Gala Placidia

Gala Placidia, historia de un secuestro

No se sabe con seguridad el año de nacimiento de Aelia Galla Placidia aunque sí el lugar. Fue en Constantinopla entre el 388 y el 393 en plena decadencia del Imperio Romano. Era hija del emperador de origen hispano Teodosio y su segunda esposa, Gala. Dicen que era guapa. Mosaicos hay que así lo demuestran. Tampoco faltan narraciones que la describen con cuerpo exuberante y hasta algo precoz con amantes desde muy jovencita, de genio vivo, atrevida y valiente. Y muy inteligente. De todo esto, más novelesco que real, solo se ha podido demostrar lo último. Gala Placidia vivió situaciones al límite durante sus años de secuestro y tuvo que demostrar una gran valentía. Y tampoco le faltó inteligencia al llegar a lo más alto, lugar donde muy pocas mujeres solían llegar. Al morir Teodosio dejó el imperio partido en dos. Oriente fue entregado a Arcadio y Occidente a Honorio. Gala era hermanastra de ambos y a ella no le correspondió nada, sin embargo, el destino le tenía reservado ser reina y emperatriz.

Todo empezó cuando Alarico, rey de los Visigodos, consiguió hacer lo que ni siquiera había conseguido el mismísimo Aníbal Barca, conquistar la ciudad de Roma. Gala fue secuestrada por el rey visigodo y a partir de ese día, la vida de esta mujer cambiaría radicalmente. Pero, para entender bien esta historia, conviene que sepamos quiénes eran los godos y de dónde venían. Los godos procedían de las tribus bárbaras asentadas en tierra germánicas sobre los siglos II y III a.C. La palabra bárbaro ya sabemos lo que significa hoy en día, pero en aquellos tiempos solo significaba que eran extranjeros. Proviene del griego y querría decir algo así como «balbucear», que no pronuncia bien el idioma. Aquellos extranjeros resultaron ser gente poco civilizada y allá por donde pasaban hacían… lo que hoy conocemos como barbaridades. Los romanos, en su expansión hacia el norte de Europa los conocían bien y los habían combatido muchas veces; ahora eran ellos, los bárbaros los que bajaban. Pero, ¿de dónde procedían exactamente cada una de estas tribus y por qué bajaron al sur?

El origen

Las tribus bárbaras provenían de Escandinavia y se cree que los llamados Godos procedían casi con toda seguridad de la isla sueca de Gotland. De allí saldrían en el año 50 a.C. Podemos imaginarnos el gélido paisaje de la isla donde sus pobladores se afanaban en buscar tierras más cálidas y fértiles. Y una vez que pisaron el continente, su vida no iba a ser nada fácil. Su deambular de un lado a otro no fue un camino de rosas. Muchas luchas tuvieron con las diferentes tribus que encontraban como Vándalos o Rugios, y echados y perseguidos fueron de muchos lugares donde intentaron asentarse. Al final, terminaron dividiéndose en dos grande grupos. Los Godos de Oriente (Ostrogodos) y los de Occidente (Visigodos), que son los que a nosotros nos ocupan ahora. Los Ostrogodos se asentaron en tierras Ucranianas y los Visogodos ocuparon Besarabia, Moldavia y Transilvania, y en el siglo III iban a tener sus primeros encuentros con los romanos. Los Visigodos, como todo pueblo, estaban compuestos por clanes o grupos. Uno de estos grupos era el de los Baltingos, descendientes de un gran jefe llamado Baltha.

Y fue en este grupo, mientras se encontrabanen la isla de Perice en el delta del río Danubio, donde en el año 370 nació Alarico. Dicen que al crecer se convirtió en un hombretón alto y musculoso de cabellera y barba rubias y trenzadas. Hay crónicas que al describirlo parece que estuvieran describiendo al dios Thor. A su corpulencia se unió también la valentía y energía suficientes para convertirse en caudillo de los Visigodos. Pero para eso faltan muchos años todavía, en estos años en que su madre lo daba a luz, su pueblo estaba teniendo serios enfrentamientos con Roma. El motivo hay que buscarlo en que los Visigodos se encontraban entre dos fuegos. Por el norte eran constantemente hostigados por los Hunos, por el sur pronto encontraron a los Romanos.

