Cleopatra
Pompeyo había conseguido escapar con vida por los pelos y huyó disfrazado de mercader a través del mar Egeo hasta la ciudad griega de Mitilene, donde se reunió con su esposa para más tarde partir con una pequeña flota hacia Alejandría. Allí sus reyes le debían grandes favores y era hora de cobrárselos.
Necesitaba dinero, mucho dinero si quería rehacerse, formar un nuevo ejército y tomarse la revancha con César. En aquellos entonces, el año 48 a. C. reinaban en Egipto Cleopatra VII y su hermano Tolomeo XIII, con el cual se había casado, costumbre común entre los egipcios, para conservar, según ellos, una dinastía pura. Y en efecto, aquellos dos jovencitos reinaban gracias a Pompeyo. Tolomeo XII, llamado Auletes (Flautista), fue un mal rey, poco preocupado por los problemas del pueblo y amante de las fiestas, por lo que, en el año 58 tuvo lugar un levantamiento que su propia hija Berenice apoyó, y por consiguiente, Tolomeo y su familia tuvieron que huir a Roma y pedir ayuda. Cleopatra tenía once años y tomaba buena nota de todo cuanto ocurría. Eran los años del triunvirato y Pompeyo le prestó su ayuda a cambio de una gran suma de dinero y la promesa de pagarle tributos durante algunos años; de esta forma Tolomeo pudo recuperar el trono de Egipto y Berenice fue ejecutada. Esta tal Berenice era hermanastra de Cleopatra y según cuentan había matado a su madre y a su propio marido; una familia ejemplar, como podemos ver.
Tolomeo el flautista murió pocos años después, en el 51, y dejó en el trono a Cleopatra de dieciocho años y al pequeño Tolomeo de nueve. Cuando Pompeyo llegó a Egipto, ni Cleopatra ni su hermano se encontraban en Alejandría. Tolomeo y sus consejeros, el general Aquila, el ministro Teódoto y un eunuco llamado Plotino se hallaban en ese momento en Pelusio, una plaza fuerte en la frontera oriental; cuando supieron que Pompeyo había llegado aconsejaron al niño librarse de él. Pero, ¿qué estaba pasando en Egipto? ¿Dónde estaba Cleopatra y por qué no fue recibido con agrado el romano?
Cleopatra resultó ser una mujer culta y desenvuelta, siendo además bella y de carácter encantador. Recibió una educación puramente griega al igual que todos sus hermanos. Por lo visto, ser monarca egipcio no implicaba saber el idioma del país pues se cuenta que Cleopatra fue la primera de esta dinastía en aprenderlo. Sabía además griego, hebreo, arameo, sirio y latín; y fue instruida en música, literatura, ciencias y mucho más. Plutarco nos cuenta de ella que tenía modales dulces y refinados y tenía una sugerente voz, lo cual la hacía una mujer muy seductora. Sus consejeros pronto se dieron cuenta de que a Cleopatra no se dejaría manejar fácilmente, por lo que urdieron una conjura en su contra. Las cosas no andaban muy bien en Egipto, los campesinos sufrían hambruna y era fácil rebelarlos contra sus gobernantes haciéndoles ver que cada día dependían más de Roma. En el entorno familiar, su hermana menor, Arsinoe, también estaba siendo manipulada por los consejeros, que al final consiguieron que Cleopatra fuera expulsada de Egipto y tuviera que exiliarse en Siria. Allí intentaría reunir un ejército para volver y recuperar el trono. Inmediatamente, Tolomeo y sus consejeros se pusieron en guardia y por eso se habían desplazado a Pelusio. Definitivamente, Pompeyo no llegaba en buen momento. Los egipcios estaban al tanto de la guerra civil que libraban los romanos, y cuando llegaron los emisarios de Pompeyo anunciando que había llegado a las costas egipcias adivinaron que venía a pedirles ayuda. La decisión no era fácil; negarle ayuda era ponerlo en su contra y prestársela era ponerse en contra de César; en ambos casos pagarían las consecuencias. La solución la dio el eunuco Plotino aunque hay otros que se la atribuyen al ministro Teódoto; en cualquier caso todos estuvieron de acuerdo: mandarlo a criar malvas.
