Después de haber visto el desastre de Troya, muchos serán los que se pregunten quiénes eran, cómo surgieron o quién inventó a los dioses griegos, que en realidad no difieren demasiado de los dioses de otras culturas y siempre vamos a encontrar analogías y paralelismos. Para ello, nada mejor que comenzar por el principio: veremos quién era realmente Zeus y cómo llegó a ser rey de los demás dioses, pero antes que él, existieron otros; Zeus era nieto de los dioses originales, Gea y Urano. La familia de deidades se multiplicó y llegó a haber mestizaje incluso entre dioses y humanos, caso de Hércules o Aquiles.

Tambien hubo casos entre dioses y los propios elementos, caso de Afrodita. Los siguientes capítulos tratan del origen de los dioses, de los primeros conflictos entre ellos y su relacion con los humanos. Sobre quién los inventó: seguramente se trata de guerras, leyendas y personajes que han pasado de generación en generación, entre los que puede entreverse lo que pudo ser verídico y lo que se debe a la simple imaginación de los poetas de su tiempo.

Los Titanes eran la raza de dioses anteriores a la generación de Zeus, es decir, los hijos de Urano, -el Cielo- y de Gea, -la Tierra-, mucho antes de que los humanos aparecieran sobre ella. Pero también se consideran Titanes a los hijos de éstos. Prometeo y Atlas, por ejemplo, están considerados como Titanes aún siendo de la misma generación que Zeus o Hera, primos hermanos de los otros. Por lo tanto, aunque se habla de una guerra entre Titanes y Olímpicos, si nos atenemos estrictamente a que Titanes fueran solo la primera generación, tanto en un bando como en el otro había Titanes y no Titanes. Pero en todo caso se habla de una segunda generación de Titanes, por lo que la cosa es bastante compleja y difícil de entender a la hora de clasificarlos.

El origen de los dioses 

Urano fue el dios original padre de todos los dioses venideros. Se dice que se generó del Caos, el estado primigenio del cosmos infinito. Pero también se afirma que nació de Gea, la madre Tierra. Y otros aún dicen que nació del Éter, un elemento más puro y más brillante que el aire y de Hemera, la personificación del día, versión ésta última que no difiere mucho de la primera sobre el Caos. La versión más aceptada es la que cuenta que Gea también nació del Caos y de sí misma engendró a Urano para cubrirla como un cielo estrellado. Así, ya tenemos formados el cielo y la tierra. De la unión de ambos nacieron Océano, titán de los mares y ríos, Ceo, el titán de la inteligencia, Crío, Hiperión, el dios de la observación, Jápeto, Tea, diosa de la vista que dotaba de brillo a los metales preciosos, Rea, Temis, Mnemóside, la personificación de la memoria, Febe, Tetis y por último a Cronos. Gea también dio a luz a los gigantes cíclopes Estéropes y Argesy a los hecatónquiros Coto, Briareo y Giges, también gigantes, de cien brazos y cincuenta cabezas. Pero a Urano no le gustaron estos hijos y los escondió en el Tártaro, es decir, su vientre, que consistía en un profundo abismo usado como una mazmorra de sufrimiento.

Con esto, Urano se ganó el odio de Gea, que reunió a sus hijos y les contó su plan para derrocarlo. Gea había fabricado una gran hoz de pedernal y con ella debían matar a Urano, pero ninguno quiso cargar en su conciencia la muerte de su propio padre, excepto Cronos, que cogió la hoz y se dispuso a cumplir la voluntad de su madre. El plan consistía en tenderle una emboscada y asesinarlo, para ello Gea citó a Urano y una vez se hubieron encontrado, Cronos le atacó. La hoz le segó los testículos que fueron a parar al océano formando una espuma de la que nació Afrodita, que emergió del agua ya crecida. Urano huyó jurando vengarse, pero ya había sido destronado. Cronos arrojó al mar la hoz, y de ella nació la isla de Creta. Pero Cronos temía a los cíclopes y a los hecatónquiros y volvió a encerrarlos en el Tártaro. Cronos se casó con su hermana Rea y ambos reinaron como reyes de todos los dioses.