El emperador Aureliano quiso acabar con las hostilidades y finalmente les deja instalarse en las tierras de Misia, Tracia y Dacia. Allí comienzan a echar raíces y pasan de ser guerreros a agricultores y ganaderos. Comienzan a estrechar lazos con Roma, y en el año 332 sellan un pacto con el emperador Constantino concediéndosele a los Godos la condición de federados de Roma a cambio de defender esos territorios y hacer de barrera contra las invasiones de las demás tribus bárbaras. No era mal negocio ni para unos ni para los otros. En el siglo IV los Visigodos se hacen cristianos. En ello tuvo mucho que ver Ulfilas, un obispo también godo que se enfrascó en una ardua tarea, nada menos que traducir la Biblia a su lengua natal. Por lo tanto, Alarico ya nació en una familia cristiana. En el año 395 el Imperio Romano es un barco que hace aguas y en ese mismo año ocurren dos cosas transcendentales para la historia de la humanidad, nace Atila, rey de los Hunos y Alarico es proclamado rey de los Visigodos. Gala Placidia era todavía una niña de unos 5 años.

Alarico

En el año 394, unos meses antes de que Alarico fuera proclamado rey las relaciones entre visigodos y romanos eran buenas. Pero eso estaba a punto de cambiar y un gran conflicto iba a zarandear los cimientos del ya de por sí debilitado imperio. Mucho más de lo que ya lo fueran siendo Alarico todavía un niño. Los Visigodos tenían el status de federados a Roma, pero Roma no los trataba como algo suyo. Las humillaciones eran constantes y los acuerdos se incumplían con demasiada frecuencia. Los Visigodos estaban instalados en sus fronteras para proteger a Roma nada más. Y Roma creía que dejándolos ocupar el territorio ya les hacían un enorme favor. Los Visigodos se levantaron en pie de guerra y enseñaron los dientes. El emperador Valente los subestimó y creyó que en una simple embestida los pondría de nuevo en su sitio. Gran error. El 9 de agosto del año 378, Roma sufriría una derrota descomunal en la que el mismo emperador perdió la vida. Fue la célebre batalla de Adrianápolis. Nada comparado con lo que ahora se les venía encima.

Teodosio, el padre de Gala Placidia, había firmado un nuevo pacto con ellos en el año 382. Alarico tenía todavía 12 años. En ese pacto Teodosio devolvía a los Visigodos el status de federados de Roma y se les eximía además de pagar impuestos. Con ese acuerdo se creó un clima excelente y además las fronteras de Roma seguían seguras. Mejor aún llegarían a ser en el año 394, cuando Alarico ya era un gran guerrero y Teodosio les pidió ayuda. ¿Qué le ocurría a Teodosio? Que un usurpador le arrebató el trono. Se trataba de Eugenio, que además era un pagano, todo lo contrario que Teodosio, que era un ferviente católico. El 6 de septiembre de ese año visigodos y romanos derrotaban a las tropas de Eugenio y Roma quedaba una vez más reunificada. Las relaciones entre unos y otros estaban mejor que nunca. Pero meses más tarde muere Teodosio. Sus hijos Honorio y Arcadio heredan, el primero la parte occidental y el segundo la oriental. El imperio vuelve a dividirse.

El conflicto estalló cuando Honorio se negó a pagar a los Visigodos la cantidad que se les había prometido por prestar sus servicios al difunto Teodosio. Los hijos no estaban, evidentemente, a la altura de lo que fue su padre. Los Visigodos se levantan de nuevo en pie de guerra y fue entonces cuando pidieron tener, no un jefe ni un caudillo, sino un rey. Su rey sería Alarico I.

Estilicón, el valiente general bárbaro

“Los guardias de la puerta miraron de reojo, pero Placidia sabía que se fijaban en sus pechos mal disimulados y en las curvas de la cadera. También sabía que en cuanto pasara junto a ellos se darían la vuelta con disimulo para mirarle desde atrás aquella parte por debajo de la cintura que tanto gustaba a los hombres. Sonrió.” Reina de los Bárbaros – Rufino Fernández

Si los hijos de Teodosio no cumplían con lo que su padre les había prometido, ellos, los Visigodos, se lo harían pagar con creces. Alarico montó en cólera y cruzó con su ejército Macedonia y Tracia por las Termópilas, aquellas Termópilas que se hicieron famosas gracias a Leónidas y sus espartanos. Incendiaron pueblos y cautivaron esclavos. Atenas fue humillada y obligada a pagar un alto rescate para no ser atacada. No se salvaron sin embargo Corinto y Esparta, entre otras muchas que sufrieron la ira de los Visigodos.