Plutarco nos cuenta todo un drama acerca de lo que aconteció con Pompeyo después de la sentencia de muerte dictada por Tolomeo y sus consejeros. La flotilla romana había anclado frente a unos bancos de arena el 28 de septiembre del 48 y allí seguía esperando Pompeyo la respuesta del pequeño faraón. Cornelia, su esposa, vio cómo llegaban hasta la playa lo que parecía un comité de bienvenida. Luego se acercó una barca que venía a recogerlo; era el propio general Aquilas quien venía en ella acompañado por dos antiguos oficiales romanos que ahora están a su servicio. Luego le invitaron a subir. Sólo subió Pompeyo y dos criados, la barca era demasiado pequeña para que pudiera subir más gente, pues, según Aquilas, en aquel arenal, la profundidad no era mucha y no pudieron traer otra más grande. Cuando llegaron a la orilla y Pompeyo se disponía a desembarcar, uno de los oficiales situado detrás de él le clavó su espada en la espalda. A continuación le apuñalaron también el otro oficial y el propio Aquilas. Cornelia, que vio toda la escena desde la galera, profirió un grito desgarrador. Viendo que nada podían hacer por el desdichado Pompeyo y que algunas embarcaciones egipcias se acercaban, las galeras romanas levaron anclas y huyeron a mar abierto. El cadáver fue llevado hasta la playa y allí lo decapitaron y le arrancaron el sello que llevaba en el anular de la mano derecha para hacerle llegar, ambas cosas, al pequeño faraón. Su cuerpo sería incinerado por sus leales sirvientes, que habían quedado en la playa abandonados a su suerte. Pompeyo había cumplido en año anterior cincuenta y nueve años.
A principios de octubre, cuatro días después de la muerte de Pompeyo, César, que venía tras él, se presentó en Alejandría encontrándose Tolomeo todavía en Pelusio. El recibimiento se lo dio el ministro Aquilas, que creyendo que le haría un gran regalo no tardó en entregarle el sello de Pompeyo. César lo reconoció en seguida; el sello representaba un león en cuya garra sostenía una espada; pero lo mejor, según Aquilas, estaba por llegar, y entonces le entregó un cesto que contenía la cabeza de su oponente. Ante la sorpresa de Aquilas, César se mostró horrorizado y lloró la muerte de su enemigo, que en otro tiempo fue su socio y yerno. Muchos quieren ver en este acto la misericordia que César mostraba con sus enemigos vencidos; otros solo ven hipocresía y una forma de ganarse a los partidarios de Pompeyo. Por último, hay quien cree que, realmente, a César le interesaba capturarlo vivo para hacerle reflexionar sobre su postura y asociarse de nuevo con él. En cualquier caso, ya no había nada que hacer, salvo ocuparse de las cenizas de Pompeyo; César mandó hacérselas llegar a su viuda. Y ya que había hecho el viaje, para no volver con las manos vacías, quiso ponerse al corriente de lo que estaba ocurriendo en Egipto y a ser posible cobrar los tributos que este país debía a Roma desde hacía varios años, con sus respectivos intereses, por supuesto. En cuanto a Aquilas, el verdugo de Pompeyo, se dio cuenta inmediatamente de que habían cometido un error y desapareció de la vista de César temiendo que éste quisiera vengar el crimen. Durante algunos años anduvo por Siria y Asia Menor, hasta que un día se topó con Bruto, el supuesto hijo ilegítimo de César, que lo apresó y lo hizo crucificar.
César se acomodó en el palacio real de Alejandría y allí esperó a saber cómo estaba el panorama por Egipto. Cuando supo que los hermanos faraones andaban de gresca vio claro que tenía muy difícil sacar dinero de allí, así que tenía que hacer lo posible por poner paz primero para poder cobrar después. En principio, acomodarse en el palacio plácidamente y convocar a los hermanos como si del dueño de Egipto se tratara era toda una osadía, pues no había llegado allí con demasiadas tropas; pero César sabía que a los egipcios no les convenía enemistarse con Roma; ya habían cometido el error de asesinar a Pompeyo y estaba seguro de que no cometerían una segunda insensatez. El primero en presentarse fue el niño, al cual acompañaba el eunuco Potino y allí quedarían ambos, bajo la “hospitalidad” de César, custodiados por cuatro mil legionarios. Ahora había que esperar a Cleopatra.
La faraona se encontraba en Siria intentando conseguir los apoyos suficientes para hacer frente a su hermano y esposo Tolomeo XIII cuando recibió la noticia de que César se ofrecía como mediador entre ellos. Los acontecimientos tomaban un nuevo rumbo; en Siria no había recibido todo el apoyo que ella esperaba, pero ahora ya nada de eso importaba; en Egipto se encontraba el amo de Roma y todo dependía de él. Por otra parte, el camino hasta Alejandría se le antojaba de lo más peligroso, e incluso la entrada a palacio no la veía segura; los consejeros de su hermano (ella los conocía bien) harían lo imposible por asesinarla antes de que llegara a aquella reunión.
