Quienes hayan leído los relatos sobre El Juicio de Paris sabrán que cuando Troya fue destruida, sus supervivientes se establecieron, unos en la isla de Creta y otros en la península Itálica, los que llegaron a fundar la ciudad de Roma.

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La leyenda va más allá y cuenta que fue el príncipe Eneas, hijo de Venus, quien después de andar vagando por el Mediterráneo decidió establecerse en Italia y allí se casó con la hija del jefe de alguna tribu. Más tarde fundaría la ciudad de Alba Longa. Sus descendientes reinaron pacíficamente hasta que uno de ellos, un tal Amulio destronó a Numitor, el rey, que además era su hermano. Pero el dios Marte, que estaba atento a lo que sucedía en Alba Longa, se había enamorado de Rea Silvia, la hija del destronado Numitor. Decide entonces seducir a Rea Silvia y la deja embarazada de dos gemelos a los cuales llamarían Rómulo y Remo. El malvado Amulio, al enterarse del nacimiento de sus sobrinos, temió que algún día vinieran a reclamarle el trono y mandó secuestrarlos y abandonarlos en el monte, a merced de los animales salvajes.
Al caer la noche, el llanto atrajo a una loba recién parida, que movida por el instinto maternal se puso a amamantar a los hambrientos bebés. Luego se los llevó a su cueva donde estuvieron a salvo. Cuando los niños se hicieron hombres regresaron a Alba Longa, donde conocieron su origen y se pusieron en pie de guerra contra su tío, el usurpador Amulio, al cual mataron. Su abuelo, Numitor, ya anciano, fue restituido como rey y ellos regresaron a al hábitat donde se habían criado y eran verdaderamente felices. Allí decidieron fundar una ciudad.
Rómulo opinaba que el lugar ideal era el monte Palatino, donde estaba la cueva de la madre loba. Remo, sin embargo, prefería el monte Aventino, y como no llegaban a un acuerdo, decidieron dejar la elección a los dioses. Cada uno se iría a una colina y contaría las águilas que por allí pasaran. Después de pasar un día entero escudriñando los cielos, Rómulo contó doce, mientras Remo vio solo seis. Estaba claro que ganaba Rómulo. La ciudad nacería en el monte Palatino.
En la antigüedad, la fundación de una ciudad, era un acto mágico que conllevaba solemnes ceremonias. Rómulo debía enganchar un arado a una yegua y un buey blancos para trazar un surco que delimitara lo que serían las murallas de la ciudad. También debía marcar otros surcos para los muros y las puertas en confluencia con algunos astros. Pero he aquí que mientras Rómulo araba feliz, Remo refunfuñaba con disgusto y dio una patada a uno de los surcos. Rómulo, que vio en aquel acto un sacrilegio, corrió furioso hacia su hermano y le rompió el cráneo con una azada. De esta manera tan dramática, con la sangre de Remo vertida sobre su suelo, nacía Roma.
Es solo una leyenda, por supuesto, pero ya se sabe que detrás de toda leyenda hay mucho de cierto. La ciudad de Troya también fue legendaria hasta ser hallada. Su habitantes, los supervivientes a la tragedia huyeron de allí, y nada tiene de extraño que algunos de ellos, con o sin dioses de por medio, fundaran la ciudad que llegaría a ser la más poderosa del mundo.
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