Era corriente en aquella época encontrar tropas de mercenarios bárbaros entre los ejércitos romanos, que con el tiempo llegaron a ser hasta generales. Estilicón era el mejor general entre los romanos y era de padre vándalo y madre romana. Y como medio bárbaro que era, llegó a admirar la valentía y osadía de Alarico. Estilicón esperó a Alarico en Constantinopla, el lugar donde él había previsto que atacaría, la parte occidental gobernada por Arcadio. La energía y la rabia del joven rey Visigodo no pudo contra la experiencia del general, que le hizo retroceder. Arcadio, para no tener que enfrentarse más a ellos, le ofreció a Alarico las tierra de Iliria. Así fue como la paz entre godos y romanos se firmó una vez más. Alarico, a su manera, se había salido con la suya, pero no estaba del todo conforme, y en cuanto pudo recuperarse del descalabro qu ele había propiciado estilicón, se lanzó de nuevo contra los romanos.

Era el otoño del año 400. Estilicón, al servicio de Honorio se encontraba luchando contra Arcadio, el hermano de éste, que se había propuesto reunificar de nuevo oriente y occidente. Era el momento propicio para irrumpir en la península Itálica. Más de un año duró la campaña de masacre y terror visigoda. Al comienzo de 402 Estilicón está de nuevo disponible y se lanza en persecución de los godos, y el 19 de marzo se enfrenta de nuevo a ellos en Pollentia, norte de Italia. Alarico es derrotado de nuevo, aún así pudo escapar con los restos de su ejército vadeando el río Po. Pero Estilicón, perro viejo, no estaba dispuesto a dejarlo escapar esta vez y emprendió su persecución hasta darles caza en Verona; allí les venció de nuevo. Estilicón no quiso matar a Alarico, pero quiso darle un escarmiento. Le hizo pagar una cuantiosa suma antes de que se marchara para no volver nunca más a pisar tierras itálicas. Fue una humillación para Alarico y una gran alegría para los habitantes italianos que durante año y medio habían tenido que soportar el terror bárbaro. Tan contentos estaban, que levantaron un arco de triunfo.

Cercanos al año 408 Honorio decide emprender una oleada definitiva sobre su hermano Arcadio, y para ello le propone a Estilicón que, ya que se lleva tan bien con Alarico, le pida ayuda. A cambio de una buena recompensa, claro está. A Estilicón no le parece mal la idea y convence a Alarico para que se una a él. Tan apasionante aventura mueve a Alarcio a buscar a su vez apoyos entre otros pueblos bárbaros, consiguiendo reunir un imponente ejército. Habría oro para todos, pues los romanos les habían prometido nada menos que 1800 kilos. Todo está preparado, y sin embargo, de pronto, todo se tuerce. Arcadio muere y ya no habrá campaña militar. Tanto preparativo había tenido un elevado coste y Alarico había empeñado su palabra ante otros jefes bárbaros, así que Honorio tendría que pagar lo acordado hubiera campaña o no, y así se lo exigió a Honorio. El emperador dudó, pero Estilicón, que también había empeñado su palabra con el godo le sugirió que pagase lo acordado. Por otra parte, sabía cómo se las gastaba Alarico y que volvería a hacer de las suyas si no cumplía. Honorio aceptó de mala gana. O eso fue lo que dijo, porque no pagó y mandó ejecutar a Estilicón, acusado de estar confabulado con Alarico. Honorio cometió los dos mayores errores de su vida. El primero fue quedarse sin su mejor general, el único capaz de vencer a Alarico, y el segundo fue enfurecer de nuevo al godo.

La ejecución de Estilicón se llevó a cabo de la forma más cobarde, mediante engaño, dándole muerte frente a una iglesia romana. Pero la torpeza de Honorio traería otra consecuencia que él no había previsto. Nada menos que 30.000 hombres que habían estado bajo el mando del general asesinado avisan inmediatamente a Alarico, que acude a su llamada invadiendo de nuevo Italia. Roma capital es sitiada, y esta vez Estilicón no está para frenarlo, muy al contrario, su antiguo ejército está para apoyarlo. Las exigencias de Alarico son 5.000 libras de oro y 30.000 libras de plata. Los asustados habitantes de Roma pagan y Alarico se retira para dirigirse a Rávena, la capital administrativa, donde se encontraba Honorio. Intenta negociar la concesión de las fértiles tierras entre el Danuvio y Venecia. Pero Honorio no escarmienta y nuevamente subestima a los godos. Alarico vuelve sobre sus pasos, esta vez más enojado que nunca. Roma va a pagar muy caro sus desprecios.