El palacio donde se alojaba César debía tener su servicio de lavandería, o quizás había algún antiguo encargo de sustituir ropas o mobiliario de alcoba, incluidas las alfombras; el caso es que se presentó lo que parecía un mercader con una gran alfombra enrollada al hombro, con destino a las habitaciones de César. Después de sortear todo tipo de controles, donde nadie quiso examinar la mercancía, por no obligar al pobre hombre a hacer el esfuerzo de descargar y volver a cargar la pesada alfombra, ésta llegó a su destino, la habitación de César, que no tuvo en inconveniente en que la dejaran allí. No obstante, el mercader, una vez puesta suavemente en el suelo, quiso mostrársela desenrollándola ante él, para que apreciara la belleza… de lo que contenía en su interior. Al tirar de un extremo, quedó Cleopatra al descubierto, y cuentan que César quedó de inmediato cautivo de sus encantos.

Encantos sí, muchos, pues son varios los historiadores antiguos que coinciden en que Cleopatra seducía fácilmente a los hombres, máxime a César que era un mujeriego empedernido. Pero en lo que no están tan de acuerdo es en que fuera tan bella como algunos creen. Lo cierto es que los único retratos que de ella existen no son como para sacar conclusiones, pues son simples efigies talladas en monedas; de los bustos y estatuas que de ella existen, nadie está seguro de si pertenecen a ella y tampoco son para calificarla de bella. En cuanto a la rocambolesca historia de cómo llegó hasta los aposentos de César enrollada en una alfombra, tampoco son muchos los que dan crédito a esta aventura, más bien creen que fue en Roma donde los enemigos de César inventaron este chisme para desacreditarlo por haberse convertido en amante de una mujer que no dudaba en prostituirse con tal de conseguir sus propósitos. Porque en efecto, César se convirtió de inmediato en amante de Cleopatra; un romance que iba a durar un año y que le iba a acarrear… más que problemas.

Fuera o no cierto el episodio de la alfombra, Cleopatra se presentó ante César y consiguió, con sus armas de mujer, que éste se pusiera de su parte, pues era el trono de Egipto lo que estaba en juego. Lo que está claro es que el intento de reconciliar a los hermanos no tuvo éxito y en vista del panorama, el eunuco Potino se las apaño para llamar al general Aquilas que todavía estaba por Pelusio. A la llamada, el general se puso en marcha con nada menos que veinte mil hombres más dos mil caballos. César esta vez se había equivocado: los egipcios estaban decididos a cometer una segunda insensatez y se disponían a eliminarlo. Y lo peor de todo es que él solo disponía de cuatro mil legionarios para hacerles frente.
En vista del lío en que se había metido César, envió un mensajero a Aquilas solicitando negociar con él. Pero Aquilas sabía que los romanos eran pocos y no le escuchó, sino que lo decapitó y siguió su avance. El primer plan había fallado, había que pasar al segundo: huir. Pero la ausencia de viento impedía mover las galeras del puerto; había que pasar al tercero: ganarse a los principales de Alejandría antes de que el ejército de Aquilas llegara. Reunido con ellos, César les lee el testamento del difunto Tolomeo XII e intenta reconciliar al matrimonio y hermanos (para eso estaba allí),. y además les promete la devolución de la isla de Chipre para que sea gobernada por los hermanos menores Tolomeo XIV y Arsínoe. Pero Potino le aconseja a Tolomeo que no acepte las condiciones toda vez que César intenta favorecer a su hermana relegándolo a él a un segundo plano y los asistentes a la reunión no creen que César cumpla su palabra de devolver Chipre, así que se retiraron y no hubo ningún acuerdo. Tres planes fallidos y Aquilas estaba ya en Alejandría rodeando el palacio. ¿Qué última carta le quedaba a César?
De momento tenía varios rehenes. Cleopatra no se puede decir que fuera tal, pero sí Tolomeo, su hermana Arsínoe, otro hermano de once años llamado también Tolomeo e incluso el eunuco Potino, que por cierto, estaba a punto de dejar de serlo. El tal Potino intentó envenenar a César durante una fiesta que Cleopatra dio en su honor. Cuando se descubrieron sus intenciones, César ordenó ejecutarlo; más que nada, porque el siguiente plan consistía en resistir el asedio hasta que llegaran los refuerzos que ya había solicitado a su amigo Mitrídates de Pérgamo, y éste tardaría meses en llegar. De esta forma, Potino era una boca menos que alimentar; mejor eso que dejarlo morir de hambre.
El palacio era una buena fortaleza bien abastecida donde podrían resistir varios meses, pero Aquilas maquinó algo que los rendiría muy pronto por sed. Los depósitos de agua del palacio se abastecían a través de un acueducto donde vertieron productos que los contaminaron y luego cortaron el suministro. César no se dio por vencido. Se habían visto en situaciones peores donde los legionarios se ponían a trabajar sin descanso para crear o construir cualquier cosa por inimaginable o difícil que parezca; en aquella ocasión en que sus vidas dependían de ello no iba a ser menos y se pusieron a cavar hasta dar con una vena de agua. Ya tenían un pozo.