De su propia madre, Cronos supo que sería derrocado por uno de sus hijos, al igual que él había derrocado a su padre; y para que esto no se cumpliera, tal como iban naciendo, Cronos se los iba tragando. Por eso, cuando Rea estaba a punto de dar a luz a Zeus, le pidió ayuda a Gea para salvarlo. Rea parió a Zeus en secreto en la isla de Creta. Cuando Cronos supo que Rea había dado a luz acudió para que le entregaran al recién nacido, Rea le entregó una piedra envuelta en mantas y éste, sin pararse a mirar si de verdad era un niño, se la tragó.

Zeus se había convertido ya en adulto cuando fue a ver a su padre y pedirle explicaciones. No está muy claro si Cronos ya sabía de quién se trataba, el caso es que lucharon y Zeus le venció para después obligarle a regurgitar la piedra que se había tragado creyendo que se trataba del Zeus bebé, y más tarde a todos sus hermanos. Dicen que Tetis, la personificación de la prudencia, ayudó dándole a Cronos un brebaje para que vomitara. Sus hermanos fueron expulsados en el orden inverso al que fueron devorados, y así salieron sanos y salvos Deméter, Hera, Hades, Hestia y Poseidón. Más tarde, Zeus liberó también a los hermanos de Cronos, los Hecatónquiros y los Cíclopes, de su mazmorra en el Tártaro y mató a su guardiana, Campe. Los cíclopes le agradecieron a Zeus su gesto dándole el rayo y el trueno. Pero lo más duro estaba por venir, pues se avecinaba una gran guerra entre Titanes y Olímpicos, la llamada Titanomaquia.

La mutilación de Urano – Giorgio Vasari y Christofano Gherardi. 1560

La guerra por el poder del Universo
Después de que Cronos fuera vencido por su hijo Zeus, congregó a sus hermanos y sobrinos para declararle la guerra. Ceo, Crío, Hiperión, Jápeto, Atlas y Menecio se unieron a él, los demás permanecieron neutrales. Otros, como los hijos de Jápeto, Prometeo y Epimeteo lucharían en el bando de Zeus, que contaba con sus hermanos y hermanas Hestia, Demeter, Hades y Poseidón. Contaba además con los cíclopes y los hecatónquiros.

Algunas versiones también incluyen a Hera, pero esto contradice a la versión que dice que Hera fue puesta a salvo de la guerra y enviada para ser protegida por su tía Tetis y Océano, que se habían declarado neutrales. Los titanes tenían su cuartel general en el monte Otris, los de Zeus en el monte Olímpo. Olímpicos y Titanes estaban a punto de librar una gran guerra con temibles batallas que harían que Urano, el dios del Cielo, estuviera a punto de desplomarse sobre la Tierra.

Zeus iba perfectamente armado con el rayo, regalo de los cíclopes. Los terribles relámpagos que lanzaba sobre sus oponentes hacían estragos sobre ellos. Pero no menos temibles eran las piedras lanzadas por los Hecatónquiros, los gigantes de cien brazos, que las lanzaban de cien en cien. Poseidón por su parte luchaba fieramente con su tridente y Hades se hacía invisible al ponerse su casco. Todo esto hizo que pronto los Olímpicos llevaran las de ganar, pero los Titanes eran también dioses y no eran fáciles de vencer, por lo que, la guerra se alargó por nada menos que diez años.

