre murió en el parto. No se sabe si esto es cierto, pero de mayor era más bien pequeño aunque con anchas espaldas y muy musculoso. De piernas arqueadas a causa del caballo que parecieron a los romanos una nueva deformidad. De ojos negros y achinados y los pómulos salientes típicos de los mongoles. La barba apenas le crecía. Nariz chata y menuda y cuello corto y ancho. Todo esto le confería un aspecto bastante feroz y agresivo, pues cuentan que no se le podía mirar sin sentir un escalofrío de terror. Sin embargo, Prisco de Panio, un diplomático romano, que conoció a Atila personalmente entre los años 448 y 449, lo describió como un individuo de pequeña talla, robusto, con la cabeza grande, los ojos hundidos, la nariz chata y la barba rala. De costumbres austeras y algo irascible, pero no tan bruto y terrorífico como se ha dicho de él. Esta es la descripción que algunas crónicas romanas dan sobre el que estaba destinado a ser el futuro rey de los hunos. En cuanto a su nombre Atil, se dice que se lo pusieron en recuerdo de un antepasado guerrero y caudillo. El nombre significaba “gran padre.” Atila fue como le llamaron los Godos y fue el nombre que nos ha llegado hasta nuestros días.