El palacio disponía, además, de un acceso al puerto; y César, que no pensaba estar de brazos cruzados mientras llegaban los refuerzos, quiso hacer una escapada para apoderarse de la isla de Faros, pero la cosa no salió bien y enseguida tuvieron encima a los egipcios que recobraron la isla, y después de una batalla naval, se refugiaron de nuevo en el palacio. A partir de ese momento, el acceso al puerto desde palacio quedaría bloqueado, aunque César trazó un plan para que una patrulla pudiera salir y prender fuego a toda la flota amarrada. Unos setenta barcos ardieron dejando libres los muelles para el desembarco de los refuerzos que se esperaban ya de un momento a otro. Cuando los egipcios vieran la flota enemiga aparecer por el horizonte, no tendrían naves para salir a hacerles frente. El fuego alcanzó también tierra firme y se perdieron algunos almacenes de grano además de los archivos del puerto; unos archivos que siglos después fueron confundidos por Plutarco con la famosa biblioteca de Alejandría y de ahí que todavía haya quien cree que se quemó debido al incendio provocado por César.
La situación en el interior de palacio llegó a ser desesperante y el único que la hacía más llevadera para César era el romance con Cleopatra que llegaría a quedarse embarazada. En el exterior las cosas andaban también revueltas entre partidarios de la faraona y de su hermano; y más tensas se volverían con la huida de Arsínoe, que ayudada por su tutor Ganímedes consiguió escapar y llegar hasta las tropas egipcias. Una vez entre ellos, la proclamaron reina, aunque los generales preferían seguir siendo fieles a Tolomeo, en vista de los cual Ganímedes consiguió que le apoyaran para dar un golpe de estado y asesinar al general Aquilas. Y ya se sabe aquello de “a río revuelto…” porque entre tanto, un día de marzo del 47, en el horizonte aparecieron las naves que traían los refuerzos para César.
César ya no necesitaba ningún rehén y soltó al joven Tolomeo para que volviera con sus partidarios. En el fondo era una buena estrategia, pues Tolomeo contribuiría a dividir aún más a los egipcios partidarios entre su hermana Arsínoe y él. Y mientras los navíos de la legión romana llegaban al puerto de Alejandría, Mitríades atacaba por Pelusio, derrotaba a las fuerzas que le salían al encuentro e invadía Egipto. César se reunió con Mitríades en Menfis, donde en una última batalla se enfrentaron y derrotaron a las tropas de Tolomeo. El joven faraón, que llevaba puesta una coraza de oro, en su intento de alcanzar una galera para huir cayó al agua y debido al peso de ésta se ahogó.
César entro triunfal en Alejandría; podría en aquel momento habérsela quedado, anexionarla a Roma. Pero, por una parte, no quería contrariar a su amante Cleopatra, y por otra, había unos acuerdos con Egipto para que mantuvieran una cierta independencia, y había que respetarlos. Egipto seguiría siendo el reino vasallo de Roma que había sido hasta ahora, con Cleopatra como faraona y el pequeño Tolomeo XIV como corregente. César ya lo tenía todo hecho en Egipto y podía partir a atender otros asuntos en Roma, aún así, demoró su partida dos meses y medios. Unas merecidas vacaciones donde disfrutar, ahora sí, del amor de Cleopatra. Y no se quedaron en Palacio, no, sino que se embarcaron en un crucero de placer por el Nilo. Un viaje que no se sabe exactamente cuánto duró, pero que seguramente fueron los únicos días tranquilos que pasaría César durante aquellos años, pues nada más regresar a Alejandría recibió alarmantes noticias.

Un tal Famaces, rey del Ponto, había atacado Armenia, y en Asia Menor había revueltas en los territorios conquistados por Pompeyo, que amenazaban con escindirse de nuevo. Se acabaron las vacaciones. César se despidió de Cleopatra y puso rumbo a Antioquía, luego se dirigió a Tarso y Capadocia; en su camino iba reclutando tropas y cuando llegó a Ponto tenía las suficientes para atacar a Famaces. La campaña contra este rey no duró más de cinco días y por lo fácil que resultó la victoria, César, en una carta escrita a un amigo escribiría la célebre frase: veni, vidi, vici. Vine, vi y vencí. Ahora solo le quedaba volver. ¿Dónde? ¿A Roma o a Egipto junto a Cleopatra, que había dado a luz un varón durante su ausencia? No se sabe si en algún momento le apeteció volver junto a su amante, pero no lo hizo. Roma le reclamaba. Cleopatra llamaría a su hijo Tolomeo Cesarión, que significa pequeño César.

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