Cuando por fin lograron la victoria, Cronos y los suyos fueron encerrados en el Tártaro, ocupando el lugar que habían ocupado cíclopes y hecatónquiros, que ahora montarían guardia sobre los prisioneros. La tierra y el espacio entre el cielo y ésta había sido devastado y Urano estaba a punto de caer. Atlas no sería encerrado, su castigo consistiría en hacer que Urano no cayera, sostendría la bóveda celeste por toda la eternidad. Océano y las Titánides Tea, Rea, Temis, Mnemósine, Febe y Tetis, habían permanecido neutrales, no fueron castigadas. Cronos, no se sabe muy bien qué fue de él, pero hay quien cuenta que después de muchos años, Zeus se apiadó de él, que después de todo era su padre, y le liberó para que reinara en las islas de los Bienaventurados.

Así fue cómo Zeus se convirtió en el rey de los dioses y procedió a repartirse el mundo con sus hermanos mayores, Poseidón y Hades. Se lo echaron a suertes, a Poseidón le tocaron los océanos y a Hades el inframundo, por lo que Zeus se quedó el cielo. Solamente la antigua Gea, la Tierra, no fue echada a suertes, quedando bajo el dominio de los tres.

Zeus y Hera

Gran boda en el Olimpo
Zeus estaba locamente enamorado de su hermana Hera. Lo había estado desde que era una niña. Y desde que se encaprichó en ella nació en Zeus un amor que duraría para siempre. Cuando comenzó la guerra entre Olímpicos y Titanes, Hera fue apartada del conflicto y enviada a Arcadia donde estuvo al cuidado de sus tíos Océano y Tetis. Se deduce de esto que Hera no había crecido mientras estuvo en el estómago de Cronos, aunque otras versiones cuentan que participó en la guerra de Titanes. Durante esta guerra Zeus se casó con Metis, que en principio se sintió reacia pero acabó aceptándole. Metis tuvo una visión y se la contó a Zeus aunque más le hubiera valido permanecer callada.

Según esta visión tendrían una hija y un hijo que estaría destinado a gobernar el mundo. Si la profecía se cumplía, su propio hijo le destronaría, por esto Zeus la devoró cuando estaba embarazada. Más tarde, Zeus mismo daría a luz un bebé que le brotó de la cabeza. Cuentan que fue Prometeo quien tuvo que abrirle la cabeza para sacarle el bebé. No era un niño, sino una niña, a la que puso por nombre Atenea.

Una vez que acabó la gran guerra, establecido ya en el monte Olimpo como rey, Zeus que en ningún momento había olvidado a Hera, decidió un día ir a buscarla. Al encontrarla quedó maravillado; había crecido y se había convertido en una auténtica belleza. Zeus se le apareció convertido en cuco, ella dejó que se posara en su mano y lo protegió del frio. Entonces Zeus recobró su forma original y mantuvo relaciones con ella. Unos dicen que la violó, otros que no tanto, el caso es que Zeus se casó con Hera, que pasó a ser la reina indiscutible del Olimpo.
Fue una boda por todo lo alto, como corresponde a un rey y a una futura reina y tuvo lugar en el monte Olimpo, donde además, se quedarían a vivir. Todos los dioses acudieron a honrarles con su presencia y les llevaron regalos de lo más variado, destacando el árbol que producía manzanas doradas y daba vida eterna, regalo que hizo Gea a Hera y que plantaría en el jardín de las Hespérides. Los recién casados eran felices.
El romance entre dioses hermanos no debe confundirse con el incesto. Cronos ya se había casado con una hermana también. Zeus y Hera se casaron y los demás dioses, titanes y ninfas lo vieron como algo natural acudiendo a la boda y llevando regalos y no se trata de que todos fueran igual de corruptos. Al provenir de un mismo y temprano tronco tenían necesariamente que escogerse entre hijos de unos mismos padres al igual que en la Biblia, y aunque este hecho no se detalle, Caín tuvo necesariamente que casarse con una hermana para garantizar la expansión de la raza humana.
Zeus se dedicaba a mantener el orden del universo, Hera dio a luz a Ares, Hebe e Ilitia. Todo iba bien en la pareja, hasta que nació Hefesto, feo y deforme. Hera se sintió horrorizada por haber parido semejante criatura, y mandó que lo alejaran de ella, fuera del Olimpo. Hay versiones que cuentan que este hijo lo parió a solas y Zeus nada supo de él hasta que volvió ya mayor. La explicación podríamos encontrarla en el hecho de que Zeus era un autentico sinvergüenza y mujeriego que no paraba de fijarse en diosas, ninfas y mortales del sexo contrario. Zeus le era infiel y Hera comenzó a sufrir ataques de celos descontrolados que la llevaron a perseguir a sus amantes y a vengarse de ellas.
Zeus la amaba de verdad, pero la obsesión por las mujeres era superior a él y le perdía, y Hera sufrió humillaciones como hacerse cargo de los hijos que tenía con otras, como aquella vez que pretendía que amamantara al hijo de Alcmena, Hércules. Pero Hera explotó al enterarse de que una ninfa a la que consideraba su amiga era una enviada de su marido para que la controlara mientras él estaba con sus amantes. Se presentaba a hacerle visitas y hablaba sin parar. Cuando descubrió a qué venía la castigó. A partir de aquel día, aquella amiga tan charlatana, llamada Eco, no podría nunca más mantener una conversación con nadie, solo podría repetir lo que oyera de los demás. Después de eso, Hera tomó la decisión de no aguantar más, abandonó a Zeus y se fue a vivir a la isla de Eubea.

