Alejandro llegó a ser rey con apenas 20 años; para entonces, ya sabía lo que era estar al frente de un gran ejército y ya se había ganado la lealtad de muchos de sus hombres, que estaban dispuestos a seguirle (como de hecho lo hicieron) hasta el fin del mundo.
La campaña asiática afianzó más la confianza de sus hombres, al verse guiados por un líder que los llevó de victoria en victoria hasta la conquista del gran imperio persa. Sin embargo, Alejandro también supo lo que es ser traicionado en más de una ocasión.
Durante diez años Alejandro y sus hombres recorrieron gran parte de Asia hasta llegar casi a la China. Atravesaron valles, desiertos y montañas, y Alejandro parecía no desfallecer y no darse nunca por satisfecho. Sin embargo, sus hombres estaban cansados y echaban de menos su hogar y sus familias. Es en ese descontento, cada vez más generalizado, donde algunos aprovecharon para cultivar las conjuras contra el rey macedonio. Pero, ¿quién conspiraba contra Alejandro?
El enemigo lo había dejado Alejandro en casa: Antípatro, el general regente en Macedonia durante la ausencia del rey. Este general ya envió espías a su yerno Alejandro, el lincestio, para aconsejarle que se pusiera al servicio del rey Darío y pusiera en marcha una conjura para asesinar a Alejandro. Una conjura que fue finalmente descubierta. El lincestio fue apresado, aunque Alejandro vio conveniente no ejecutarlo, al tratarse del yerno de Antípatro.
Pero las conjuras no cesaron, y en un momento crucial en que Alejandro quería apuntalar su recién conquistado imperio, surgió una nueva en la que se vio obligado a ejecutar a Parmenión, su más querido y veterano general. Quizás una de las más oscuras y polémicas de las decisiones de Alejandro. La conjura nació bajo la excusa de que Alejandro concedía los mismos cargos y honores a los persas que a los macedonios. Incluso Alejandro comenzaba a comportarse igual que ellos. Por lo visto, algunos de los más allegados a Alejandro estaban al corriente de la conjura, y aunque no estaban envueltos en ella, no veían con malos ojos que el rey fuera asesinado. Pero todo fue descubierto. Quizás pagaron los menos culpables, o incluso algún inocente, pero a Alejandro no le dieron otra opción que aplastar la conjura.
A la mañana siguiente es reunido el ejército en asamblea. Nadie sabía nada, ni por qué les hacían comparecer. Alejandro aparece ante ellos y les pone al tanto de lo ocurrido. Siguiendo la costumbre macedónica, el ejército debía ser quien juzgara los hechos. Nicómaco, Cebalino y Metrón declaran como testigos. Se hace traer el cadáver de Dimnos y se dan los nombres de los cabecillas. Alejandro salió entonces a dar un discurso en el que saldrían a relucir cosas que siempre había callado, pues siempre se había negado a darles la importancia que otros le daban, pero que, después de los últimos acontecimientos, las veía más claras. Primeramente, informa a los asistentes sobre el hecho de que Filotas estaba al tanto de la conjura desde hacía dos días y no se lo había comunicado a nadie. Luego, sacó una carta, seguramente encontrada durante el registro de la casa donde se alojaba Filotas, que Parmenión le había dirigido a sus hijos. Decía lo siguiente: “Velad primero por vosotros, luego por los vuestros y alcanzaremos lo que nos proponemos.”
Dos conjuras en una