El final de los tiempos

“Ella avanza por un desfiladero oscuro y de paredes tan altas que se clavan en las nubes. Camina desnuda y temerosa. De pronto parece que los muros se le echan encima y corre en busca de una salida que no llega nunca. Jadea y quiere recuperar el resuello, pero un chillido espeluznante le hace mirar hacia arriba y descubre el ser monstruoso que vuela sobre ella en círculos cada vez más bajos. Y cuando planea el último círculo por encima de ella, justo antes de que le alcancen sus garras… Gala Placidia despertó angustiada y se incorporó en el lecho muerta de terror. Notó un vacío en el estómago y sintió el corazón agitado, latiéndole a sacudidas violentas que le cortaban la respiración. Movió las piernas bajo la sábana y advirtió que la camisa larga de dormir se le enganchaba al cuerpo y reparó en que tenía la tela y la piel empapadas de sudor. La habitación estaba a oscuras. Por un instante pensó si el sueño no había sido tal sueño.” Reina de los Bárbaros – Rufino Fernández.

En el año 410 Roma se encontraba sitiada de nuevo. Los godos pretendían rendir la ciudad por hambre. Pero se dio la circunstancia de que el hambre se dejó sentir antes fuera que dentro. Y entonces Alarico dio orden de entrar. Era el 24 de agosto. Al noroeste de la ciudad había una puerta llamada Salaria, y una vez derribada los godos entraron en tromba. Alarico, que era un amante del arte y la belleza, además de buen cristiano, solo puso una restricción a sus hombres, respetar los templos cristianos y demás monumentos emblemáticos de la ciudad. Todo lo demás podía ser saqueado. A pesar de todo, quizás lleven razón, los que dicen que los visigodos eran los más civilizados entre los pueblos bárbaros.

Durante seis días la ciudad eterna sufrió el saqueo y el asesinato de los bárbaros y muchos fueron los que llegaron a pensar que aquello significaba el fin del mundo, el Armagedón. Porque muchos eran los que asociaban la caída de Roma con el fin de los tiempos. Y esta creencia popular sería sin duda la que influiría en el propio Alarico, que llegó a pensar que el demonio le empujaba a invadir y a castigar a Roma. Su pesadilla había sido una premonición –pensaba Gala Placidia. Los bárbaros, lejos de desistir en su empeño de rendir la ciudad, habían entrado aquel mismo día. Los guardias de su lujosa casa no podrían hacer nada por detenerlos. ¿Qué hacer, por dónde huir? Quizás su vieja aya tendría alguna idea. Era la única en quien podía confiar, a la que siempre acudía cuando tenía problemas. Pero aquel no era un simple problema de niña adolescente. Aquello era una cuestión de vida o muerte. Y la muerte se apareció de repente acabando con todos los guardias. Los bárbaros estaban dentro, no había escapatoria posible.

La puerta se abrió tan bruscamente, que más que romperse parecía haber estallado. Un grito espantoso salió de la garganta de cada una de las mujeres que abrazadas se acurrucaban en la cama. Quiso la fortuna que entre aquellos bárbaros que invadieron la casa de Gala Placidia se encontrara Ataúlfo, cuñado de Alarico, que ordenó de inmediato que nadie osara tocarle un pelo a aquella chiquilla, ni tampoco a la que parecía ser su niñera. Ataúlfo mandó despejar la alcoba dejando solo a dos hombres con él. Se acercó a la cama mientras ambas mujeres gimoteaban. Les habló con calma y les prometió que estarían seguras. La más joven parecía tener unos 20 años y cuando le preguntó su nombre, les pidió que lo acompañaran. Aquellas mujeres debían ser llevadas a presencia de Alarico. A Alarico poco le importaba si era la hermanastra de Honorio, pero Ataúlfo le insistió para retenerla como rehén. Podía servirles como moneda de cambio llegado el caso. Alarico aceptó, siempre que fuera él, el que se hiciera cargo de la muchacha. Era exactamente lo que Ataúlfo deseaba.