De nada sirvieron las súplicas de Zeus, Hera no le escuchó y se marchó sin decir adónde iba. Y por muchos adivinos que Zeus consultó, ninguno supo darle norte de dónde se encontraba su esposa. Cuando más enfrascado andaba buscándola, Hermes le avisó que un gigante monstruoso le buscaba para desafiarle. Era el hijo menor de Gea, que enviado por su madre se exigía liberar a sus hermanos que estaban prisioneros en el Tártaro.

Eco y Narciso – Nicolas Poussin

Eco y Narciso
La bella y joven Eco era una ninfa de cuya boca salían las palabras más bellas. Todo el mundo se complacía y deleitaba al escucharla hablar. A pesar de eso, a Hera nunca le cayó bien, temerosa de que su marido se fijara en ella. A pesar de todo, pensaba que teniendola cerca evitaría la traición. Y aún así sucedió que cayó en brazos de Zeus. Unos cuentan que fue por eso que Hera la castigó quitándole la voz y obligándola a repetir la última palabra que decía la persona con la que mantuviera la conversación, otros cuentan que fue por distraerla mientras Zeus estaba con otras mujeres.

En cuanlquier caso Eco quedó incapacitada para tomar la iniciativa en una conversación, limitada sólo a repetir las palabras ajenas.

Eco se apartó del trato humano. Retirada en el campo, se enamoró del hermoso pastor Narciso, hijo de la ninfa Leiriope de Tespia y del dios-río Céfiso. Eco lo seguía todos los días sin ser vista, pero uno de ellos, debido a una imprudencia al pisar una rama, Narciso la descubrió. Eco buscó ayuda de los animales del bosque como ninfa que era, para que le comunicaran a Narciso el amor que sentía por él, ya que ella no podía contarlo. Una vez que Narciso supo esto, se rió de ella, y Eco volvió a su cueva y permaneció allí hasta morir.

Sobre Narciso, algunos cuentan que un muchacho que también se había enamorado de Eco oró a los dioses, pidiendo que Narciso sufriera al sentir un amor no correspondido, como el que había hecho sufrir a otros. La oración fue respondida por Némesis, la que arruina a los soberbios, quien maldijo a Narciso a enamorarse de su propio reflejo. El joven terminó muriendo de desamor (otros dicen que se ahogó al caer al agua mientras miraba su rostro en el río) y bajó al Inframundo, donde fue atormentado para siempre por su propio reflejo en el río Estigia.

Tifón – Mural etrusco

Entre celos y monstruos
Por fin Zeus pudo saber dónde se encontraba Hera y no tardó en presentarse delante de ella, que no quiso mirarle a la cara. Él insistía en que volviera, ella se negaba. Él le juró que ella era el amor de su vida. Pero Hera seguía sin escucharle. Le recitó versos y le dijo mil zalamerías, pero todo fue en balde. Zeus no podía demorarse más, Gea estaba muy enfadada por ver a los Titanes encerrados en el Tártaro y envió a Tifón a desafiarlo. Hacía días que no paraba de atosigarle por todas partes y temía que viniera hasta allí. Lo mejor sería ir a hacerle frente. Zeus se marchó, y Hera quedó desolada y triste, le amaba profundamente, pero no estaba dispuesta a sufrir más por él.

Tifón era un coloso que tenía una estatura tal que alcanzaba las estrellas. Cada dedo de sus manos era una cabeza de dragón y un gran número de serpientes salían de sus muslos. Tifón abrasaba todo cuanto miraba y vomitaba fuego y lava, además de ser capaz de levantar huracanes y crear terremotos con el movimiento de sus alas. Le acompañaba su esposa Equidna, una monstruosa ninfa con el torso de una bella mujer de ojos oscuros y cuerpo de serpiente. En un primer combate Zeus resultó malherido pero pudo escapar. Tifón le había arrancado algunos tendones; el rey necesitaba ayuda.

Hermes fue inmediatamente a informar a Hera de que su marido estaba herido y la necesitaba, y aunque en un primer impulso quiso acudir al Olimpo, enseguida se contuvo cuando Hermes le contó que Tifón le había sacado los tendones. Zeus no moriría; Hermes debía salir tras Tifón y averiguar dónde escondía los tendones para luego robárselos, llevarlos de vuelta y colocarlos de nuevo en el cuerpo de Zeus. Así lo hizo Hermes, y una vez curado salió otra vez al encuentro de Tifón y Equidna, y esta vez los venció. A Tifón lo encerró bajo el monte Etna. A Equidna la dejó que siguiera cuidando de sus hijos, pues, los futuros héroes –pensó Zeus- necesitarán desafíos a los que enfrentarse. Equidna murió a manos de los Argonautas en una cueva de Sicilia y era madre de Calíorre y Medusa.

Hera paseaba tranquila, pero estaba triste y tenía remordimiento por no haber acudido a cuidar de Zeus cuando estaba herido. Él luchaba por salvar el mundo y ella estaba allí apartada de todo en aquella tranquila isla. De pronto sintió un estremecimiento al ver un lujoso carro pasar. En él paseaba una hermosa mujer vestida con un precioso vestido de novia y tras ella una multitud que pregonaba su próximo enlace con el rey de los dioses. ¡No podía ser! Zeus la había dado por perdida y estaba dispuesto a casarse con otra.

Hera se puso roja de ira y salió tras el carro. Quería destrozar a aquella presuntuosa e insolente mujer que pretendía arrebatarle a su marido. Le destrozaría el vestido y luego la mataría a ella y la haría pedazos. Estaba fuera de sí, enloquecida de rabia y cólera, y cuando estaba a punto de saltar al carro, unos brazos fuertes, los más fuertes del universo, la sujetaron para luego abrazarla. Estaba a punto de perder el conocimiento, y de hecho lo perdió, al notar que la besaban. Pero aquellos brazos no la dejaron caer, sino que la sujetaron y la trasportaron fuera de aquel gentío, ella se dejó llevar… hasta donde él quisiera llevarla. La mujer del carro era una estatua de mármol, todo había sido un engaño para alimentar sus celos.