“Ataulfo miró los ojos de Placidia, almendrados, oscuros como azabache y no supo qué decir. Placidia aguantó la mirada intensa del hombre. Incluso se recreó en observar sus facciones. Los cabellos largos, castaños y claros, recogidos en una coleta corta, dejaban despejado su semblante tostado y de formas angulosas, con una nariz proporcionada a las medidas del rostro. Los ojos verdes resaltaban bajo las cejas bien recortadas. Más abajo, los labios abultados aparecían ligeramente humedecidos y brillantes. Luego se fijó en la altura, que sobrepasaba en una cabeza la suya.” 
Reina de los Bárbaros – Rufino Fernández.

Roma era devorada por las llamas. Alarico era en aquel momento el hombre más poderoso del continente. A lo largo de seis días, la ciudad había sido saqueada por completo. Una larga hilera de carros iba desfilando por delante del rey visigodo, mostrando cuantos tesoros habían reunido. Oro, plata, telas, joyas, y los tesoros que los romanos habían sustraído en su día de Jerusalén, como el candelabro de oro judío de siete brazos o la mesa, también de oro, del rey Salomón. Los Visigodos estaban tan eufóricos, que quisieron sentar a su rey en el trono de Roma, él era ahora el emperador. Pero Alarico, más prudente, les hizo poner los pies en el suelo: —Roma es una ratonera. Lo ha sido para ellos y lo sería para nosotros. El poder no está en ésta ciudad.

En efecto, habían comido y bebido cuanto quisieron en los seis días que duró el asalto. Pero, ¿por cuánto tiempo podrían seguir haciéndolo? ¿Quién les haría llegar las provisiones una vez vacías las despensas de la ciudad? Además, para asegurar el poder, hacían falta más ejércitos. Con los tesoros conseguidos podrían pagarlos, pero la gran despensa de Roma estaba en África. Allí estaba el granero, pero seguía estando controlado por los romanos. Claro que, eso podía cambiar. Alarico comenzó a hacer planes y llamó a Ataúlfo: nos vamos a África. Todos pensaban que su próximo objetivo sería Rávena, en busca de la cabeza de Honorio. Pero Alarico tenía claro que vencer por completo a Roma pasaba por controlar el norte de África y el grano que de allí subía. El plan era ir hacia el sur y pasar a Sicilia, donde embarcarían en una gran flota que los llevaría hasta las provincias africanas. Por el camino, el gran ejército iría arrasando cuantas ciudades y pueblos encontraran, y de esta forma ir aumentando el grandioso tesoro que ya acumulaban. Y mientras tanto, los que se habían adelantado iban haciendo los preparativos, para cuando llegara Alarico, la flota debía estar preparada. Pero no todo se iba a mostrar a favor de los bárbaros a partir de ahora.

Una vez llegaron a la ciudad de Cosenza sitiaron la ciudad, el tiempo comenzó a empeorar al tiempo que Alarico se sintió enfermo. En cama y con fiebre le llegó la fatal noticia de que la flota que debía llevarlos a África había quedado seriamente dañada debido a un gran temporal que azotaba las costas. Todo se torcía de momento. Habría que esperar al buen tiempo para reparar los barcos. Pero Alarico no llegaría a verlo y moría a causa de malaria. Tenía 40 años recién cumplidos.

Sobre la muerte de Alarico se barajan tres teorías. Unos cuentan que no murió, sino que viéndose enfermo y desvalido fingió su muerte para que los romanos no intentaran tomar la revancha sobre su pueblo. Otros cuentan que murió en alta mar, camino de África y sorprendidos por una gran tempestad. Pero la leyenda más llamativa es aquella que cuenta que una vez muerto, para que su tumba no fuera profanada jamás, fue enterrado en el lecho del río Busento. Para ello hubo que desviar el curso del río empleando gran cantidad de esclavos, una vez seco el lecho se cavó la tumba que fue inundada devolviendo el río de nuevo a su cauce. Y para que los esclavos no revelaran el lugar, fueron todos ellos muertos una vez acabado el trabajo. Sea como fuere, Alarico I se pierde en la historia dejando paso a un nuevo rey: Ataúlfo.