Vulcano (Hefesto) – Rubens

Los fantasmas del pasado
A las puertas del Olimpo se presentó un herrero, que decía venir a traer un regalo a la diosa Hera. Tenía el cuerpo deforme y padecía cojera. Hera pidió que le hicieran pasar. Caminaba echado hacia delante, barba desaliñada y pecho descubierto, y sobre todo, era bastante feo. Se trataba del dios del fuego y de la forja y escultor en todo tipo de materiales. Se presentó ante Hera y le contó que ya había fabricado varios tronos de oro para su esposo Zeus, y otros dioses, lo cual era verdad, y en agradecimiento por la confianza de éstos, traía un presente para ella, la esposa del rey y la más bella entre las diosas. Un trono de diamante. Hera, alagada y admirada por tan maravilloso regalo se sentó en él. El trono era esplendoroso, a la altura de la reina del Olimpo, sin duda. Un gran regalo el de aquel humilde herrero. Y entonces se llevó una gran sorpresa al quedar pegada a él sin poder moverse. Zeus no estaba presente en aquel momento y Hefesto salió huyendo dejando a Hera atrapada. Los demás dioses, unos salieron tras él, y otros quedaron auxiliando a su reina, pero ninguno pudo despegarla del trono.

Cuando le dieron caza, ninguno consiguió hacerle volver para que dejara libre a la reina. El dios de la forja era fuerte como el que más, y nadie pudo dominarlo. Entonces Dioniso, el dios del vino, pidió que los dejaran solos. Estaba más calmado y Dioniso le dio de beber. El vino era bueno, así que se sirvieron otra copa, y otra, y otra más, hasta que el herrero comenzó a hablar y sincerarse con Dioniso. El herrero y dios de la forja era Hefesto, el hijo de Hera.

-Me arrojaron del Olimpo –contaba Hefesto- cuando era solo un bebé recién nacido. Me contaron que mi madre, la gran reina y señora del Olimpo, se horrorizó al verme. Sentía vergüenza. Ella, una reina que presume de gran belleza, no podía ser que hubiera parido algo tan horroroso como yo, y por eso me abandonó. Al arrojarme fuera caí al mar. Océano y Tetis me encontraron y sintieron pena por mí. Tenía una pierna lastimada, y de ahí mi cojera. Ellos se convirtieron en mis padres adoptivos y me cuidaron, me educaron e hicieron de mi lo que soy. Pero mi verdadera madre… pagará lo que me hizo. El trono de diamante tiene un poder que ningún dios sabe controlar, excepto yo, y allí quedará pegada, para siempre.

Cuando estuvo completamente borracho, Dioniso se lo llevó de vuelta al Olimpo. Al despertar, Hefesto vio que había sido engañado y entro de nuevo en cólera, pero pronto le sujetaron entre varios de sus hermanos. Hefesto juró que jamás soltaría a su madre. Luego pidió ser reconocido como hijo de Zeus. Y entonces Zeus se presentó ante él. Todos temieron la cólera del rey. Hefesto lo iba a pasar muy mal si Zeus se empleaba a fondo con aquel que decía ser su hijo. Pero Zeus guardó la calma y se limitó a decirle, si de verdad un simple herrero, por muy dios del fuego y la forja que fuera, creía que él, el dios rey de todos los dioses no iba a ser capaz de controlar los poderes de un simple artilugio de diamante. Por supuesto que podía. Podría deshacer cada partícula de aquel trono con una simple mirada de rayo sin que su esposa sufriera el más mínimo daño, y luego encerrarlo a él en el Tártaro para siempre.

Pero no lo haría, porque sabía que Hefesto decía la verdad. Hera se lo tenía merecido, había sido una mala madre y le había engañado a él ocultándole a su hijo, feo y deforme, pero su hijo. Que por cierto, era un gran artesano. Lo iban a necesitar para que fabricara las mejores armas. Gea estaba de nuevo en pie de guerra y llevaba años creando unos formidables gigantes. Una terrible batalla, quizás la peor de todas, estaba a punto de librarse de nuevo. Hefesto era fuerte y sería de gran ayuda. Zeus le pidió que liberara a Hera, su madre, y le dio el lugar que le correspondía en el Olimpo, como dios e hijo suyo que siempre había sido.

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