En el norte de Italia los romanos reorganizan sus tropas para pararles los pies a los godos. Sin embargo las cosas andaban revueltas en Britania y las Galias, donde surgían usurpadores de debajo de las piedras. Por su parte, Ataúlfo había desistido de la idea de saltar a África. Muchos eran los que le presionaban para que siguiera con los sueños de Alarico, pero él se negó. Habían devastado, no solo Roma, sino gran parte del país y habían obtenido un gran tesoro. Lo mejor para su pueblo era administrar sabiamente todo lo que habían conseguido y no lanzarse a una loca aventura con un final incierto. Ya habían demostrado a los romanos de lo que eran capaces, ahora los romanos tendrían que tenerles respeto. Por eso, cuando Honorio le propuso negociar, Ataúlfo no se lo pensó, negociaría. El trato era trasladarse y establecerse en el sur de las Galias como pueblo federado, y allí ayudar al general Constancio a limpiar la región de insurrectos. Los suministros y víveres para su gente estaban garantizados. No era mal trato. ¿Y qué hay de Gala Placidia?

¿Su hermanastro no la reclamó? Seguramente sí, y es de suponer que Ataúlfo se negó a entregarla con la excusa de retenerla hasta que Honorio cumpliera con lo acordado, aunque nada de esto ha quedado escrito. Solo más adelante sabremos que Honorio reclamó una y otra vez la devolución de Placidia, a la que había comprometido con…

Era el 411 cuando llegó Ataúlfo a reforzar las tropas del general Constancio. Este general ya había hecho un buen trabajo derrotando y ejecutando al usurpador Costantino, que se había proclamado emperador de Brinatia. El resto del ejército se había retirado a la provincia hispana Tarraconense. Por la Galia se movía también un tal Jovino, otro usurpador, ayudado por un visigodo llamado Saro, enemigo de la tribu Baltinga. Recordemos a qué tribu pertenecía Alarico y pertenece ahora Ataúlfo, a esa misma tribu. Pero parece ser que Ataúlfo tampoco tuvo muchos problemas para vencerlos y matar a Saro. Ahora muchos de los seguidores de Saro se unen a Ataúlfo, pero atención, entre estos bárbaros que ahora le son fieles está el hermano de Saro, Sigerico, que ha prometido vengar la muerte de su hermano.

Ahora la situación se había estabilizado en las Galias. Era hora pues, de saldar cuentas. No, el emperador Honorio no cumplió su trato. No envió alimentos ni reconoció a los Visigodos de la Galia como pueblo federado de Roma, por lo que, Ataúlfo no devolvió a Placidia, aunque lo más probable, es que no la hubiera devuelto en ningún caso. Placidia y Ataúlfo ya se habían casado. Ante la negativa de devolver a Placidia, Honorio montó en cólera, porque allí, a su lado, tenía al general Constancio, esperando que el emperador cumpliera la promesa de entregarle a Placidia si conseguía apaciguar las Galias. Constancio instigó a Honorio a rescatar a su prometida por la fuerza, alegando además, que era una gran ofensa para Roma el hecho de que unos bárbaros tuvieran a una de sus princesas cautivas desde hacía tanto tiempo. Pero Honorio no estaba para sermones, en aquel momento.

Los Visigodos tenían hambre. Una vez más habían sido víctimas del engaño del falso Honorio. Aunque en esta ocasión, no está muy claro quién engañó a quién. ¿Se negó Honorio a cumplir su trato porque no le devolvieron a su hermana o fue al revés? Nadie está muy seguro de esto. El caso es que el hambre y la necesidad llevó a Ataúlfo a volver a las andadas, es decir, arrasar ciudades. El oro que guardaban en sus tesoros no se come. Las tierras en las que se asentaban no eran suyas y en todo caso tardarían en producir cosechas, y Honorio les bloqueaba el envío de alimentos. En su primer enfrentamiento en Marsella salen mal parados y Ataúlfo casi pierde la vida. Sí tuvieron más suerte en Narbona Tolosa y Burdeos. Para finales del 413 el sur de la Galia está dominado por los Visigodos. Y fue entonces cuando Ataúlfo, ingenuo quizas, decide hacer un gesto de “buena voluntad”, y se casa con Gala Placidia. ¿No se habían casado ya? Sí, eso se cuenta, pero lo hicieron por el rito godo, ahora se casaban según las costumbres romanas y por todo lo alto. La boda tuvo lugar en Narbona. Ahora estaba emparentado con Honorio y eran cuñados, esto haría estrechar lazos entre godos y romanos. Las relaciones tenían que ser magníficas a partir de ahora.
-¡Quiero la cabeza de ese bárbaro mal nacido! –fue la orden de Honorio nada más recibir la noticia de la boda.
-¡Ya era hora! –debió pensar Constancio, que salió disparado en busca de Ataúlfo, echando espuma por la boca.

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